¿Habrá algo que no se haya dicho sobre el amor? Sin necesidad de pensar en libros recientes, ¿hay algo que añadir sobre el amor después de Homero, Shakespeare y Cervantes? Si respondemos que nada nuevo hay bajo el sol que alumbra nuestro día entonces la novedad no puede ser la motivación de nuestras reflexiones.

Es mejor pensarlo como Gide: sí, todo lo que tenía que decirse ya fue dicho, está escrito en alguna parte, pero nadie estaba escuchando, así que hay que decirlo todo, otra vez. Hay que hablar del amor como le aconsejaba Rilke a los aspirantes a poeta que hablaran del mundo a su alrededor: como si fueran los primeros en sentir el musgo bajo la planta de los pies, los primeros en tener la tersura del agua entre los dedos, los primeros en entrecerrar la mirada por la luz del ocaso.

Describir el enamoramiento como si nadie, nunca, lo hubiera vivido antes; la ruptura como si fuera el fin del mundo; la traición como el máximo crimen en la historia de la humanidad; el beso como la felicidad que ninguna otra persona podrá alcanzar.

Y es que, aunque parezca manido -nos recuerda Massimo Recalcati- así es. Cuando un humano se enamora se enamora siempre por vez primera. En esa conjunción de dos (llámese como se prefieran: seres, almas, entes, cuerpos, ilusiones) se crea un mundo, y, como mundo, es siempre la primera vez que existe. En ese mundo nuevo la felicidad que se alcanza es siempre insuperable, porque es la primera en ese mundo, y también la última.

Recalcati escribe -vaya sorpresa para un psicoanalista- buscando la mayor parte de sus explicaciones en el inconsciente. Repasa a Freud someramente (no hacerlo sería pecado imperdonable) para distanciarse de él. El amor, dice Recalcati, puede ser una quimera, en el peor de los casos una afirmación narcisista, como lo creía Freud, pero puede (y parece que Recalcati quiere decir debe) ser algo más. Una búsqueda del otro que, si bien nunca se verá saciada, satisface a quienes se embarcan en ella en la medida en que logran encontrar su propósito en la aceptación de esa búsqueda interminable.

No estoy seguro de que ‘ensayos’ sea la mejor definición de los breves capítulos que componen el libro. Acaso la distinción no sea relevante para la conversación. Más complicada es la situación del subtítulo del libro: “lecciones breves sobre el amor”. Si lo tomamos como aquello que un maestro pasa a sus alumnos el subtítulo no solo sería pretencioso (yo, el poseedor del conocimiento, vengo a darles cátedra a ustedes, los neófitos), sino erróneo. ¿Qué es el amor? ¿Puede alguien tener la última palabra? En cambio, si lo agarramos por su etimología, el latín lectio, estas lecciones breves son un bálsamo: lecturas breves. Leemos al autor, entreverando su vida como terapeuta y como lector, ofreciéndonos su lectura del amor. Visto así el ejercicio de Recalcati está inscrito en la más noble tradición exegética de Occidente.

La pasión de Recalcati como lector hace de sus lecciones un libro disfrutable. Sus lecturas le han permitido a Recalcati traducir ciertos términos oscuros a un lenguaje sutil que cuenta una historia de

la que uno quiere saber más. Sin aspirar a crítico literario, además, Recalcati no teme en insertar citas largas de los textos que han marcado sus cavilaciones sobre las diferentes caras de la vida amorosa. Los mejores momentos del libro llegan cuando, en unos cuantos párrafos, Recalcati logra anegarnos en la situación del amante para recrear en nosotros el sentimiento al que quiere ponerle la flecha.

La brevedad del libro, por otro lado, hace reprehensibles las repeticiones de ciertas líneas, que se acentúan hacia el final. A momentos da la impresión de que tenía que cumplir con una fecha límite (con su editor o consigo mismo) y estaba costándole trabajo decir más de lo que ya había dicho.

También es cuestionable su apología de Lacan. “El amor es siempre heterosexual”, afirma Recalcati. La explicación directa sobre el amor como amor por la alteridad, por lo que es hetero, lo distinto a nosotros, es clara, pero no así la explicación de una parte complementaria del entendimiento lacaniano del amor: “cuando se ama siempre se ama una mujer”, pues el amor no es otra cosa que amar “la alteridad de la libertad que la mujer encarna”. ¿En serio? ¿Así, nomás porque sí, podemos afirmar eso?

Recalcati tiene una visión pesimista. No nos dice que el amor duradero es imposible, pero sí que es improbable. Más que como esperanza, Retén el beso hay que leerlo como libro-recordatorio: el recuerdo es precondición para el olvido, y no elegimos a quien amamos, como diría Nicolás…

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