Las crisis son momentos de transición, de dolorosos reajustes. Antes dije que la recesión provocará cambios permanentes. Y es cierto, pero los cambios no solo los está originando la pandemia . La economía ya estaba viviendo un proceso de metamorfosis que comenzó, en general, con internet y sus derivados: computadoras, tabletas, teléfonos inteligentes…

Las transformaciones sociales involucran pérdidas, pero también se gana. Lo importante es evaluar si los beneficios son mayores que los costos. Por ejemplo, el reporte del Foro Económico Mundial del 2018 estimaba que el 71% de las horas de trabajo en el mundo estaban a cargo de humanos. Se estima que, para el 2022, la proporción haya bajado al 58% y, para el 2025, la mitad de las horas de trabajo estarán a cargo de máquinas. Las medidas de contención de la pandemia podrían acelerar este proceso. Los humanos perdemos terreno frente a los robots.

Es entendible que haya gente preocupada y enojada. Muchos perderán sus empleos, y no encontrarán nuevos, porque su labor podrá ser desempeñada con mayor eficacia por una máquina (y costará menos). Ese fue el sentimiento de los luditas, los artesanos ingleses que, a principios del siglo decimonónico, viendo cómo la revolución industrial les quitaba el empleo, se pusieron a destruir cuanta máquina tuvieron a su alcance. Sin embargo, no lograron detener el avance de la industrialización, y qué bueno, porque gracias a ella tenemos maravillas de las que todos nos beneficiamos: el teléfono, el generador eléctrico, que nos provee luz y el motor de combustión interna, que hace posible que los coches caminen.

Pero que ciertos sectores sufrirán no significa que las consecuencias globales serán negativas. De hecho, el pronóstico apunta a que la sociedad en conjunto estará mejor. El Foro Económico Mundial estima que 75 millones de trabajos se perderán hacia 2022 como resultado de la digitalización de la economía, pero surgirán 133 millones nuevos. Es decir, la economía estará ganando -de forma neta- 58 millones de empleos. Entre los que desaparecerán primero están los contadores, encargados de servicios al cliente, auditores, secretarios, encargados de inventarios y mensajeros. Tiene mucho sentido: imaginemos al encargado de registrar los productos que ingresan y salen de la bodega. Una persona se cansa, tiene que ir al baño, comer y tomarse vacaciones. Sus capacidades se atrofian con el pasar de los años. Además, existe el riesgo de que sea deshonesta. Una máquina, en cambio, no necesita descansar, ni comer ni vacaciones, sus capacidades no se atrofian (si se descompone se reemplaza con una nueva) y es incorruptible. Encima, no hay pagarle un salario.

Hay quienes ya hablan de que otras profesiones, cuyo desempeño todavía hoy se reserva a los humanos, se las podrían apropiar las máquinas en poco tiempo: si un juicio se puede ganar argumentando de acuerdo con los precedentes de casos pasados similares, ¿no es mejor para el cliente tener una máquina que revise la base de datos de todos los casos de la historia, en lugar de un pobre humano que con muchos desvelos apenas logra hojear una decena de ellos? ¿No preferirías la precisión infalible de un robot al que no le tiembla el pulso para arreglarle la columna al riesgo de un médico experimentado -pero viejito- que puede dejarte paralítico?

Incluso las artes tienen cerca la amenaza. Benjamin Grosser es uno de los artistas que desde hace años juega con la idea de robots artistas, que hacen una pintura por su cuenta, y los escritores, tan seguros de la santidad de su palabra, hoy enfrentan softwares como InferKit, que con apenas proporcionarle una línea produce un ensayo completo. InferKit ya fue usado para escribir un texto que apareció en The Economist, y el sitio Futurist publicó una entrevista con un estudiante de maestría que lo utilizó para escribir dos ensayos finales, y pasó ambas materias. Los puritanos dirán que la computadora nunca podrá escribir como Octavio Paz, pero hace veinte años hubieran dicho que una computadora jamás podría escribir un ensayo, así que yo no estaría tan seguro. Quizá este texto, en treinta años, lo pueda escribir un software en la mitad de tiempo y con más variedad lingüística que yo.

Los miles, tal vez millones que se quedarán sin empleo necesitarán comida y una casa, pero si no trabajan, ¿con qué dinero? Es hora de que las discusiones sobre un ingreso universal básico estén en el centro de la mesa. Probablemente sea hora de empezar a cambiar el paradigma de la vida productiva. Son muchos los que se quejan del ritmo aterrador de trabajo que nos impone la tecnología, las empresas quieren empleados que trabajen como máquinas. Pero no ven el potencial liberador: si un robot puede hacer el trabajo por nosotros y todos gozamos de un ingreso digno, ¿no podríamos usar ese tiempo, que antes nos chupaba la vida, para disfrutar de nuestros hijos, padres, amigos y pareja? ¿No ha sido el sueño de generaciones, dedicarse a hacer lo que a uno le plazca? Claro, hay que tomarlo con cautela, porque sin ocupaciones las personas se pueden deprimir y hablaríamos de otro tipo de problema (no menos grave). Empero, la transformación que está acaeciendo puede ser el umbral de una sociedad más justa, más próspera y más libre.

Los empleos que sobrevivirán serán aquellos que, en la terminología de los empresarios, ofrezcan un valor agregado. Id est, los trabajos que no pueda desempeñar una computadora (al menos por ahora). Las máquinas llevarán el inventario sin equivocaciones, nos darán toda la información que necesitemos, pero ¿de qué nos sirven millones de datos en un usb? Para que la información nos beneficie, para convertirla en conocimiento, quiero decir, necesitamos quien la interprete. Por eso los analistas de datos son muy buscados (y lo serán aún más). En general, los trabajos en la frontera del conocimiento humano no serán desplazados. Porque el robot podrá arreglar perfectamente la rodilla del paciente en cirugía solo si tiene las instrucciones dadas por el médico. El desarrollo de nuevos y mejores medicamentos seguirá requiriendo cerebros humanos que se den cuenta de las necesidades de la población (un nuevo virus, el covid-19) y actúen en consecuencia. Los robots serán muy superiores a los abogados cuando se les programe con todas las leyes, pero ¿quién decidirá si la eutanasia debe ser legal, bajo qué circunstancias y cuál será el procedimiento? Los robots -al menos por ahora-, se quedarán con las actividades en que las reglas están dadas y son claras. Los hombres podremos dedicarnos a razonar. Tendremos, afortunadamente, una sociedad de menos empresarios gaznápiros y más investigadores.

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