Siempre he sostenido que el presidente ya había logrado su sano objetivo de separar el poder económico del poder político cuando decidió cancelar el aeropuerto de Texcoco. Quizá no se había dado cuenta que su sola llegada al poder tenía al empresariado de rodillas.

El gran perdedor del Texcocazo fue el propio presidente. Los empresarios obtuvieron nuevos contratos, los inversionistas fueron compensados por el gobierno, y en cambio, la señal de desconfianza enviada a los mercados financieros terminó paralizando la economía mexicana y dejando expuesto a un presidente que seguía apostando que creceríamos al 2%. Va a ser cero.

La semana pasada se aventó otro Texcocazo.

El presidente aborrecía la reforma educativa aprobada en 2013 y que no alcanzó a implementarse bien. El odio era personal, quizá porque los impulsores de esa reforma son enemigos a los que detesta: el Pacto Por México con el que fue arrinconado, el PRI de Peña Nieto, el PAN que le revuelve el estómago, el PRD de Los Chuchos, los organismos de la sociedad civil que desprecia por fifís, la experiencia de instituciones internacionales a las que considera imperialistas y neoliberales.

Pero todos ellos, tan pronto llegó el presidente al poder, se pusieron a sus órdenes para encontrar la manera de implementar mejor, arreglar donde hiciera falta, limpiar de cualquier corruptela una reforma educativa que además era muy popular entre la gente.

El presidente López Obrador no quiso ni acercárseles. Tampoco se atrevió a hacer una consulta seria sobre la permanencia de la reforma. Estoy convencido de que hubiera perdido su propuesta de derogarla y entregar la rectoría de la Educación a los sindicatos, esos sí muy impopulares: el SNTE, reconquistado por Elba Esther Gordillo, y la CNTE, asociada a paros, ausentismo y violencia más que a maestros en las aulas.

Con su nueva reforma educativa, el presidente López Obrador ha cometido el error político más grave de lo que lleva su sexenio.

Raro en un hombre cuya intuición política es elogiada, con un récord de aciertos que mantiene desconcertados a los partidos de oposición.

El error consiste en que ha decidido empoderar a dos actores políticos que van a traicionarlo, porque eso es lo que han hecho históricamente, desde que existen en el juego político mexicano (y existen mucho antes de que López Obrador fuera una figura relevante). Empoderar a la CNTE y Elba Esther es echarse dos alacranes al hombro. Y lo van a picar, porque está en su naturaleza. Se equivoca si piensa que tiene sus lealtades en la bolsa.

Ceder la rectoría de la Educación, privatizarla a dos grupos llenos de vicios y aprobar en el Congreso que se implementen de nuevo las peores prácticas arriesga el legado que tiene en mente. Porque en temas educativos, no hay resultados inmediatos, pero los años pasan factura. La nueva reforma garantiza el fracaso estructural.

historiasreportero@gmail.com

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