Imaginemos el siguiente escenario: dos conductores involucrados en un choque. Los dos aseguran que no son culpables. Para decidir quién pagará los costos de reparación, es decir, para hacer justicia, necesitamos saber quién es responsable del accidente, y para eso necesitamos saber cómo ocurrieron las cosas. Podemos escuchar ambas versiones de la historia, pero sabemos que son versiones (así las llamamos); lo más probable es que ninguna de las dos nos de la imagen completa. A partir de esas versiones, para hacer justicia, intentaremos hacernos una mejor idea de lo que en realidad sucedió, acercándonos lo más posible a nuestro ideal, la verdad.

En este accidente menor están involucrados el conductor D y el conductor C. Ambos aseguran que son inocentes. Ahora consideremos el problema de hacer que D pague cuando en realidad C tuvo la culpa del accidente (o viceversa). Y asumamos que D y C son millonarios. Tienen tanto dinero que gastar en arreglar dos coches chocados no afectará su cartera.

De nuevo, es un accidente menor, así que no hay heridos. Además, como son millonarios, D y C tienen empleados que están listos para hacerse cargo de este tipo de inconvenientes: no hay costo extra por contratación y D y C no tienen que perder tiempo en arreglarse; se pueden ir mientras sus representantes lo solucionan.

Así que, en términos de dinero, es irrelevante quién paga, pero, aun así, si hacemos que D pague cuando en realidad C tuvo la culpa del choque estaremos cometiendo una injusticia. (No es el tipo de injusticia que el gobierno debe priorizar, eso seguro, pero es una injusticia.) ¿Por qué? Porque cuando C miente diciendo que es inocente, y como resultado de esa mentira no paga (sin importar que la cantidad sea o no significativa en relación con su nivel de riqueza), está recibiendo un trato que no corresponde con la realidad. En este caso diríamos que C no merece salirse con la suya, o, en cambio, que D no merece pagar. En otras palabras, es injusto porque el acuerdo no se hizo en concordancia con la verdad. Es nuestro compromiso con la verdad que nos hace sentir incómodos en este caso.

Ahora pensemos en las imágenes que nos inundan al escuchar la palabra ‘injusticia’: desde despidos injustificados, comentarios racistas y corrupción hasta acoso, violación, homicidios y terrorismo. Cuando pensamos en alguien responsable de alguna de las anteriores que no recibe un castigo inmediatamente lo consideramos injusto, porque el trato que está recibiendo (como si nada hubiera pasado) no corresponde con la verdad (que esa persona hizo algo, y algo malo).

Seamos claros: no estoy diciendo que un asesino es igual a un ciudadano responsable que un día está cansado, se distrae en la rotonda y le da un llegue al coche de enfrente. Tampoco estoy diciendo que deben ser tratados igual. Hay muchas diferencias entre un asesino y una persona que accidentalmente le pega a otro coche. El centro de mi argumento ni siquiera son ellos, sino nosotros, aquellos que pensamos que la justicia importa, y estoy señalando una característica que nos disgusta en ambos casos y nos hace categorizar ambos como injusticias. Vemos al perpetrador, en ambos casos, como alguien desconectado del compromiso con la verdad. Y la verdad importa.

La verdad está en el centro del trabajo de los investigadores. En el corazón de la universidad como institución hay un compromiso de entender el mundo y compartir ese entendimiento con la sociedad, es decir, un compromiso de encontrar, compartir y luchar por la verdad. La palabra justicia viene del latín iustitia, que significa equidad, y iustus, que significa lo correcto. ¿Hay alguna manera de hacer lo correcto sin estar comprometidos con la verdad?

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