En mayo del año pasado el gobierno hizo oficial la desaparición de Prospera. Nuestro nuevo mesías cambió de opinión. Como presidente electo aseguró que el programa continuaría, pero lo sustituyó por una coordinación nacional de becas que, entre otras cosas, está a cargo de Jóvenes construyendo el futuro (sobre el que ya ). Fue un error.

Prospera primero se llamó Progresa. Empezó en 1997, como parte de la respuesta gubernamental a la recesión en el primer lustro de los noventas, que provocó una contracción de alrededor de seis puntos porcentuales del PIB. Con la alternancia de partido en el ejecutivo se renombró Oportunidades y el último sexenio del PRI volvió a rebautizarlo. Prospera fue uno de los primeros programas en el mundo que condicionó la entrega de dinero al cumplimiento de ciertas condiciones: el gobierno monitoreaba que los niños de los hogares beneficiados fueran a la escuela, que los padres los llevaran a revisiones médicas en la clínica local, y las madres recibían suplementos alimenticios. (Una parte clave es que el dinero se otorgaba a las madres.) Pero la principal innovación de Prospera no radicó en el simple condicionamiento, sino en que la condición para recibir las transferencias monetarias era formar capital humano. Al obligar a las madres a llevar a sus hijos a la escuela y mantenerlos sanos (so pena de dejar de recibir el dinero), Prospera intentaba sentar las bases para que generaciones enteras de mexicanos tuvieran mejores condiciones de vida, y lo logró.

Más de 100 artículos se han publicado en revistas arbitradas de economía y salud que evalúan si Prospera cumplió con sus objetivos. Susan W. Parker y Petra E. Todd, economistas de la Universidad de Maryland y de la Universidad de Pennsylvania, respectivamente, se dieron a la tarea de resumir los resultados de toda la investigación publicada sobre Prospera hasta el 2017. La evidencia, contundente, muestra que es uno de los mejores programas para reducir la pobreza de los que se haya tenido noticia. Prospera incrementó la inscripción en primaria en alrededor de 5 puntos porcentuales para los hombres y 10 para las mujeres, redujo el índice de deserción escolar, aumentó el número de jóvenes que se reincorporan a la escuela luego de dejarla, redujo la edad promedio a la que los niños entran a la primaria y consiguió que, en promedio, los niños de los hogares que recibieron el apoyo completaran un año más de escuela que aquellos de hogares sin transferencia. Incluso para los niños más pequeños (cuyos índices de inscripción son altos, aún sin participar en el programa) se redujo significativamente -en términos estadísticos- el número de repetidores.

Durante el diseño del programa, el gobierno encontró que 50 por ciento de los niños de 12 años en las comunidades seleccionadas tenían algún tipo de trabajo. Prospera redujo su participación laboral en casi 25 puntos porcentuales. En las casas con al menos un hijo entre 12 y 17 años y otro menor a 3 años (especialmente si la primera es mujer), Prospera redujo significativamente el tiempo que la hija dedica a cuidar a su hermano menor y aumentó el tiempo que la madre dedica al cuidado de sus hijos.

Los efectos sobre la salud son notables. En tan solo 18 meses, Prospera logró reducir en 10 puntos porcentuales la proporción de niños con anemia, aumentó el peso de los recién nacidos en 125 gramos (siempre en promedio), y la altura de los niños en un centímetro más que quienes no recibieron la ayuda. Para el 2001, Prospera había reducido el índice de mortalidad en niños menores a 5 años en 17 puntos porcentuales. También afectó la dieta: aumentó en más de 15 puntos porcentuales la ingesta calórica proveniente de frutas y verduras, y más de 12 puntos porcentuales en el caso de alimentos de origen animal. Uno de los resultados del cambio dietético fue la reducción -particularmente para las mujeres- en la probabilidad de que los participantes sufrieran sobrepeso.

