¿Quiénes somos? ¿Dónde estamos posicionados ideológicamente? ¿Cuál es la relación de las personas, grupos e intereses con el gobierno? ¿Cuál con la oposición o la llamada sociedad civil? ¿Cuál es la opinión respecto a los sucesos recientes? ¿Cuál es el discurso en el neoliberalismo derrotado o en el populismo triunfante? ¿Cuál es la importancia del nacionalismo frente a la globalización y la formación de bloques comerciales?

Esas interrogantes para algunos personajes políticos son la expresión de su propia crisis existencial frente a su trayectoria (lo que fueron), su presente en el gobierno, en un partido político, un órgano autónomo constitucional, un miembro del poder judicial o legislativo, un activista social, un comunicador o un líder de la sociedad civil (lo que son) y su futuro en relación con su visión de país y su persona (lo que quieren ser).

El análisis simplista se reduce a explicaciones de índole psicológica. La ambición irracional por el poder, la avaricia por el dinero, la búsqueda incesante de reconocimiento social, el apego excesivo a ideas, frustraciones y resentimientos propios y la exacerbación de la soberbia, la envidia o el egoísmo son enjuiciamiento constante a las figuras públicas de cualquier, ya sea en el nivel internacional, nacional, local, municipal, comunitario o vecinal. El discurso recurre con demasiada frecuencia a la descalificación con adjetivos como locura, necedad, ignorancia o perversión.

En el lenguaje político se convierte en etiquetas excluyentes: fifís, chairos, peje zombis, conservadores, neoliberales, populistas, conservadores, progresistas, rojillos, mochos y una larga lista. ¿Quién hubiera imaginado que AMLO sería el beneficiario político de la firma del T-MEC (modernización del TLCAN) hace diez años?

Los que todo lo sabían y tenían las soluciones para los problemas del país, identificados como los “tecnócratas de la política” están calladitos y agazapados en organizaciones privadas o sus despachos de consultoría o agachaditos en la administración pública recibiendo instrucciones y, en ocasiones, regañados por los “políticos-políticos”. Carlos Urzúa, ex secretario de Hacienda, no aceptó este trato, y regresó a la academia.

Los que tienen su primera oportunidad en la vida política y/o administrativa que desean ascender en la estructura vertical del grupo gobernante y están dispuestos a fingir ceguera ante hechos evidentes que exigen una reacción de la institución que representan o la investidura que asumieron. La Presidenta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Rosario Piedra Ibarra, para evitar ser una caja de resonancia que afecte la imagen del gobierno en el ámbito internacional, guarda un silencio criminal en el asunto de los niños con cáncer.

Los que reniegan de su pasado para colocarse en el lado “correcto de la historia” y obtener o consolidar su reconocimiento social y político desde una posición gubernamental o un activismo social afín a la 4T. En este caso se encuentra la ministra en retiro Sánchez Cordero juzgó como brutalidad policiaca los sucesos de Atenco y hoy consideró que eran labores de orden a la actuación de la Guardia Nacional en la frontera sur. También, el Padre Solalinde que repentinamente se quedó mudo en su estridente defensa de los migrantes.

Los que creen que la realidad cambia por el deseo político o la promulgación de una ley y caen en paupérrimos análisis de la realidad para ser corifeos de la palabra presidencial y seguir en su equipo de cercanos. En este grupo se identifica al Secretario de Comunicaciones y Transportes, Jiménez Espriú que primero afirma que es inviable la rifa del avión presidencial y después que se enteró que su jefe la promovía, cambió de opinión y se lamentó de que a él no se le hubiera ocurrido antes o el Secretario de Salud, Jorge Alcocer, que sabe que los servicios de salud, lamentablemente, no pueden cambiar de la noche a la mañana, ni siquiera llegar a la gratuidad total en un plazo corto, pero no se atreve a incorporarlo a su discurso público.

Los que siempre tienen la vista en el futuro, en la sucesión presidencial, por lo que actúan para acumular y, en su caso, no perder posibles apoyos en espera de los tiempos precisos para impulsar su proyecto personal o de grupo. En este campo se desarrolla la grilla palaciega, la renovación de la práctica del tapado y la justificación de lo injustificable como sucedió en el caso Bartlett.

Los que nos les queda otra que ser oposición -responsable o irresponsable- que deben construir una propuesta alternativa en menos de dos años y no saben ni siquiera lo que quieren como organizaciones políticas y se hunden en su división y burocratismo.

Los que son responsables de cumplir con un cometido político, gubernamental, económico o administrativo y que ven con desánimo la incertidumbre que existe. Los que depositaron su esperanza en un cambio que no llega y no llegará en la medida en que sus promotores sigan empeñados en destruir las instituciones y culpar al pasado. Vivimos una crisis existencial de la política mexicana.

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