Toda acción humana tiene su propio lenguaje. El poder no es la excepción. Comunica sus propósitos con ciertas palabras que lo identifican con un segmento de la población (minoritario o mayoritario), que develan su ideología y alianzas. No es extraño que los liberales prefieran sociedad civil desarrollada, los demócratas cristianos bien común, los comunistas proletariado y los socialistas justicia social para referirse al objetivo primordial de una comunidad moderna.

El gobierno autodenominado de la 4T y sus aliados utilizan el lenguaje del caudillo. Hay un mimetismo similar al que existía en el autoritarismo populista de partido hegemónico del siglo pasado. Hay que reconocer que las palabras son llanas y directas, pero ambiguas que dan lugar a diversas interpretaciones. Cada destinatario escucha lo que quiere escuchar.

El discurso es limitado a pocas frases que se repiten al infinito, que busca adhesión a una causa, pero es repelente a la crítica que requiere de un lenguaje más preciso para el debate de las ideas. Cualquier cuestionamiento al gobierno se explica con frases vagas como “eso es pura politiquería”, “se oponen a la austeridad republicana”, “no somo iguales”, “no permitir la corrupción”, “el pueblo manda y nosotros obedecemos” y “un sinfín de clichés para eludir dar una respuesta franca”.

Las palabras ambiguas ocultan realidades e intenciones y construyen un lenguaje críptico que sólo entienden los iniciados y cuando lo utiliza el poder, los analistas políticos se transforman en descifradores de la voluntad del gobernante. Así la invitación al adversario a competir en una elección libremente, sin el apoyo del grupo mayoritario que representa a las fuerzas reales (ahora de la encuesta), es un rompimiento que puede llegar a la violencia tal y como lo describe Martín Luis Guzmán, en “La sombra del caudillo”.

El lenguaje simplista llega al oído del pueblo bueno y sabio, pero no explica la realidad en su auténtica dimensión y no lo previene de los riesgos de la acción o la omisión política. Los rezagos en lugar de superarse se acumulan. El lenguaje técnico no llega a las mayorías y, a veces, muestra lo que nadie quiere ver y no es electoralmente redituable. Es mejor en el lenguaje del engaño la expresión “Misión cumplida” que todos entienden, que la explicación técnica que la vacuna llegará a la mayoría de la población dentro de un año y que el riesgo de contagio y muerte persiste.

La fuerza moral del presidente, que es la metáfora empleada por López-Gatell, es un lenguaje antineoliberal para el manejo de la pandemia y es uno de los engaños que más afectó la estrategia de prevención del COVID-19. La estampita con el “Detente enemigo, que el corazón de Jesús está conmigo”, que es la vacuna presidencial contra la pandemia, todo mundo entendió a que se refería, es un lenguaje accesible, pero ocultó la falta de estrategia gubernamental en marzo del 2020.

El diccionario neoliberal se conforma con palabras que AMLO no comprende. Primero, porque su castellano se quedó en el Quijote de Cervantes, según su propia idea del lenguaje, y segundo porque muchas de esas palabras que utilizan la mayoría de los líderes del mundo son incluyentes de la realidad del siglo XXI, que no entiende.

El diccionario de la autollamada 4T recupera palabras de los intelectuales orgánicos del echeverrismo, el nacionalismo revolucionario de los años ochenta y el marxismo en sus diversas vertientes. Por ejemplo, en este lenguaje la corrupción es estructural y para superarse deben modificarse las formas de explotación del capitalismo imperialista que empobrece a los pueblos periféricos.

El lenguaje cervantino no tiene palabras como interconexión e interoperabilidad -ciertamente acuñadas en el neoliberalismo-, el internet de las cosas o la ciencia de datos, pero que exista la realidad a la que se refieren es un auténtico avance en el bienestar de la población. Si estos conceptos técnicos, basados en la globalización, la acreditación y certificación de procesos, productos y competencias en instancias internacionales, el internet para todos será un engaño más del discurso político accesible a la gente.

El lenguaje en el ejercicio del poder en las sociedades que aspiran a ser líderes en el mundo del siglo XXI debe ser más acorde a una educación basada en el conocimiento científico y técnico. Los gobernantes deben buscar igualar a las personas en los niveles superiores y no conservarlas en estados bajos de entendimiento de la realidad para utilizarlas de reserva de votos en un clientelismo político conducido con frases accesibles, pero huecas de contenido o ambiguas.

Socio director de Sideris, Consultoría Legal
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