El pasado miércoles, tras cinco días de levantamientos que dejaron decenas de muertos en Kazajistán, el presidente kazajo apeló a la alianza militar regional liderada por Rusia. El Kremlin respondió al llamado con el envío de 3 mil paracaidistas para ayudar al régimen amigo, ubicándose en un interesante juego de equilibrismo diplomático-militar. Por un lado, una operación de alto riesgo en torno a Ucrania con un despliegue masivo de tropas rusas que ha forzado el inicio de negociaciones con Estados Unidos y la OTAN y por otro, la intervención en una crisis en el territorio de uno de sus aliados más cercanos.

Con la presión sobre Ucrania, Putin intenta obtener de occidente lo que él llama “garantías de seguridad” que no es otra cosa que el reconocimiento de una “zona de influencia” rusa sobre su vecindad. Pero los acontecimientos en Kazajistán complican la posición rusa.

Kazajistán es un país del que poco se sabe en México. La exrepública soviética, cuyas calles arden en rebelión contra el gobierno, cuenta con un vasto territorio estratégico, es hogar del programa espacial ruso, es rica en recursos naturales, decimosegundo país productor de petróleo y una de las economías post soviéticas más fuertes, con un PIB per cápita ligeramente menor al de Rusia (muy por encima del de México). Más aún, Kazajistán es el segundo país más importante en la minería de criptomonedas, por lo que las revueltas y la agresiva respuesta del gobierno, que generaron cortes en el acceso a internet, contribuyeron al desplome del valor de las criptomonedas.

Los eventos de los últimos días en Kazajistán sirven como un recordatorio de que las crisis en el mundo exsoviético son constantes y requieren de la presencia rusa. En el verano de 2020, Bielorrusia fue escenario de unas elecciones presidenciales manipuladas que dieron lugar a meses de protestas duramente reprimidas por el gobierno de Lukashenko del cual Putin resultó un necesario salvavidas; luego la guerra Armenia-Azerbaiyán en la que Rusia, nuevamente, tuvo que enviar tropas para separar a los beligerantes. Y ahora Kazajistán.

Para justificar el recurso a la alianza militar regional liderada por Rusia, el presidente de Kazajistán ha hablado de una “agresión terrorista de inspiración extranjera”. Moscú también ha señalado el involucramiento de fuerzas extranjeras e incluso Georges Soros, el estadounidense odiado por los autócratas, coincide con este argumento. ¿Podría ser este un movimiento catalizado por occidente para debilitar la posición rusa en un momento de enorme tensión a las puertas de Europa por el tema de Ucrania? No hay ninguna prueba al respecto, pero la respuesta no se antoja sencilla. Moscú pretende bloquear la presencia militar de occidente en Ucrania y este podría ser un recurso de occidente para aumentar la presión sobre Moscú.

Pero también podría tratarse del argumento clásico de los autócratas que acusan una “intervención extranjera” para justificar la intervención militar destinada a acallar un movimiento popular. Porque el levantamiento kazajo tiene explicaciones internas: un detonador ligado al aumento de los precios de los combustibles, que plantea reivindicaciones políticas de larga data dado que el actual presidente, Kassym-Jomart Tokayev no ha cumplido sus promesas de reformas políticas para generar un cambio respecto al gobierno de su predecesor, el poderoso Nursultan Nazarbayev, quien gobernó durante treinta años con mano de hierro y dejó la presidencia en 2019, manteniendo el control del poder a través del partido hegemónico.

Hay un síndrome que asusta a los países ex soviéticos, la fuerza de la multitud que logra derribar estatuas —como la de Nazarbayev derribada la semana pasada—, es la misma que logra derribar regímenes, como en Ucrania o Armenia. Putin no puede permitir que eso suceda en un país tan importante como Kazajistán y menos en medio de las recién iniciadas negociaciones con los estadounidenses.

Analista de política internacional.
@B_Estefan

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