Ni el presidente Andrés Manuel López Obrador, ni la inexperta y ausente gobernadora cuatroteísta de Guerrero, han estado a la altura de las circunstancias. No han sabido mostrar, para empezar, alguna empatía, al menos una pequeña pizca de solidaridad, por el sufrimiento que están padeciendo muchos mexicanos a consecuencia del huracán Otis.

Sumamente cuidadoso con proteger a toda costa su imagen, López Obrador se cuidó de no ser visto en Guerrero como un simple mortal. De allí su fallida visita a Acapulco: como no pudo seguir el viaje aislado en un vehículo, mejor se regresó. Así como en la epidemia por el Covid cuando evitaba ser visto con un cubrebocas; así como en aquella inundación en Tabasco, cuando sólo sobrevoló en helicóptero para ver los daños; así como ha ignorado siempre las invitaciones que le ha hecho el Poder Legislativo.

Tal comportamiento es una mala noticia para el pueblo de Guerrero, pues él tratará de pasar la página lo más rápido posible. Hay que advertir, sin embargo, que la situación económica del estado es grave, muy grave, y que lo seguirá siendo hasta, al menos, a fines del año 2024. Esto se aplica en particular a Acapulco, el lugar turístico por excelencia del país, muy querido por el resto de los mexicanos, que cuenta con una población que ronda las 800 mil personas, trabajadoras a cual más, y la mayoría de las cuales están hoy viviendo sobre el filo de la navaja.

Bueno, pensarán algunos, pues para ayudarlos de manera expedita hay que echar mano de los recursos del fideicomiso federal que se conoce como el Fondo de Desastres Naturales (Fonden). El problema es que éste ya fue extinguido por órdenes de López Obrador. El presidente siempre ha tenido una marcada preferencia por sus elefantes blancos (la refinería y el tren, por ejemplo). Y esos paquidermos son ciertamente voraces, a tal grado que ya se zamparon más de 30 mil millones de pesos que había en ese fideicomiso.

Pero, ya se apresuraron a decir los articulistas y moneros que apoyan al régimen, no hay que alarmarse pues se cuenta con otros recursos en el presupuesto del gobierno federal. Recuerdan que está activo un fondo para los desastres naturales que tenía 17 mil millones de pesos a principios del año, y al que también se le conoce como Fonden.

Nada más que hay diferencias. Para empezar, como ese fondo no es un fideicomiso no puede ser empleado multianualmente, una característica clave para atender cualquier emergencia nacional, y además carece de protocolos técnicos, los cuales hubieran podido ayudar para afrontar de manera expedita el desastre en Guerrero.

Para continuar, ese fondo está en el Ramo 23 del presupuesto, al cual acude todo el tiempo Hacienda para solventar sus gastos imprevistos. Es casi seguro que en este momento el fondo tenga menos, mucho menos, que esos 17 mil millones. Pero aun si los tuviera, ante la gran tragedia que enfrentamos esos millones serían meramente cacahuates.

El presidente tiene ante sí dos decisiones claves. La primera es si está dispuesto a sacrificar los guardaditos para la elecciones del 2024 y realmente ayudar a Guerrero. Y la segunda es si permitirá que el dinero que se asigne para el rescate sea controlado por el Ejército.

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