El presidente delinea la segunda mitad de su mandato: está en campaña. De vuelta al Zócalo tan suyo, tan lleno de gente, en su mejor forma, donde se siente más cómodo, más auténtico, más él. Un gobierno que sólo tiene palabras, necesita permanentemente el discurso. Y en el Zócalo, a falta de resultados, sobran arengas.

Como el presidente está en campaña y así estará los tres años que le quedan, el gobierno ya lo dejó encargado al Ejército. Con el Ejército todo, sin el Ejército nada. El vicepresidente se llama Luis Cresencio Sandoval, general secretario de la Defensa Nacional. Él está encargado de todo: hacer obras, repartir medicinas y vacunas, llevar gas a los hogares, combatir a los delincuentes, hacer cuarteles para la Guardia Nacional, construir las sucursales del banco más extenso de México para repartir los programas sociales. Mientras su jefe habla, él trata de seguirle el ritmo. Capricho a capricho. Ocurrencia a ocurrencia. El discurso de los tres años fue un listado de agradecimientos a todo lo que los militares hacen. La defensa a ultranza de la militarización del país tiene su momento cumbre cuando un presidente, a gritos, dice que el Ejército en nuestro país es fruto de la Revolución Mexicana, que no deriva de las élites como en otras naciones, que no es parte de la oligarquía, y que los soldados son pueblo, pueblo uniformado.

Sin el Ejército, el presidente no puede hacer campaña. Y en la sucesión presidencial le va todo: ya se dio cuenta de que su lugar en la historia será definido en buena medida por quien lo suceda en el poder. Enderezar su pretendida transformación y encumbrarlo hasta la categoría de héroe nacional, o revisar sus barbaridades, abrirle expedientes y condenarlo al basurero de la historia.

En franca campaña y con los militares detrás, en el Zócalo dejó su estrategia para el resto del sexenio: viene la versión más dura de López Obrador. Se acabó el esfuerzo por simular que era tolerante, dialogante, que extendía la mano, que estaba interesado en escuchar al otro. El presidente nunca se sintió a gusto en una mesa de negociación. Lo suyo es la imposición. Y ya lo dejó claro: para él, nada se logra con medias tintas. Lo dijo con todas sus letras: el presidente no se va a correr al centro, él es de izquierda. Y su interpretación del ser de izquierda consiste en radicalizarse, taparse -aún más- ojos y oídos. Para AMLO, llegar a un entendimiento con el otro no es una virtud democrática sino una tibieza de los flacos de espíritu.

El presidente tiene su estrategia de campaña: polarizar y dividir a la oposición. Y tiene blindaje por si llega a perder la elección de 2024: él será el eterno comandante supremo de las fuerzas armadas, que estarán agradecidas hasta su último suspiro con “el general” Andrés Manuel López Obrador.

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