Dos años de gobierno y sólo escucho promesas no cumplidas y ocurrencias semanales, sin directrices claras, cuyo fin es sostener la popularidad del presidente con alfileres y amenazas de persecuciones a los corruptos del pasado. El bombo y los platillos son los instrumentos más socorridos en las mañaneras y las grandes transformaciones anunciadas se convierten en petardos quemados cuando salen del escenario del Palacio Nacional.

Mi interés y campo de investigación es la gestión pública. Reviso las acciones que se han emprendido y son escasos los avances, tal vez nulos. Los resultados son inversamente proporcionales a la saliva que se gasta para presumir logros inexistentes. La mayoría de las novedades son simples cambios de nomenclatura con ajustes poco significativos anunciados como transformaciones profundas. Los secretarios más efectivos son quienes han optado por trabajar con lo que hay, avanzar lo que les permite las condiciones de austeridad anoréxica y dejar la prensa para los más ineficaces e ineficientes.

Las páginas electrónicas de las entidades públicas federales parece que se congelaron en 2018, con algunas honrosas excepciones. Los directorios no están actualizados, los comunicados de prensa son escasos y se reducen a anunciar un futuro proyectado, un deseo de que las cosas van a ser distintas en breve, un diagnóstico de lo mal que estaba el país o un cúmulo de entusiasmos por el cambio. Muchísimas palabras y poquísimas realidades.

En menos de dos años, van y vienen los empresarios a Palacio Nacional para firmar programas de inversión en infraestructura y se presenta el más reciente, 200 mil millones de pesos, cuando todavía no se ha iniciado el anterior que tanto festinaron los dos hijos de los neoliberales por excelencia: Carlos Slim y Salinas Pliego.

Los sectores productivos como el chinito, mirando, solo mirando. Eso explica las tasas bajísimas de recuperación de la inversión y el consumo, que auguran un crecimiento económico lento y pausado, y las expectativas de mayor precarización del empleo y profundización de la desigualdad social son mayores. De veras, quiero ser optimista, pero el 20% de los negocios desaparecieron según cifras del INEGI.

Desde el otro lado de la raya que el presidente se ha esforzado por trazar veo pocos avances. Allá de su lado de la historia, están los neoconservadores que quieren el restablecimiento del régimen de partido hegemónico con un ejecutivo fuerte y sus aliados de ocasión, y del otro estamos todos los demás que somos etiquetados por el presidente, quien no busca a los culpables -que suelen ser sus ineficaces colaboradores-, sino quienes se la paguen mediáticamente.

Los de allá son una mayoría que será sometida a juicio en julio del 2021. Los de acá somos ciudadanos que hoy como ayer creemos en el trabajo responsable y el compromiso social para superar los rezagos ancestrales. Los de allá creen en la varita mágica del subsidio asistencial indiscriminado, los de acá pensamos que el esfuerzo continuado es el origen del bienestar y la felicidad personal y colectiva.

Los que dirigen a los de allá se han dedicado a destruir y obstaculizar desde la oposición y ahora en el gobierno. No construyen instituciones, demuelen lo que hemos edificado con tanto trabajo. Por eso no extraña que muchos de los políticos del pasado, vinculados con prácticas autoritarias y corruptas, se sientan cómodos con lo que está sucediendo y apoyen el regreso del presidencialismo autoritario. Los de acá sólo buscamos que nos dejen organizarnos, trabajar, aportar y generar ahorro.

Los de acá hemos construido un país distinto en los últimos 36 años, no sin defectos, ni rezagos, pero cada vez más grande y libre. Ciertamente, hay deudas con los más pobres, pero hemos luchado por crear el sustento básico para el desarrollo sustentable a partir de los derechos humanos e instituciones sólidas que avanzan gradualmente.

Los de acá también estábamos y estamos indignados por la corrupción y superficialidad del gobierno de Peña Nieto, pero no lo culpamos de todos nuestros males. No creemos en la mafia en el poder como fantasma justificante de todas las torpezas e inequidades de los gobiernos, ni confiamos en los mesías redentores de una imaginada decadencia.

Quiero ver con optimismo los otros datos del presidente, pero la realidad me lo impide. Vamos caminando hacia un país en el que manda un solo hombre y todos los demás obedecen y se agachan. No sé si esa es la vía para mayor igualdad social, lo dudo, mi experiencia vivida y aprendida me señalan lo contrario, pero de lo que si estoy seguro es que los de allá cada día son menos, con más poder para imponer un proyecto de forma de vivir a todos los de acá. Yo no quiero eso para mi México y el de mis hijos.

Socio director de Sideris, Consultoría Legal
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