En Rinconete y Cortadillo , Cervantes relata cómo la moza Cariharta se desmaya luego de haber sido golpeada por su pareja, Repolido. Al desabrocharle la blusa para darle los primeros auxilios, Cervantes dice que “la hallaron toda denegrida y como magullada”.

Repolido, luego de perder todo su dinero apostando, pidió a Cariharta que trajera del suyo para seguir en el juego, pero lo que trajo Cariharta -que era todo lo que tenía- no le pareció suficiente, así que le “dio tantos azotes, que me dejó por muerta”.

Monipodio -jefe de la casa- promete castigar el crimen de Repolido, pero Gananciosa -una de las amigas de Cariharta- interviene: “a lo que se quiere bien se castiga; y cuando estos bellacones nos dan, y azotan, y acocean, entonces nos adoran”. (Si te pega es porque te quiere, diría el sinnúmero de Gananciosas mexicanas que hoy existen.)

Su estupidez no termina ahí. Gananciosa le asegura a Cariharta que “tales hombres, y en tales casos, no han cometido la culpa, cuando les viene el arrepentimiento”, así que no se preocupe, excelentísimo señor violador y asesino, si usted se arrepiente nosotros le damos el perdón igual que diosito, y le abrazamos.

Los registros del machismo se encuentran en todas las tradiciones y en todos los tiempos. El rastro, una de las mejores obras de Elena Garro (pero también una de las menos leídas), relata cómo una mujer indígena es salvajemente apuñalada por su marido borracho, que al volver ve en ella a la serpiente origen de todos sus males.

En A Room with a View , de E.M. Forster, Charlotte le explica a Lucy que “no es que las mujeres sean inferiores, simplemente son distintas. Su misión es inspirar a lograr cosas en lugar de lograrlo ellas mismas. Indirectamente, con tacto y siguiendo las costumbres correctas, una mujer puede lograr mucho”. Así piensan quienes dicen que la mujer no puede querer lo mismo que un hombre, porque es superior, ella embellece todo lo que toca, da vida, cría a los hijos, etcétera.

Así también piensa El Gran Intelectual de nuestro tiempo, aquel que duerme en la suite principal del Estado Vaticano: “la Iglesia no puede ser Iglesia sin la mujer”, y el Purísimo nos da clases de lingüística: “porque la Iglesia es mujer, es femenino, es la Iglesia, no el Iglesia”, y como nadie lo para, el Gran Pensador sigue dando cátedra de imbecilidad: “Yo tengo la experiencia, en Buenos Aires, de haber hecho consultas con un grupo de consultores [nótese la destreza léxica] solo hombres, curas, y se llegó a este resultado: hago lo mismo con el consejo pastoral donde hay hombres y mujeres, todos juntos, y esto es mucho más rico”, dice mientras agita la mano como saboreándose algo, “porque la mujer te pone un estilo de captación de la realidad, de caminos de solución, de paciencia. Impresionante la riqueza que trae una mujer”. Claro, porque la mujer es como las réplicas de cítricos que mandaban hacer los Medici en Florencia para adornar su palacio: mejor calladita y posando. Pero no se aflijan, que ese Gran Intelectual, desde su alcoba, nos manda la bendición, y con eso el machismo -y cualquier virus- desaparece.

En Heart of Darkness , el protagonista dice que “es increíble cuán alejadas de la realidad están las mujeres”, lo cual atribuye a que “viven en su propio mundo, uno que nunca ha existido, ni existirá”. La mujer como niña eterna que nunca es capaz de enfrentarse al mundo sola, porque ni siquiera sabe lo que es el mundo real.

Que no se confunda obra con artista. De lo anterior no se deduce que Elena Garro, Cervantes, Joseph Conrad y E.M. Forster eran misóginos (aunque claro que tampoco lo refuta). Para saber eso tendríamos que indagar en sus cartas, diarios, testimonios de amigos y colegas sobre la intimidad, y aún ahí caben dudas. Lo que importa es que -ya sea en ellos o en la sociedad de la que participaban, o ambos- prevalecía la misma forma machista de ver el mundo. Ningún creador es ajeno a su tiempo; Cervantes y Garro vivieron en mundos -físicos, mentales, sociales- completamente distintos, pero registraron en su obra aspectos de la vida que no cambiaron en trescientos años. Que las mismas escenas de ideas machitas se cuelen en la literatura un siglo sí y otro también permite dimensionar la magnitud de nuestra mentalidad filistea, anacrónica.

Los autores previos están todos muertos y parecen lejanos, pero a nuestros hijos los educamos igual. Cuando los ratoncillos se dan cuenta de que Cenicienta no tendrá tiempo de arreglar su vestido para ir al baile deciden hacerlo ellos mismos. Uno de los ratones toma una aguja y se dirige entusiasta a trabajar: “eso es cosa de mujeres”, le dice una ratona, que se la arrebata para mandarlo a otra tarea. Cuando Vicente T. Mendoza recopiló las glosas de México (Glosas y décimas de México , Fondo de Cultura Económica), dio con una joya del machismo más execrable:

que poco del mundo sabe 
quien de una mujer se fía 
sabiendo que es alcancía 
de que todos guardan llave… 

El mensaje está tan internalizado que en muchas ocasiones es la víctima quien acaba rogándole a su agresor que vuelva, como Cariharta, que primero se niega a hablar con Repolido cuando viene a pedirle perdón, pero al ver que se va casi desfallece. Corre a jalarlo de la ropa para que no la abandone: pégame, pero no me dejes…

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