Para Sócrates no existen personas malas, solo ignorantes. El malhechor es solamente un pobre ignaro.

La maldad como desconocimiento ya indica solución. Si el problema es que ciertas personas desconocen, nuestra tarea consiste en mostrarles la verdad, lo bueno, en hacer que pasen del desconocimiento al conocimiento.

(Nuestros centros penitenciarios siguen esa doctrina. Podemos verlo en sus nombres oficiales: centros de readaptación social. El delincuente no es malo, simplemente alguien que, por alguna razón, se desvió del camino, y ahora hay que re-adaptarlo.)

Entrar al conocimiento -según la idea socrática- implica la enseñanza, la conversación. Diva Dhar, de la Universidad de Oxford (y otros colegas) investigaron si la conversación puede empoderar a las mujeres.

Hasta ahora, las investigaciones se habían centrado en métodos indirectos: políticas públicas para igualar oportunidades entre distintos géneros, desde reformas legislativas y cuotas de género hasta subsidios para fomentar inversión en mujeres. El experimento de Dhar intenta cambiar mentalidad de hombres y mujeres de forma directa.

En su experimento participaron 14 mil estudiantes hindús de primero de secundaria a primero de prepa. Los dividieron de forma aleatoria y, durante dos años y medio, el grupo de tratamiento asistió (cada tres semanas) a una sesión de 45 minutos sobre igualdad de género.

Los encargados de las sesiones enseñaban algunos datos y hablaban explícitamente a favor de la igualdad de género, pero el principal objetivo era motivar a los estudiantes a discutir entre ellos estereotipos de género, roles típicos de género en el hogar, la educación de las mujeres, los empleos de las mujeres y el acoso. La idea del experimento es sencilla: los jóvenes (hombres y mujeres) no nacen machistas, simplemente ignoran una forma de vida más libre. Para solucionarlo Dhar propuso una práctica plenamente socrática: conversar. Conversar como método de transformación del pensamiento y de la sociedad.

Hicieron entrevistas para evaluar las ideas de los participantes antes y después del experimento. Al final, analizaron los datos: 16 por ciento de los jóvenes que al inicio del experimento tenían ideas claramente machistas ahora apoyaban la igualdad de género.

Para ver si las respuestas no se debían a que los estudiantes estuvieran diciendo lo que los investigadores querían escuchar, repitieron la evaluación del experimento dos años después. Se mantuvieron los resultados. La conversación logró cambiar más del 15 por ciento de las mentalidades retrógradas.

Hay otros dos hallazgos relevantes. Encontraron que el cambio de mentalidad es prácticamente igual entre hombres y mujeres, lo que sugiere que es tan importante combatir las ideas machistas entre hombres como entre las mujeres. (No es el hilo negro: sabemos que una mujer puede ser machista, pero el estudio de Dhar da evidencia con una muestra considerable.)

A los estudiantes no solo les preguntaron sobre sus ideas, sino sobre su comportamiento diario. De nada sirve que la gente jure amar al prójimo si a diario insulta al vecino. Aquí sí hay diferencia en resultados de hombres y mujeres. En el corto y mediano plazo los hombres cambiaron su comportamiento significativamente más que las mujeres. Los hombres reportaron hacer más quehaceres en el hogar y presionar más a sus hermanas mayores para entrar en la universidad. Empero, las mujeres no dijeron motivar más a sus hermanas para ir a la universidad, y dijeron hacer la misma cantidad de quehaceres.

Una idea apresurada es que las conversaciones fracasaron. Si el objetivo era cambiar las preferencias de los estudiantes para acercarlos a la igualdad de género, y las mujeres siguen haciendo la misma cantidad de limpieza en casa, entonces parece que no hubo mucho cambio. Pero esta interpretación ignora la diferencia entre querer y poder.

La repartición equitativa de labores requiere que todas las partes, en este caso hombre y mujer, cumplan su tarea. En una sociedad machista el poder lo tienen los hombres (debo decir lo tenemos). Si la mujer quiere decirle a su hermana que vaya a la universidad, o quiere dejar de lavar ropa del hermano, pero sabe que habrá represalias, tiene el deseo de actuar distinto, pero no la capacidad para hacerlo. El hombre -porque ostenta el poder- no tiene que pedir permiso para decir lo que quiere.

La moraleja es que empoderar a las mujeres no solo es un asunto de educarlas a ellas desde pequeñas, sino de cambiar su entorno para que, una vez que las niñas entienden que tienen los mismos derechos que los niños, no se topen con alguien que les impida desenvolverse. (La moraleja se extiende a cualquier otro género.) También hay que educar hombres para empoderar mujeres.

El camino es largo y los cambios lentos. En jóvenes de secundaria un cambio de 16 por ciento tomó más de dos años. En personas adultas la metamorfosis podría durar mucho más (o nunca ocurrir). Sin embargo, el cambio no necesitó mucho, apenas una sesión al mes, menos de una hora. Sin exámenes, sin regaños. Conversar. Discutir. Llevemos el tema a la mesa en la próxima comida. Sócrates, dicen los datos, tiene razón.

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