A finales de 2001 Estados Unidos junto con algunos de sus aliados invade Afganistán para derrocar al gobierno del Talibán. Veinte años y dos billones de dólares (cantidad de dinero mayor que el PIB mexicano) después, sale derrotado de Kabul y el Talibán recupera el poder.

Afganistán tiene fronteras con Pakistán al este y al sur, con Irán al oeste, Turkmenistán y Uzbekistán al norte, y Tajikistán y China al noreste.

Su territorio es de 655,000 kilómetros cuadrados (algo así como Sonora, Chihuahua, Coahuila y Nuevo León juntos), del cual el 75 por ciento es montañoso. Cuenta con una población de 36 millones de habitantes. Es el país 169 en la lista de los 189 que presenta el Índice de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo PNUD.

Hace falta un poco de humildad de parte de Washington, y de todos aquellos que pretendan tener todas las respuestas sobre Afganistán. Tratemos siquiera de plantearnos algunas preguntas relevantes:

1. ¿Por qué Afganistán se ha convertido en el cementerio de las grandes potencias? ¿Cómo fue que tuvieron que salir derrotados tres imperios: el británico, el soviético y el estadounidense?

2. ¿Por qué uno de los países más pobres del mundo se convierte en una ficha geopolítica absolutamente clave en Asia Central?

3. ¿Cómo fue que Estados Unidos pasó de financiar al Talibán para desalojar a los soviéticos de Afganistán, a ser expulsados dos décadas después por el propio Talibán?

4. ¿Por qué si la gran mayoría de los terroristas que atacaron las Torres Gemelas en Estados Unidos eran originarios de Arabia Saudita, la respuesta bélica de Washington se centró en Afganistán?

5. ¿Cómo entender la dinámica de una sociedad edificada en buena medida sobre fundamentos tribales? ¿Tienen algún sentido las nociones de ‘edificación de nación’ o de la ‘construcción de la democracia’ concebida y dirigida desde afuera?

6. ¿Hay algún camino para la paz en Afganistán que pueda construirse por los propios afganos?

Se advierte un monumental error de juicio por parte de Washington. Al menos recapacitó y decidió retirarse, pero pagando un costo elevadísimo en cuanto a su reputación y liderazgo regional y global.

Se antoja difícil que Washington pueda por sí mismo contener las múltiples crisis que vienen. Trump negoció con el Talibán la salida estadounidense y Biden la implementó, pero el desenlace no fue para nada el previsto.

Es impredecible lo que ocurrirá en la región, porque el número de actores involucrados además del propio Afganistán y de Estados Unidos, es muy significativo: Pakistán, Irán, Turquía, China, Rusia, India, los Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Arabia Saudita, Israel, la Unión Europea, entre otros más.

A todos ellos, al menos en el discurso, los une un propósito: tratar de estabilizar la situación.

No será fácil. Ya veremos cómo se aborda el tema desde el Consejo de Seguridad de la ONU.

Una cosa es cierta y ha sido señalada por expertos mexicanos en materia de seguridad estratégica: la guerra en Afganistán ha sido un extraordinario negocio para los mercaderes de la guerra.

Suena ingenuo e inocente tomar en cuenta al pueblo afgano a la hora de buscar soluciones. Ni el Talibán ni las potencias involucradas parecen tener esto como prioridad.

Pero si algo hay que aprender de la experiencia reciente es que las fórmulas pensadas desde arriba y desde afuera chocan con la terca realidad.

Profesor asociado en el CIDE. @Carlos_Tampico