En la víspera del Consejo Nacional de Morena de este fin de semana, Mario Delgado, con sus fieles, intensificó su campaña personal para diseminar entre los mandos de Morena un mensaje: yo no quería, pero los demás no suben, así que tal vez no me quede de otra más que ser candidato a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México si no queremos arriesgarnos a perderla.

Este es el “pitch” que recibieron dirigentes morenistas, según me confiaron algunos que lo escucharon de primera mano:

1.- Si Morena pierde la Ciudad de México, se compromete muchísimo la contienda presidencial.

2.- Las “corcholatas capitalinas” que han mostrado interés no han mejorado su posición en las encuestas y no representan candidaturas competitivas: la secretaria de Seguridad Ciudadana federal, Rosa Icela Rodríguez; la alcaldesa en Iztapalapa, Clara Brugada; y el secretario de Gobierno de la Ciudad, Martí Batres (quien encima quedaría inhabilitado si asume como jefe de Gobierno sustituto al renunciar Claudia Sheinbaum para buscar la candidatura presidencial).

3.- El candidato que sería competitivo, Omar García Harfuch, está vetado por el presidente López Obrador: no lo quiere por haber sido alto mando policiaco en los gobiernos del PRI y el PAN, y haberse formado con Genaro García Luna, exsecretario de Seguridad de Felipe Calderón, sentenciado en Nueva York por vínculos con el narco.

4.- La única opción que queda es Mario Delgado.

Es singular que Delgado piense de sí mismo que es una opción competitiva cuando su historia electoral no lo respalda. Era el favorito de Marcelo Ebrard para sustituirlo en la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. Ebrard le cambió la imagen, lo presentó con empresarios y medios de comunicación como su favorito, lo llenó de recursos, le puso el reflector, lo nombró en una secretaría de esas que se prestan para hacer trabajo electoral…. y Mario Delgado no pudo ganar ni la candidatura de su partido: quedó en tercer lugar debajo de Miguel Ángel Mancera (que fue el candidato) y Alejandra Barrales.

Con el tiempo, Mario Delgado enfrió su relación con Ebrard y se obradorizó: se despojó de sus principios, revirtió como coordinador en el Congreso leyes que él mismo había aprobado pocos años antes, está señalado por presuntos financiamientos turbios y ganó la dirigencia de Morena en una ruta de tres encuestas que de tan burda se volvió meme.

Montado en los hombros de Andrés Manuel, haciendo eco de la metralla de insultos de la mañanera, ha entregado buenas cuentas como dirigente de partido: aunque perdió la Ciudad de México y la supermayoría legislativa, ha arrasado a nivel gubernaturas y el reciente triunfo en el estratégico Estado de México lo tiene en lo alto.

Ahora quiere dejar encaminada la sucesión presidencial a gusto textual de López Obrador, y con eso ganarse el visto bueno para el cargo que lleva muchos años anhelando. Veremos.

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