Si alguien todavía no cree en la relevancia de las redes sociales, remitámoslo a los datos. En lo que va de este año, la más famosa de todas, Facebook, promedia 2.89 miles de millones de usuarios activos al mes. Como según el Banco Mundial hay 7.7 miles de millones de personas en el mundo, tenemos que casi el 40 por ciento de la población mundial entra a Facebook cada mes. Y tan solo si quitamos del cálculo a los ciudadanos de dos países donde no se puede entrar a Facebook, China y Corea del Norte, la cifra se acerca al 50 por ciento.

En 2020, el usuario raso promedió 2 horas con 24 minutos diarias. Es decir, la mitad de la población mundial (sin incluir dictaduras) pasa más de dos horas en Facebook al día. Semejante cifra debiera sorprendernos, tanto más al recordar que no entendemos qué efecto tiene el uso de redes sociales en la vida (individual y colectiva) de los humanos.

Por un lado, como siempre, tenemos a los neoluditas: lloran amargamente porque el viejo mundo ya se fue y en el nuevo (ni tan nuevo) no encajan. Para ellos el pasado siempre fue mejor y el presente va directo al apocalipsis. Su representante es el abuelito escandalizado porque dos personas del mismo sexo se besan y espeta que los valores se están perdiendo. Los neoluditas aseguran que las redes sociales deshumanizan, embrutecen, nos deprimen y encima nos hacen comidilla de las grandes corporaciones mundiales que quieren adueñarse de nuestros ingresos.

Del otro lado están los entusiastas del Valle del Silicio (Silicon Valley), tranquilizándonos con la certeza de que las redes mejoran nuestro bienestar, pues nos conectan con amigos y seres queridos a la distancia, por un precio nimio, y augurando que podrían ser la entrada a utopía, orgullosos de los ejemplos de países árabes que apuntan a las redes sociales como motor de la democracia.

Matthew Gentzkow -profesor de economía en Stanford-, junto con otros colegas, hizo uno de los primeros experimentos para conocer los efectos del uso que hacemos de Facebook. Participaron poco más de 2 mil 700 personas. Al 60 por ciento (elegido aleatoriamente) le pagaron por desactivar su cuenta de Facebook cuatro semanas, justo en la recta final de las elecciones gringas de 2018. El resto de los participantes (grupo de control) continuó con su vida digital. Los investigadores monitorearon constantemente las redes sociales de los participantes para verificar que cumplieran el acuerdo, y revisaron los datos de las elecciones para saber si el uso de Facebook tiene alguna relación con la participación electoral.

En lo político, aquellos que desactivaron su cuenta sabían significativamente menos de la vida pública que quienes siguieron usando Facebook, pero a pesar de eso su participación electoral no disminuyó. Como era de esperarse, el menor conocimiento de noticias nacionales redujo la polarización de sus opiniones políticas. En el corto plazo, olvidarse de Facebook puede ayudar a aminorar el conflicto antes de una elección.

En lo social, las personas sin Facebook en promedio tuvieron una hora más libre cada día, y reportaron pasar más tiempo a diario en actividades sin la computadora, como ver la televisión o convivir con amigos y familiares. Facebook nos aleja del contacto físico. Igual de interesante es quelos abstemios también pasaron menos tiempo en otras redes sociales y en general en internet, aun cuando el experimento solo limitó el uso de Facebook. En otras palabras, Facebook parece ser un centro de atracción alrededor del cual otras redes sociales y actividades en internet son complementarias.

Los participantes reportaron un poco de mejoría en su nivel de satisfacción, así como menores niveles de depresión y ansiedad, pero los resultados no son estadísticamente significativos. Los neoluditas, en este punto, se equivocaron. Sin embargo, el experimento tuvo efectos de largo plazo. El 80 por ciento de los que desactivaron su cuenta dijeron que fue una buena idea alejarse de la red social, y varias semanas después de que terminó el experimento los participantes seguían usando Facebook 22 por ciento menos que aquellos que nunca lo desactivaron. Los resultados indican que el uso de redes sociales es un hábito, y por lo tanto se puede modificar con los incentivos adecuados.

Existe la posibilidad de que los resultados varíen en el largo plazo. Por ejemplo, la participación electoral podría caer luego de años de no usar Facebook, o la tendencia a reportar mayor satisfacción podría revertirse si las personas se sienten desconectadas de su círculo social durante mucho tiempo. Lo relevante es saber que Facebook no es un demonio, pero alejarse de él, de vez en cuando, por un rato, puede darnos tiempo para hacer otras cosas.

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