No es que Estados Unidos, México, Centroamérica y el Caribe seamos remansos de tranquilidad, pero de repente los estallidos sociales se multiplicaron de manera simultánea.

Hay en nuestra región una tormenta perfecta, con efectos devastadores por la escasa capacidad de respuesta de los gobiernos ante la triple crisis sanitaria-ambiental, económica y de violencia.

En Estados Unidos hay una verdadera guerra civil. La toma violenta del Capitolio el 6 de enero colocó al país a un tris de la ruptura constitucional. Hoy los trumpistas tratan de boicotear los programas del presidente Joe Biden para vacunación, rescate económico, y ayuda a las familias. Con base en la Gran Mentira de que Trump ganó la elección y Biden se la robó, hay 361 iniciativas en legislaturas estatales republicanas para restringir el derecho al voto de afroamericanos y latinos.

El liderazgo global de Biden es más anhelo que realidad, dado que los desafíos internos le han impedido ejercerlo

En México, el 6 de junio el presidente AMLO y Morena ganaron 11 de 15 gubernaturas en juego y una mayoría simple en la Cámara de Diputados. Sin embargo, ello ocurre en el marco de un país convulsionado: más de 90 asesinatos por día, incluyendo un número creciente de feminicidios. Franjas completas del territorio se encuentran en manos de la delincuencia organizada, que penetra el sistema electoral, al tiempo que el gobierno exhibe laxitud en su combate.

En El Salvador, Nayib Bukele, un presidente cuyo programa de gobierno es su persona, ha desmantelado el estado de derecho y persigue a medios de comunicación que cuestionan al poder, denuncia el periodista Carlos Dada, de elfaro.net

En Guatemala, Alejandro Giammattei es identificado como cómplice del ‘pacto de corruptos’ que sostiene a las élites feudales en el poder.

En Honduras, Juan Orlando Hernández, señalado como co-conspirador por tráfico de cocaína por un tribunal de Nueva York, sigue gozando de la protección de Washington, que prioriza sus intereses geopolíticos por encima de la democracia y los derechos humanos en la región.

En Nicaragua, la dictadura Daniel Ortega-Rosario Murillo encarcela a sus potenciales rivales en las presidenciales de noviembre y no duda en reprimir a su propio pueblo.

En Cuba, nos dice Rafael Rojas, historiador del @CEIColmex, el gobierno niega legitimidad al conflicto interno. No admite que está determinado por las tensiones entre un Estado que no quiere cambiar y una sociedad que cambia aceleradamente.

En Haití el asesinato del presidente Jovenel Moïse tiene como telón de fondo las extremas desigualdades sociales, la exclusión de la toma de decisiones y del poder, y el incremento de los conflictos inherentes a la inestabilidad sociopolítica sistémica.

La diplomacia mexicana carece de brújula ante esta tormenta. Nos plegamos a la política migratoria punitiva de Donald Trump, a cambio de nada. Desinstitucionalizamos la relación bilateral con Estados Unidos. Desdeñamos a Biden y luego nos extrañamos de que la Casa Blanca se resista a apoyar la exportación de programas sociales mexicanos a Centroamérica.

No son eventos aislados; hoy pagamos el costo de la ausencia de una estrategia integral con Washington.

Las fronteras hierven, los éxodos se multiplican. La tormenta perfecta nos revela desprovistos de liderazgo, ayunos de ideas, carentes de autoridad.

Profesor asociado en el CIDE.
@Carlos_Tampico