Durante la larga hegemonía del PRI, en el ocaso de su mandato cada presidente aseguraba haber cumplido o al menos haberse aproximado al objetivo de dejar como legado a sus compatriotas “un país más libre, más justo y próspero”.

La libertad, justicia y prosperidad se repartían de manera muy inequitativa.

No eran libres quienes vivían en la línea de la supervivencia; tampoco les llegaba la justicia a quienes no podían comprarla, y la prosperidad era el privilegio de un pequeño puñado de mexicanos.

La desigualdad de ingresos es la narrativa que atravesó nuestra realidad todas esas décadas.

Desde entonces, en la sociedad mexicana y en la mayor parte de los países de América Latina han prevalecido dos mundos distintos, que pocas veces coinciden en espacios territoriales, sociales, educativos y de consumo.

Sin embargo, seguimos siendo países sin Estado de Derecho, con una segregación brutal entre estratos de la población, que parecía el estado natural de las cosas.

A su llegada al gobierno, AMLO inició una sacudida que mucho necesitaba el país. Se remecieron las élites políticas, académicas, artísticas, culturales, etc. Sin embargo, los juicios sumarios y las generalizaciones estuvieron a la orden del día, y todo aquel que no concordara con el mandatario ni lo apoyara, fue catalogado como adversario. La principal línea divisoria no fue entre ricos y pobres, sino en quién me apoya y quién está contra mí. Hay grandes oligarcas cuyo impago de impuestos o desacato a órdenes judiciales permanecen impunes, mientras muchas organizaciones sociales y populares que defienden su autonomía de pensamiento y acción han sido marginadas y se les ve como no-ciudadanos.

Juntos Haremos Historia” fue el lema de la coalición ganadora de las elecciones presidenciales en 2018. Ya les tocará a los historiadores evaluar qué tanto se cumplió esa promesa en los hechos, en la realidad cotidiana de los mexicanos empobrecidos, excluidos, o discriminados, una vez concluido este sexenio.

El 7 de agosto de 2022 el presidente Gustavo Petro tomó posesión en Colombia. Su vicepresidenta Francia Márquez juramenta el cargo concluyendo con una frase que resume el más alto propósito y el mejor legado que puede dejar un gobierno a sus compatriotas: “Hasta que la dignidad se haga costumbre”.

Francia Márquez es la primera vicepresidenta mujer y afrodescendiente de Colombia, una abogada, activista y líder social que muestra a través de su historia de vida, el foco de una discusión sobre el peso de la raza y las clases sociales dentro del liderazgo político.

Asistí ayer a la entrega de reconocimientos que hace la asamblea del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) a las personas y organizaciones que trabajan para que las mujeres en México tengan una vida libre de violencia, para que los migrantes tengan acceso a la justicia, para que las niñas puedan estudiar sin que se les restrinja ese derecho, para que las personas de la diversidad sexual alcancen respeto.

Qué difícil es combatir el clasismo, el machismo, la discriminación en México. Creo que ese sería el mejor legado de un presidente a sus compatriotas: trabajar con gobierno y sociedad por un México incluyente y cohesionado socialmente, con acceso igualitario a la justicia, “hasta que la dignidad se haga costumbre”.

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Profesor asociado en el CIDE
@Carlos_Tampico

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