El movimiento opositor al presidente López Obrador no puede acapararlo todo. La oposición que busca estructurarse electoralmente de cara a la elección intermedia de este año tiene la obligación ética de cuidar el derecho de admisión.

En los poco más de dos años de sexenio, hemos visto, bajo el amparo de “ser oposición” escenas políticas deleznables. Una pancarta que exige que no nos gobierne una trabajadora doméstica. Tuits que atacan al obradorismo por el color de la piel de sus simpatizantes. Racistas que salen del closet disfrazados de contestatarios. Supremacistas del bilingüismo que consideran inútil a quien no habla inglés. Extremistas del doctorado que descalifican de tajo las capacidades de alguien que no tenga estudios de postgrado, como si México no contara una larga historia de gobernantes con pomposos títulos académicos que llevaron al país al desastre. Un empresario que se queja de que ahora lo extorsionan para cobrarle los impuestos que debió haber pagado. Otros que se rasgan las vestiduras por un aumento de diez pesos al salario mínimo diario. En el despreciable extremo máximo están quienes incluso desean la muerte al presidente, y despliegan una retórica violenta, fanática e intolerante.

Así, en el paraguas anti-AMLO hay corruptos que buscan inmunidad, empresarios abusivos que quieren mantener sus privilegios, fascistas que se legitiman con la bandera de la oposición, vulgares rateros que persiguen la redención.

¿Esa es la oposición? No. Esos son sólo algunos cuadros visibles, algunas voces cuya única relevancia es la estridencia.

La mayoría de la gente que rechaza los resultados de la gestión del presidente López Obrador no respalda tales extremismos ni cabe en ninguna de estas condenables categorías. Existe una fuerza ciudadana notable y limpia a la que no le gusta lo que está viendo en Palacio Nacional: ya se dio cuenta que no funciona, que se está empujando al país a la debacle. Esa es la que debe ser escuchada. Esa es la que, con diversidad de pensamiento, alimenta la esencia de la democracia.

Es cierto que en el obradorismo también hay corruptos que ya se redimieron para seguir robando, empresarios que ya se acomodaron para seguir abusando, fascistas disfrazados de liberales, extremistas violentos que anhelan el autoritarismo y vulgares rateros con cargo en el gabinete. Pero un movimiento que busque rivalizar con el tsunami político que gobierna México no debe apostar por el “ellos también son ladrones” porque esa fórmula terminará igualando sus excusas con las del actual régimen.

Habrá quien diga que la mejor estrategia es sumar hasta los impresentables porque sólo así se le puede ganar en la elección de este año. Desde mi punto de vista, esa ruta facilita al presidente y a su partido posicionar el discurso de que la oposición pretende regresar al pasado y no saltar al futuro, un futuro que el propio presidente ha cancelado para México.

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