Educar es despertar las conciencias, para moverlas hacia una transformación positiva del entorno económico, político, social, cultural. Es suscitar el interés, la curiosidad y la admiración por el ser humano, el mundo, el universo en toda su inacabable e inabarcable complejidad. Es avivar el entusiasmo por desvelar nuevos horizontes, para transitar por caminos ignotos y desafiantes en la ciencia, el arte, las humanidades. Es abrir la autoconciencia para saber quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde nos queremos dirigir. Es para buscar y hallar el sentido trascendente de nuestra vida, a sabiendas de la inmanencia de la muerte como íntima compañera cotidiana de viaje. Es renacer a la solidaridad y la justicia social en un mundo cada vez más inequitativo. Es espabilarme para reconocerme en el rostro del “alterus”, del otro, quien, en su alteridad y no obstante las diferencias existenciales de todo tipo, es el espejo en el que me veo, por y desde adentro, compartiendo la misma naturaleza y condición humanas. Es abrirme a un escenario que me interpela para ser agente de cambio, a partir del liderazgo o autogobierno de mi propia vida, sin el cual no se puede dirigir al prójimo hacia el bien. Es desadormecerme de mi egoísmo, para solidarizarme en las necesidades de quienes, en el tener, el poder y el saber, menos tienen, pueden y saben.
Es sacudir la conciencia por cuanto a que hombres y mujeres compartimos una esencia humana común y, no obstante nuestras diferencias, debemos transitar en los hechos a escenarios más justos y equitativos en derechos para ellas, no como dádiva, sino como el reconocimiento de la igualdad en las oportunidades de realización personal, educativa, profesional, política y empresarial. Es desperezarme para hacer vida mis sueños más anhelados, en la tensa pero consciente y éticamente necesaria armonización del bien individual y el bien común.
Es alborear al mundo de los derechos humanos fundamentales a sabiendas de que, primero, va el cumplimiento de los deberes humanos esenciales. Es iluminar la realidad internacional para tomar conciencia de que todos vamos en el mismo barco, y compartimos las mismas necesidades y aspiraciones radicales, las que hunden sus raíces en la condición humana de toda persona, de cada persona y de todas las personas humanas.
El problema estriba en que ese despertar se produce desde y en la oscuridad de la ignorancia, la pobreza, la injusticia y el resentimiento. O, como señalan en su libro de igual título Gilberto Guevara Niebla y José Navarro Cendejas: despertar “Al borde del abismo” (Actualidad y perspectiva de la educación básica. Ed. Grijalbo). Cuando no se despierta por virtud de una educación esclarecedora, objetiva y arraigada en valores humanos perennes, sino desde una pesadilla que, a la luz de las cifras y mediciones estadísticas, nos recuerda como país cuán lejos estamos aún de brindar a nuestras niñas y niños una plataforma de despegue común e igualitaria en la vida de este México nuestro. Educar es, por ende, despertar; despertar para reeducar.
Y, como una piedra angular de la educación es el estudio, bien nos enseña Cicerón que este es el “alimento de la juventud, el deleite de la vejez, la ornamentación de la prosperidad, el refugio y el consuelo de la adversidad, y el proveedor de la alegría eterna”.
Maestro en Ciencias Jurídicas