Por si lo anterior no fuera sorprendente, Prospera tuvo efectos sobre la igualdad de género. Redujo significativamente el número de hogares en los que las mujeres reportan que el hombre es el único encargado de decidir cómo se gasta el presupuesto familiar o si los hijos tienen permiso para salir de casa, así como la cantidad de esposas que necesitan permiso de su marido para visitar vecinos o familiares. Respecto al grupo de control, Prospera redujo los casos de abuso físico a la mujer entre 5 y 7 puntos porcentuales.

Para evitar el riesgo obvio de compra de votos, el programa contemplaba 3 medidas: selección de beneficiarios a cargo del gobierno federal, basada únicamente en datos censales, envío de las transferencias monetarias directamente a las comunidades, sin intermediación de las autoridades locales, para evitar discreción en las entregas, y un lineamiento que prohíbe incluir nuevos beneficiarios en años de elección. Hasta ahora, ninguna de las investigaciones ha encontrado evidencia de que el patrón de votación haya cambiado sistemáticamente en las comunidades beneficiadas.

El único problema encontrado hasta hoy es un incremento en la deforestación de las regiones beneficiadas por Prospera, asociado al mayor consumo de leche y carne. El efecto adverso sugiere que es necesario desarrollar programas para prevenir el deterioro ambiental, pero es claro que sus beneficios superan -por mucho- los costos.

La enorme cantidad de investigación en torno a Prospera atiende a que fue implementado -al menos en los primeros 18 meses- como un experimento. El gobierno identificó a los hogares elegibles y los dividió en dos grupos de forma aleatoria: control y tratamiento. Solo los miembros del último recibirían el apoyo, pero se registraron los resultados de todos. (Luego de los 18 meses las familias del grupo de control fueron incorporadas al programa.) Dado que las familias de ambos grupos eran muy similares (viven en pequeñas comunidades rurales, están por debajo de la línea de pobreza), si les fue mejor a los que recibieron apoyo podemos confiar en que la participación en el programa fue la razón de la mejoría. En un área en la que los experimentos son raras avis por costosos y problemas éticos (uno puede probar con plantas a ver si un químico es letal o no, pero investigar el efecto de la malnutrición sobre la educación dejando a miles de niños sin comer es un crimen, a todos nos queda claro), Prospera se perfiló como una joya para los investigadores.

Uno de los artículos más recientes sobre Prospera, fue publicado en 2018 (posterior al compendio de Parker y Todd). En él, Parker y Tom Vogl -profesor de economía en la Universidad de California en San Diego- estudiaron el efecto de haber participado desde el inicio en Prospera sobre la educación y el desempeño laboral en el largo plazo. Es decir, estudiaron el desempeño de los adultos de hoy que cuando fueron niños se beneficiaron de Prospera, y lo compararon con el de aquellos que empezaron a recibir el apoyo tiempo después. Encontraron que los participantes asistieron, en promedio, 1.4 años más a la escuela, la participación de las mujeres en el mercado laboral aumentó en 10 puntos porcentuales, su salario promedio incrementó en casi 50 puntos porcentuales, además de que para ambos sexos hay un incremento significativo en la posesión de bienes duraderos (inmuebles, refrigeradores, coches, etcétera).

El programa Prospera fue tan exitoso que ha sido copiado en 80 países, que van desde Brasil, Malawi y Bangladesh, hasta el Reino Unido y Estados Unidos. Lo copiaron no por intereses políticos, sino porque es abrumadora la evidencia de su buen funcionamiento. Prospera mejoró las condiciones de vida de millones de personas en el corto plazo (en 2013, el programa apoyaba a 6 millones de hogares, cerca de 20 por ciento de las familias mexicanas, y la evidencia muestra resultados después de 18 meses), pero hizo mucho más que eso: al colocar los incentivos de forma correcta, para que los niños recibieran más educación, para que sus padres los alimentaran mejor, para empoderar a la mujer, garantizó que esa mejora en bienestar perdure para el resto de sus vidas. Eso es lo que hace un buen diseño de política pública: mejora de forma permanente la vida de los ciudadanos. Eliminarla es una muestra de miopía que los electores deben castigar.

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