Domingo gazuzo. Domingo vulgar que todos conocemos. ¿A quién todavía sorprende?

Quizá solo a los ingenuos como yo nos preocupa.

Hay que escribir de eso: el voto útil a la oposición; apoyar la austeridad ; apoyar, mejor, a nadie, anular el voto para mostrar inconformidad con el sistema (como si tuviera algún efecto).

De un lado los que signan manifiestos por la democracia sintiéndose al frente de la nueva vanguardia artística y por otro quienes rifan los problemas nacionales.

Hablemos del gran gobierno del pueblo , de los peligros venezolanos.

Inculquemos a nuestros hijos la participación activa en su comunidad, demostrémosles cómo el mundo sí puede cambiar en las boletas un domingo por la tarde.

Incitemos a votar a favor o en contra. Descubramos el hilo negro llamando a la unidad en tiempos de polarización. Igual que para el Gatopardo, todo se reduce a nuestra opinión monosilábica sobre cuestiones demasiado complejas como para que yo las entienda. Pero aquí lo que importa es la concisión, y esa la podemos ejecutar sin pensar: tachamos un poco, doblamos y metemos nuestra carta de deseos a los Reyes Magos como el niño decepcionado porque ya sabe que el triunvirato mágico no existe.

Me aburro.

Hace una semana al menos había futbol . Noventa minutos y la esperanza de que el peso histórico no puede aplastarnos eternamente.

Hoy solo tenemos el tedio.

La política es la primera máscara del tedio.

Quería escribir de tasas de interés en tiempos de recesión, pero ¿a quién le importa eso hoy? O reseñar El Gatopardo, el libro de Lampedusa sobre el ocaso de una estirpe. Pero ¿quién tiene tiempo para un libro cuando las casillas están abiertas?

“Si queremos que todo siga igual”, dice Lampedusa , “es necesario que todo cambie”.

Así que salimos a enarbolar la revolución.

Revolución

dominical en pleno siglo veintiuno .

Es un domingo para sentarnos a esperar, como si estuviera por acontecer todo, pero nada sucede.

Como si estuviéramos a punto de develar el misterio, pero nada sucede.

Como si el mundo estuviera a punto de cambiar, pero nada sucede.

Como si nuestra vida pudiera ser otra, pero nada sucede.

Hoy solo tenemos el tedio.

El jueves otra vez jugará la selección y volveremos a agotar el siguiente domingo en películas soporíferas y las carnes asadas que la ley seca nos robó.

Pero hoy solo tenemos el tedio.

El tedio de una espera soberbiamente mayestática.

Mañana seguiremos entrando a trabajar a las siete y nos iremos a dormir, agotados, esperando el viernes.

Entretanto hay que cambiarlo todo, para que todo siga igual.