En la vida uno conoce a miles de mujeres y hombres, escuchas sus voces, lees sus gestos, hilas sus palabras y te desilusionan, es un destino asumido. En la vida también aprendes a leer entre líneas las ideas de los seres brillantes con los que te cruzas. Aprendes también que lo mejor es no preguntar, sino escuchar el remanso de la charla para reflexionar en torno a las ideas de los otros con los que compartes la existencia. Escuchar es un acto de honestidad profunda porque sofocas tu ego y lo nutres de silencio con el objetivo de aprender del otro.

“Intenté descubrir, en el rumor de los bosques y las olas, palabras que otros hombres no podían oír, y agucé mis oídos para escuchar la revelación de su armonía”, según escribió Gustave Flaubert acerca de la reflexión que abre esta columna… y sigo: al señor Alejandro Encinas Rodríguez uno debe aprender a escucharlo porque en sus conversaciones dicta las claves que construyen un diálogo preciso y profundo. Llevo más de tres lustros prestando atención a sus discursos y oraciones perfectas que trastocan lo que pensaba era verdadero. Es un hombre que te mide con simpatía y que te desarma con amabilidad.

Aún recuerdo como si fuera ayer la primera vez que comí con él. Fue una tarde inolvidable en el otoño del 2005 en la Ciudad de México. El encuentro se dio en el Restaurante Centro Castellano del Hotel Camino Real de Polanco. Llegué a la reunión como arriba un navegante a tierra franca. Llevaba en mis manos un sinfín de referencias del entonces Jefe de Gobierno que recién sustituía en el cargo al señor Andrés Manuel López Obrador, previo a las elecciones presidenciales del 2006. Una vez de frente, debo ser franco, no pensé encontrarme con un hombre dueño de una sencillez y gallardía que me desarmó por completo. Minutos más tarde, supe que descubrí a un gran amigo empático, sensible y gran conocedor de la política contemporánea de los idealismos.

Hace apenas un par de semanas tuve el gusto de reunirme con Alejandro en El Cardenal, de nuevo en la Ciudad de México. Aquel fue un desayuno entre amigas y amigos entrañables, un encuentro caluroso donde su tramada voz marcaba el ritmo de la conversación que giraba en torno a la vida, la pandemia, las niñas y los niños, y el futuro de México. Sin pensarlo demasiado, lo interrumpí, le advertí cariñosamente que estaba a punto de escribir acerca de su vida y obra pues llevaba varios años en el tintero este texto que no había encontrado rumbo, que de pronto tomó vida al escuchar cuál sería su próxima columna en El Universal, casa editorial que recoge las plumas de ambos en sus páginas. Por respeto a Alejandro, no revelaré aquí las intenciones de su próxima disertación.

A lo largo de los años de nuestros encuentros, ni por un instante le he visto perder la sonrisa que lleva enmarcada de forma permanente. La agobiante agenda laboral que desempeña como Subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración de la Secretaría de Gobernación le permite demostrar no sólo su capacidad como un profesional de la política, sino que nos permite descubrir su verdadero lado humano de sólida ética y moral intachable. Alejandro trabaja a favor de México más allá de geografías y colores partidistas, es el prohombre de la izquierda pura de nuestro país.

Después del grandioso triunfo del 2018, del señor presidente Andrés Manuel López Obrador, me fue dada la encomienda de ponerme a las órdenes de Alejandro. Emocionado, confieso, tomé el celular e hice la llamada con la seriedad propia de alguien que retoma el contacto con sus amigos después de varios años de no cruzar una sola palabra. Al inicio adopté el tono serio que correspondía al momento, intercambiamos un par de frases y pronto me interrumpió Alejandro con su simpatía sin igual diciendo: “¿Qué pasó, gordo, qué no somos amigos, por qué tanta seriedad?”. Así, disfrutando del gran momento político, retomamos una conversación que jamás termina y que se construye paso a paso con cada nuevo encuentro. Alejandro es un gran amigo a quien aprecio con sinceridad y por quien profeso un afecto incondicional y verdadero.

A partir de nuestro reencuentro y hasta hace un par de semanas, honestamente ya perdí la cuenta, nos reunimos de manera habitual. Lo mismo nos vemos en desayunos, comidas, cenas, juntas, reuniones, eventos y foros que hemos celebrado a lo largo de los últimos tres años, tanto en mi bendita tierra como en el centro y sur de México. Aseguro y confieso que al Subsecretario cada día le aprendo más, le respeto más y le admiro aún más.

El pasado 18 de diciembre del 2020, justo el día del cumpleaños de mi adorado padre, se llevó a cabo en el Centro Estatal de las Artes de Tijuana, Baja California, en el marco del Día Internacional del Migrante, decretado por La Organización de las Naciones Unidas en el año 2000. El Subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración, Alejandro Encinas Rodríguez, acudió al encuentro con la máxima representación del Gobierno de la República para encabezar la celebración donde expresó el mensaje de unión y paz del señor presidente López Obrador. Hasta ese momento jamás había recapacitado en que no lo había escuchado hablar frente a un auditorio de tal magnitud. Lo sorprendente y conmovedor para mí fue entender por qué es quién es. Por qué ha llegado hasta donde ha llegado. Su oratoria no tiene desperdicio, es de una elocuencia brillante y genera en el público un sentimiento especial que les permite abrazar sus palabras. Quienes tienen la fortuna de conocerlo sabrán que digo la verdad, es un gran hombre, un caballero humano y político en pleno siglo XXI.

A lo largo de su carrera, Alejandro se ha desempeñado como un extraordinario parlamentario como Senador de la LXII legislatura, diputado federal de la LIII y LV legislatura y como constituyente de la Ciudad de México que dejó en el pasado el nombre de Distrito Federal. Se trata de una figura legendaria por su limpia trayectoria en su exitosa carrera; esta semana llegó a la edad de 67 años, al momento que narra las historias enternecedoras de sus nietas y nietos. Es un hombre en plenitud familiar, satisfecho del ejercicio público, con gran entereza, entrega y calidad humana.

Querido Alejandro, desde este espacio te ofrezco un abrazo fuerte y solidario, admirado amigo. Te deseo una larga vida, fructífera y cariñosa y me despido de ti con esta reflexión de Albert Camus, a quien estoy seguro conoces por tu amor al pensamiento filosófico y fundamental de la resistencia: “No camines delante de mí... puede que no te siga. No camines detrás de mí... puede que no te guíe. Camina a mi lado... sólo sé mi amigo”. Aquí mi mano, Alejandro, aquí mi sonrisa, aquí dejo a tus órdenes mi tiempo para compartirlo siempre, amigo.

Hasta siempre, buen fin.

Google News

TEMAS RELACIONADOS