Esta semana el presidente López Obrador amenazó con darle otra vuelta a la tuerca presupuestal y analizar con su gabinete mas recortes a los gastos “superfluos” del aparato administrativo que tiene bajo su mando. Parece que no entiende la lección de los efectos negativos para su gobierno que ha ocasionado la austeridad anoréxica a la que ha sometido a las dependencias y entidades, que operan por debajo de los mínimos requeridos para una gestión adecuada, oportuna y de calidad.

En los primeros años de su sexenio eliminó programas que daban resultados en términos que atendían a la población de menores recursos como el seguro popular que redujo significativamente el acceso a la salud a los más pobres; limitó el gasto en tecnologías de la informacion y comunicación que provocó el mal funcionamiento de diversas áreas como la suspensión del COMPRANET y el aumento de la brecha digital entre el sector público y el privado; disminuyó el gasto en mantenimiento a la infraestructura básica que se tradujo en apagones y en la tragedia de la línea 12 del metro; desapareció los fideicomisos no entidad que afectaron a la investigación, las artes, la cultura y el deporte; eliminó los apoyos a las guarderías dejando a miles de niños y madres trabajadores sin el acceso a este servicio; no destinó suficientes recursos para la capacitación, certificación y mejora en el sistema aeroportuario que mantiene a México en la categoría 2 que ha afectado a la industria significativamente y un larguísimo etcétera.

Una estrategia administrativa basada en el lema falaz de “lo mismo, pero más barato” puede funcionar en una cadena de farmacias, más no en un gobierno que debe rendir resultados de la mayor calidad posible al mayor número de población. Esto último se logra con la innovación y la mejora permanente, así como la incorporación de talento humano profesionalizado en condiciones laborales competitivas con respecto al mercado.

La innovación encuentra un ambiente propicio para su generación cuando hay un orden administrativo mínimo que respete estructuras y procesos. En cambio, cuando la ruta se fija en una conferencia de prensa mañanera, con base en la conveniencia política, sin tomar en cuenta una estrategia de largo plazo, sin medir las capacidades reales de las organizaciones, ni los recursos disponibles, entonces, cualquier recorte en el presupuesto, en lugar de ser un uso racional de los recursos, se convierte en un obstáculo para que la acción gubernamental sea eficiente, eficaz y oportuna.

Hay que mencionar, a pesar de lo evidente que debiera ser, que el impulso innovador en una organización debe ser compartido por todo el capital humano que la integra, incluida en forma especial la dirección, cuya ausencia es el principal factor de fracasos en los procesos de transformación.

La austeridad franciscana no es innovadora, sino todo lo contario. La falta de recursos en las áreas de planeación, dirección, capacitación y evaluación y la operación en condiciones de precariedad presupuestal reduce el potencial de respuesta del aparato administrativo frente a las demandas de la sociedad.

Sin innovación, la única “estrategia” administrativa es el bomberazo y el montaje de escenarios de comunicación social que ocultan los rezagos e insuficiencias. Por ejemplo, el día de la inauguración del AIFA hubo más personas en sus instalaciones que los pasajeros que transitan por ahí en un mes. Ni el presidente utiliza ese aeropuerto en sus viajes a Villahermosa, Tabasco.

La idea de innovación significa dominar la incertidumbre, agregar valor en cada paso de los procesos, reducir los costos políticos, económicos y sociales, construir estructuras más flexibles y horizontales, el uso intensivo de las tecnologías de información y de comunicación, crear un ambiente propicio para dar una solución eficaz y oportuna a los obstáculos en la consecución de los fines grupales.

Los valores de la innovación administrativa, en sociedades democráticas-pluralistas, son la promoción de organizaciones horizontales; la descentralización de la toma de decisiones; el respeto y promoción de las autonomías individuales y colectivas, reconocidas y concedidas; el merito y la competencia como forma de participación en los bienes y servicios públicos, y la integración, la inclusión y la sustentabilidad del desarrollo organizacional y económico.

La innovación es el camino para cumplirle al pueblo. La narrativa triunfalista sólo adormece su espíritu crítico que irremediablemente despertará cuando la falta de adaptación oportuna a la complejidad del mundo globalizado se perciba con mayor fuerza y el rezago del aparato administrativo sea de tal magnitud que se identifique como un estorbo en la vida política, económica y social como sucedió en los años ochenta como resultado del fracaso del populismo autoritario. Empobrecer a la función pública es el camino para empoderar a los grandes capitanes del sector privado. La innovación pública es la única vía para que el interés general se imponga a los particulares.

Investigador del Instituto Mexicano de Estudios
Estratégicos de Seguridad y Defensa Nacionales
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www.carlosmatute.com.mx

 

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