Las vigorosas movilizaciones de las mujeres los días 8 y 9 de marzo nos movieron el piso.

Se ha visibilizado como nunca antes la violencia contra las mujeres, pero ni el gobierno ni la sociedad hemos detonado los cambios urgentes para responder a sus legítimas demandas.

Entre las fuerzas por una transformación positiva está la semilla del cambio de los propios movimientos de mujeres. La iniciativa para volver un muro de la vergüenza en un pizarrón que liberó la creatividad es una muestra de ello. El tema está cada vez más en el debate público.

Entre los obstáculos está la banalización del tema. Ya ‘normalizamos’ 200 mil muertos por Covid-19 (en cifras oficiales), las masacres de migrantes, y en gran medida los feminicidios. Las noticias de mujeres expuestas a violencia sexual, o matrimonios precoces, o prostitución infantil, trata y tráfico revelan abusos de poder cotidiano que generalmente permanecen impunes. El machismo es a la vez generador y resultado de esta impunidad.

Es retardataria la noción de que la familia es la mejor institución de seguridad social. En la economía de los cuidados familiares hay una distribución de las cargas sobre las mujeres —se trata de un trabajo no reconocido y no remunerado. Ello permite al Estado escabullirse de sus obligaciones, perpetúa la desigualdad y la brecha de género.

Hay una apuesta por el desarrollo que no puede fallar: las iniciativas por la educación de las niñas en comunidades campesinas e indígenas, y en barrios y colonias de bajos ingresos.

Las niñas se ven forzadas a abandonar sus estudios porque los padres prefieren invertir en hijos varones; porque hay una falta de cobertura educativa en educación media superior; y por su confinamiento a las labores del hogar.

En Guatemala conocí el programa La luz de las niñas, de la ONG jesuita española Entreculturas (https://bit.ly/3bEq5Rb) y la red de escuelas Fe y Alegría. Está orientado a visibilizar y denunciar las prácticas dañinas que soportan las niñas, las jóvenes y las mujeres.

Si se crean las condiciones para que las niñas sigan estudiando por lo menos hasta terminar el bachillerato, los efectos multiplicadores en el desarrollo son múltiples e inmediatos:

1. Las niñas con educación son menos propensas a sufrir violencia doméstica. Conocen sus derechos, incrementan su autoestima y pueden defenderse mejor.

2. La mortalidad infantil se reduce en 15% cuando la madre tiene la primaria terminada, y hasta 49% cuando ha concluido la educación secundaria.

3. Un incremento de 1 por ciento del número de mujeres que terminan la educación secundaria abona 0.3 por ciento al crecimiento del PIB.

4. Una niña que permanece en la escuela evita embarazos precoces y cuando se convierte en madre transmite a sus hijos un código de valores y una visión del mundo ensanchados.

La equidad de género y la reconciliación con la naturaleza son dos premisas fundamentales para incrementar el bienestar de la sociedad. El presidente Biden lo entendió perfectamente: su paquete de rescate de Estados Unidos genera un impulso de 1.9 billones de dólares o 10% del PIB estadounidense para reducir la pobreza infantil a la mitad.

La reducción de la violencia contra las niñas y las mujeres en México pasa por invertir en estrategias de género, inclusión y cuidados. Es una tarea impostergable.

Profesor asociado en el CIDE.
@Carlos_Tampico