Eran los últimos días del mes de noviembre del año 2012, la capital norteamericana se sentía particularmente helada, sin embargo la atmósfera del Hirshhorn Museum and Sculpture Garden no podría resultar mas cálida, cuando personalmente nos atendió sonriendo de oreja a oreja nuestro amable anfitrión, el CEO del más prestigiado periódico de los Estados Unidos, The Washington Post, don Donald Edward Graham. Hijo de quien fuera considerada la primera mujer en la lista de los seres humanos más poderosos del mundo, la legendaria editora doña Katherine Graham, quien valiente y ferozmente diera a conocer el escándalo de “Watergate” provocando la dimisión del presidente Richard Nixon, seguramente una de las muestras mas enorgullecedoras del derecho a ejercer la libertad de expresión en el mundo, soportando presiones inimaginables.

Realmente no pude evitar apenarme un poco, con la noticia dada a conocer esa misma semana sobre la dura decisión que don Donald tuvo que tomar para desprenderse del mayor activo que su ilustre familia ha encabezado desde el año 1933 cuando su abuelo Eugene Meyer compró el periódico, en una venta de bancarrota en medio de la terrible recesión que azotó al vecino país, y que en estos momentos nos transmite a través de sus tristes palabras al señalar públicamente que: “Junto con nuestro Consejo Directivo decidimos vender después de años de desafíos a la industria familiar de periódicos y que nos hicieron dudar si podría haber otro dueño mejor para el Post, el conocido genio empresarial y tecnológico Jeff Bezos, propietario de Amazon.com ha demostrado su talento para los negocios, su enfoque a largo plazo y honradez personal, lo que lo convierte en un buen nuevo dueño del medio”.

Hombre extraordinariamente amable, educado y simpático nos recibió esa noche con una pregunta muy puntual planteada en inglés, sosteniendo una cerveza en su mano izquierda: “¿Qué opinión les merece Enrique Peña Nieto?”. A lo que mi acompañante, periodista al fin, le contestó con otra: “¿Al contrario, qué piensas tú de él, que lo acabas de entrevistar?”. En medio de una sonora carcajada, el famoso heredero, sonrojándose divertidamente sólo atinó a decir: “Demasiado guapo para ser inteligente”. En el rico antecedente que implica nacer en medio de una acaudalada y reconocida familia a nivel mundial, la historia de Mr. Graham no podría ser más interesante a los 68 años de edad, cumplidos el pasado 22 de abril.

Egresó de Harvard, donde mantuvo un liderazgo natural durante toda su formación, a los 22 años se enlistó en el ejército y estuvo activo en la guerra de Vietnam; al regresar de combate se dio de alta como oficial en la Policía Metropolitana de Washington, D. C. y no fue sino hasta concluidas estas versátiles como aleccionadoras experiencias que decidió sumarse al esfuerzo de la comunicación, siguiendo el ejemplo de su abuelo, su padre y su madre, todos ellos figuras inmortales de los medios impresos.

Con infinidad de productos generados por este gigante de la información como las revistas Newsweek y Foreing Policy, los impresos The Root y El Tiempo Latino y los canales Cable One y Slate, entre otros, la joya de la corona resulta el Post, que en sus años de mayor luminosidad llegó a tener tirajes diarios que sobrepasaban el millón de ejemplares, números admirables bajo cualquier óptica, dado el nivel de influencia y credibilidad que ha logrado.

Como miembro activo de los comités y consejos de Facebook y el premio Pulitzer, Don Donald ha demostrado su entusiasmo y versatilidad al participar constantemente en sus decisiones y en donde es apreciado enormemente por su sencillez y buen trato personal. Seguro estoy que con la vasta experiencia que ha acumulado a lo largo de su dinámica existencia, Don Donald Edward Graham aún tiene mucho que aportar en la lucha por la verdad, el conocimiento y la información, así como por los derechos sobre la libertad de expresión y su ejercicio pleno y absoluto que, como genes, le fueron inculcados para beneplácito de la profesión que más admiro en la vida.
Hasta siempre, buen fin.

Añoranza:

Entrañablemente agradezco a la querida y distinguida familia Ealy la maravillosa oportunidad, que generosamente nos obsequian para publicar esta columna en nuestra casa: EL UNIVERSAL.

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