Vivimos en la época de la voz revolucionaria de las mujeres. Un momento histórico que apenas inicia, donde su participación intelectual y política marcará el destino del siglo XXI. Nos queda aprender bastante de ellas, escucharlas sin interrumpir, dialogar sin querer educarles y ser cómplices de cualquier empresa que emprendan. Nos toca extender la mano en amistad para caminar juntos por los senderos de la historia. No pretendo con esta columna, ni me interesa, explicar el feminismo. No me corresponde así como tampoco le corresponde a ningún hombre hacerlo, no sería de caballeros apropiarse de un discurso que seríamos incapaces de comprender en su médula.

A la memoria entrañable de Don Luis González Espinoza

Esta entrega surge de la necesidad de hablar de Rosario Castellanos, brillante escritora, a quien redescubrí gracias a la película Los adioses, dirigida por Natalia Beristáin, que tuve la oportunidad de ver en uno de tantos vuelos que tomé el año pasado. Me sorprendió que a mi arribo a la Ciudad de México justo me reuniría con familiares de la escritora. Supongo que fue el destino. A lo largo de los años, escuché acerca de Rosario todo tipo de comentarios; desde alabanzas a su obra hasta diatribas hirientes y sin sentido. Durante estos días que abren la puerta al año que inicia, me he cuestionado ¿cómo podría definir a la escritora? Lo digo sin reparos. Creo que fue una gran mujer, brillante y dueña de una seguridad imponente que hacía de las palabras hierros que derribaban los límites impuestos por la sociedad mexicana de mediados del siglo XX.

Rosario Castellanos fue una de las primeras escritoras abiertamente feministas que no lanzaba consignas al aire sino que cuestionaba su existencia y el rol que jugaba en la sociedad, a partir de un ejercicio intelectual conciso y efectivo. Provocaba con su literatura hecha poesía o ensayo porque en sus deseos estaba el querer despertar la conciencia de las mujeres y hombres de su generación.

Lo digo con respeto, las obras de Castellanos como Balún Canán, Ciudad real, Oficio de tinieblas, Los convidados de agosto y Sobre cultura femenina fueron, son y serán sendas lecciones de feminismo que valdría la pena estudiaran las nuevas generaciones de mujeres que harán la revolución desde el debate público alejadas del confrontamiento innecesario. Creo en la libertad de expresión y defiendo la idea del conocimiento como la vía correcta para manifestarse de manera inteligente en contra de la sociedad anquilosada.

Dolores Castro Varela, ensayista y crítica literaria, opina que Rosario Castellanos “es la escritora más importante del siglo XX en México y su aportación es riquísima en obra poética, narrativa y dramática, géneros que casi ningún literato ejerce en su totalidad. Fue pensadora ágil, crítica en sus ensayos y es la primera mujer después de Sor Juana Inés de la Cruz que, por la importancia de su obra literaria, fue conocida en España y su obra está vigente”. A mi parecer, ubico las palabras y tinta de Castellanos a la par de la obras de Spinoza, Sócrates y Eurípides por la valentía de sus postulados.

Eventualmente leo con atención a su hijo Gabriel Guerra, excelente columnista, y heredero también de la agilidad intelectual de Rosario. Considero que la vida y obra de la poeta, que se adelantó a su tiempo, debe leerse en las escuelas de México. Tiene bastante que enseñarnos y enseñarles a los jóvenes hambrientos de conocimiento que son el futuro inmediato de este país.

Doña Rosario Castellanos sembró en mi generación la esperanza de un futuro mágico que debemos descubrir día con día. Adoro la brillantez de esta mujer que, a medio siglo de su muerte, pienso que debió ser una persona maravillosa. Estoy enamorado de ella sin conocerla, tan sólo por sentirla a través de sus palabras, realidad profunda entre sus versos. Mientras yo escriba, Rosario, te prometo que nadie dejará de leerte. Será un honor, aunque con celos, hacer que otros se enamoren de ti.

Les dejo este bello poema titulado Pasaporte… los invito a conocerla...

¿Mujer de ideas? No, nunca he tenido una. Jamás repetí otras (por pudor o por fallas nemotécnicas). ¿Mujer de acción? Tampoco.
Basta mirar la talla de mis pies y mis manos.

Mujer, pues, de palabra. No, de palabra no.
Pero sí de palabras,
muchas, contradictorias, ay, insignificantes,
sonido puro, vacuo cernido de arabescos,
juego de salón, chisme, espuma, olvido.

Pero si es necesaria una definición
para el papel de identidad, apunte
que soy mujer de buenas intenciones
que he pavimentado
un camino directo y fácil al infierno.

Hasta siempre, buen fin.

Carlos Mora Alvarez
(En mi sabático)

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