Todo gobierno debe ser optimista aún en la adversidad. La promesa de Winston Churchill de “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor” a los ingleses era un mensaje sobre un futuro sombrío, pero, aún en las circunstancias difíciles, el primer ministro transmitió aliento, ya que confiaba en que las fuerzas británicas eran más fuertes de lo que aparentaban ante los ojos de sus enemigos. Su gobierno tenía credibilidad y la mantuvo durante la Segunda Guerra Mundial.

Esta semana, el subsecretario de Hacienda, Gabriel Yorio, afirmó que “la recuperación de las actividades económicas ya están iniciando porque algunos sectores ya tocaron fondo… se espera que la reactivación se dará en forma de palomita” (El Universal, 26-06-20). Hay datos duros que apoyan esta declaración y otros que la desmienten y revelan un panorama económico menos favorable. El optimismo o el pesimismo, ambos, tienen sustento argumentativo.

Las situaciones de crisis como la que vivimos -una caída del PIB de gran magnitud- exigen un gobierno con un alto grado de credibilidad que pueda mover a la sociedad en un rumbo determinado estratégicamente para obtener lo mejor o evitar lo peor. En la adversidad hay que mantener la esperanza de la sociedad en un futuro más promisorio.

En el sexenio de Miguel de la Madrid vivimos un periodo de hiperinflación, deterioro drástico del poder adquisitivo y aumento de la pobreza producto de las políticas populistas que lo precedieron. Este escenario sombrío se agravó por la poca confianza en un régimen político opaco -como quedó demostrado en el ocultamiento de muertos del terremoto de 1985- y por la parálisis provocada por sus propios temores ante una participación ciudadana emergente no controlada desde el poder -el secretario de Gobernación era Manuel Barttlet- y encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas.

La credibilidad en el gobierno era baja en la mayoría de la población y nula en el segmento de alta escolaridad. Esta circunstancia surgió como consecuencia de que en los años setenta, el Echeverriato se caracterizó por un discurso contradictorio, inconsistente y oportunista y el Lopezportillismo se distinguió por la creación de fantasías discursivas que encubrieron una realidad que derrumbó en pocos meses las falsas expectativas sociales erigidas cual castillo en las nubes por los excesos demagógicos.

Hace dos años, el gobierno autodenominado de la 4T ganó las elecciones con una votación superior al 50% en condiciones de equidad democrática, lo que le otorgó una amplia legitimidad para impulsar un proyecto político diferente al que había sido hegemónico en las dos primeras décadas del siglo XXI.

La democracia representativa con tendencias pluralistas y promotora de la transparencia, el gobierno abierto y el reconocimiento de autonomías constitucionales fue derrotado en las urnas por la desconexión con las causas populares, la superficialidad y la corrupción de sus líderes. El orden de los factores no altera el desprestigio de la hoy casi inexistente oposición política -PRI, PAN y PRD- expresada en el rechazo en las elecciones pasadas y la desfavorable expectativa de voto de cara al 2021.

En este contexto, lo importante hoy no es quien va adelante en las intenciones de voto, sino cómo movilizar a la sociedad y generar confianza en que habrá en breve una recuperación económica que beneficiará a la mayoría, no sólo a la clientela política Morena o a los que siempre se han beneficiado de las crisis financieras.

De ahí que la credibilidad en el gobierno sirva para que el discurso optimista genere la esperanza en un futuro mejor y se evite el conflicto social que surge de la desilusión o el fatalismo. La delincuencia organizada recluta jóvenes cuyas expectativas de vida son sombrías. La superación de la crisis necesita que la mayoría vea un liderazgo confiable en el gobierno.

Sin embargo, cuando la credibilidad se desgasta por el abuso de los “otros datos”, el insulto, la descalificación o las amenazas inventadas, los efectos del optimismo gubernamental pueden ser perjudiciales. En ese momento, una buena noticia del poder público se convierte en un presagio de que va a suceder lo contrario y la capacidad de convocatoria en torno a una acción gubernamental disminuye, salvo que recurra a sus huestes con un discurso intolerante y excluyente y utilice la discordia para la movilización social.

El bienestar sólo es real, duradero y sustentable cuando existe un gobierno con la credibilidad que actúa en favor de la colectividad. No basta ganar en las urnas. Todos quisiéramos creer, como el Subsecretario, que la recuperación será en forma de palomita pero ¿qué tanto es creíble este discurso en las condiciones actuales?

La credibilidad gubernamental es un elemento esencial para la superación de las crisis y evitar que la confrontación social sea generalizada. La convocatoria de un liderazgo prudente y confiable es la base para iniciar una nueva normalidad en la que el conflicto no sea su rasgo principal, ni mucho menos la estrategia política.

Socio Director de Sideris, Consultoría Legal
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