No creo que haya un mexicano que dedique más tiempo de su día a hablar que el presidente López Obrador. Para el presidente gobernar es hablar. Hablar sobre todo de sí mismo, de sus autoproclamadas virtudes, aciertos, cualidades. Y en segundo lugar, de sus obsesiones: sus adversarios reales o inventados, las incesantes conspiraciones del mundo entero en su contra. Su frase de que tiene “otros datos” es el sello de su discurso: construir su propia realidad a contrapelo de los datos verificados, científicos, técnicos. La mentira, pues. Habla, habla, habla. Y miente, miente, miente.

El desgaste de esa dinámica es brutal. Dice con frecuencia que cuida la investidura presidencial, pero la somete a la erosión diaria de tantas mentiras, tantos datos sin sustento real y tantos ataques, calumnias y descalificaciones morales, que se ha registrado una devaluación de la palabra del presidente: cada vez es más frecuente que no se tome en serio lo que dice o de plano se le tire a loco.

Su conferencia mañanera se ha vuelto una rutina que incluso aburre: autoelogio, lanzamiento de teorías sin fundamento, gestación de conspiraciones de todo tipo, mentiras flagrantes y ataques a personas, desde líderes opositores, intelectuales o periodistas hasta papás de niños con cáncer, trabajadoras de estancias infantiles o mujeres que exigen acciones del gobierno contra la violencia. Ningún presidente había insultado a los ciudadanos directamente. López Obrador lo hace constantemente. Su blanco de moda es la clase media, pero se irá ese y vendrán otros.

La palabra del presidente se ha vuelto la de un merolico que recita un guión conocido, gastado, al que sólo le va cambiando nombres en el apartado de ataques.

Ante tal desgaste, su palabra ya no pesa. Es anécdota, chiste, la barbaridad del día.

El problema es que no deja de ser la palabra de un presidente con todo el poder institucional en sus manos, que ha mostrado saber usarlo contra sus adversarios en forma disfrazada. Tirando la piedra, escondiendo la mano y soltando la boca.

SACIAMORBOS

1.- Tal vez su mal humor postelectoral está también alentado por otros factores en Palacio…

2.- El famoso dictamen sobre las causas del desplome del Metro resultó ser un peritaje político. Habló de trabes, pernos y soldaduras, pero su conclusión fue la diseñada y filtrada a los medios por el gobierno de la CDMX: fue la construcción, no el mantenimiento. Fue Marcelo, no Claudia. Si algo enseñó la trayectoria del presidente López Obrador es que en política mexicana nunca nadie está totalmente muerto. Otro ejemplo fue Marcelo Ebrard. Se le decretó muerte temprana cuando, bajo sospecha de corrupción, tuvo que huir a París. Regresó como poderosísimo canciller. Ahora está de nuevo en la lona por la Línea 12. A ver si sobrevive, echando mano de los favores que le ha hecho al presidente y basándose en que controla a un grupo de diputados tanto en Morena como en el Verde.

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