Lo único raro que notó el general Salvador Cienfuegos antes de abordar ese vuelo a Los Ángeles fue que un hombre le estuvo tomando fotos discretamente en el aeropuerto de la Ciudad de México. Ese hombre abordó primero y se sentó en la zona de primera clase. Quien fuera secretario de Defensa Nacional en el sexenio de Enrique Peña Nieto ocupó con su familia los asientos en clase Turista. ¿Quién era ese hombre? En la era de las redes sociales y los teléfonos inteligentes, una foto que intenta no ser detectada no es motivo de particular sospecha.

Así que nada parecía salirse de lo normal. El general Cienfuegos y su familia estaban listos para unos días de descanso en Los Ángeles y San Diego, California. Cuando la nave aterrizó y descendieron para realizar el habitual trámite de Migración y Aduanas, fueron amablemente interceptados por una persona que, tras preguntarles si viajaban juntos, les pidió que la acompañaran como familia, separados de los demás pasajeros. Aquello parecía mucho más una cortesía para quien fuera un alto funcionario, condecorado por el gobierno estadounidense, que el inicio de la aprehensión de un exsecretario de estado acusado de poner el Ejército al servicio de un cártel del narcotráfico.

Los Cienfuegos fueron llevados a una sala tipo VIP, donde otra persona pidió al general que la acompañara a otra habitación, mientras los demás lo esperaban. De nuevo: para la familia, aquello se veía como la continuación de una deferencia.

No lo era. Le habían tendido la cama, como se dice. Cienfuegos no volvió a reunirse con los suyos. Más de una hora después, la familia recibió la noticia: Salvador Cienfuegos Zepeda, ex secretario de la Defensa Nacional, era acusado de coludirse con el narcotráfico y estaba detenido por las autoridades de Estados Unidos. El general de cuatro estrellas sólo alcanzó a comunicar a su esposa que realizara un par de llamadas clave a sus cercanos para informar de su situación y pedir auxilio. En la familia reinaron el desconcierto y el drama. ¿Qué había hecho? ¿Por qué lo detenían? ¿Cómo a él, a quien Estados Unidos había tenido la confianza de incluir en el Comando Norte, en el Comando Sur, que fue homenajeado unas semanas antes de dejar su cargo, que tenía un acceso privilegiado al Pentágono, a la CIA? ¿Qué estaba pasando? ¿Había hecho algo y nadie supo? ¿Era una injusticia? ¿Lo habían confundido? “Confíen en mí”, mandó el general Cienfuegos como mensaje, a manera de clamor de inocencia.

Lo que siguió fue una operación de Estado para liberar al general Cienfuegos. Tomó un mes.

Si bien la reacción inicial del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, fue colocar al general Cienfuegos en el basurero de los corruptos del pasado y usarlo como combustible para su narrativa político-electoral, fue el propio presidente de México quien intervino decisivamente para pedir a su homólogo estadounidense, Donald Trump, la liberación del militar de alto rango.

El presidente cambió de opinión sobre el caso debido a la influencia de una persona en particular: el actual secretario de la Defensa Nacional, el general Luis Cresencio Sandoval.

El general Sandoval no sólo es el sucesor del general Cienfuegos en el cargo. Es en buena medida su hechura. A lo largo del sexenio anterior, pasaban mucho tiempo trabajando juntos: reuniones, giras, vuelos, operaciones. Sería difícil pensar que Cienfuegos se hubiera coludido con el narco y Sandoval nunca hubiera sospechado. Sería difícil pensar que Cienfuegos intercambiara miles de mensajes por celular con un operador del crimen organizado sin que tuviera noticia de ello Sandoval, hombre de su confianza y mando central en las operaciones cotidianas del Ejército.

Por eso, el secretario de la Defensa actual, recogiendo también la preocupación de la élite militar, presentó en la junta matutina al presidente de México una exposición detallada de quién era a su juicio Cienfuegos, por qué era inocente de los cargos de narcotráfico que se le imputaban y por qué había que intervenir a su favor. Habló de su personalidad, de su gestión, incluso de su dinero, de su casa en Ciudad Satélite, Estado de México, y su modo de vida. Conociendo las posturas del presidente López Obrador sobre el expediente de derechos humanos del Ejército mexicano en el sexenio pasado y su diagnóstico sobre la corrupción del pasado, insistió en que la acusación por la que fue detenido Cienfuegos no tenía que ver ni con una cosa ni con la otra.

El general Cresencio Sandoval, pues, fue clave para que el presidente López Obrador entendiera lo que estaba en juego y decidiera usar el capital político que a lo largo de dos años de gobierno acumuló frente al presidente Trump. La implementación de esta decisión corrió a cargo del canciller Marcelo Ebrard. Del otro lado de la mesa, además del fiscal William Barr, intervino también el superasesor y yerno del mandatario estadounidense, Jared Kushner.

Un mes y tres días después de aquel vuelo de la Ciudad de México a Los Ángeles en el que lo único raro que notó fue que un hombre le tomaba fotos discretamente, el general Cienfuegos quedó libre. Llegó a México por vía aérea el 18 de noviembre. Pude reconstruir esta historia con base en fuentes cercanas a su protagonista y al gobierno federal mexicano, que me relataron así lo sucedido.

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