Cuando arrancó el sexenio, el gasto público tuvo una caída drástica. Algo de eso era esperable: siempre tardan en arrancar los gobiernos, los funcionarios demoran en entender el funcionamiento de las cosas y los recursos fluyen despacio. Encima de esto, el presidente López Obrador ordenó concentrar todas las compras de gobierno en una sola persona con la esperanza de que esto frenaría la corrupción, así que el retraso en el flujo del presupuesto fue todavía mayor. El atorón quedó registrado en los datos oficiales de las finanzas públicas: diciembre de 2018 que tomaron posesión, enero de 2019 y meses subsecuentes la economía sufrió por la falta de gasto del gobierno.

Ya pasó un año y la cosa no se compone. Se acaban de dar a conocer las nuevas cifras oficiales: en enero, el gasto público siguió cayendo, en comparación con enero de año 2019, es decir, aún peor que en el mes casi de arranque. Y lo que resulta más salvaje: sigue cayendo el gasto público en salud. Es decir, la crisis por desabasto de medicinas y falta de atención médica que despertó el año pasado no les tocó el corazón, no ha incentivado al gobierno a soltar el dinero para comprar lo que se necesita y atender el sufrimiento de niños y mujeres con cáncer, pacientes con VIH, y demás grupos que han protestado ante la indolencia oficial.

Indolencia también la que se exhibe frente a las víctimas de la delincuencia organizada. Marcadamente contra las mujeres. Las propias voces feministas reconocen que esa indolencia del presidente López Obrador generó una indignación que derivó en una movilización más potente. El clímax de su desdén fue anunciar ayer que los boletos de la rifa del avión presidencial -ese inagotable distractor- comenzarán a venderse el 9 de marzo, el mero día del paro de mujeres.

Indolencia que quizá tuvo su retrato más diáfano en Macuspana, Tabasco. Excepción que confirma la regla, López Obrador suele ser profeta en su tierra. Normalmente lo adoran. Pero el fin de semana en un mitin, vimos otra vez al presidente enojadísimo, iracundo. No le gustó cuando cientos de personas congregadas para verlo le respondieron que no recibían las becas para estudiantes ni tampoco para niños con discapacidad. Desde el templete, les dijo mentirosos y conservadores. Sí, a sus propios simpatizantes.

Esa negación de la realidad, esa indolencia en la gestión pública, esa incapacidad para reactivar la economía, mejorar la seguridad, combatir la corrupción o al menos ofrecer los mismos servicios malos de salud (y no peores), empieza a cobrar factura:

Abrimos la semana con varias encuestas que exhibieron que en el transcurso de un año, el presidente ha experimentado una drástica caída en su popularidad. Son las mismas encuestas que lo tenían en 70-80%, las mismas que López Obrador presumía sonriente en las conferencias mañaneras. Caídas de 10, 15, 20 puntos porcentuales en tan solo doce meses. Ha caído entre las mujeres, ha caído todavía más entre personas con escolaridad. Sigue siendo un presidente con buena popularidad, pero ya no es la de antes. Y sobre todo, asombra la velocidad de la caída.

Ojalá los gritos en Tabasco y los bajones en las encuestas le sirvan para tomarle el pulso a una realidad que no parece admitir y sean alertas para rectificar.

SACIAMORBOS

El coranavirus tiene un doble efecto: en salud y en economía. En México, nos agarra con la guardia baja en salud y con la guardia baja en economía. Ojalá haga calor.

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