En la frontera entre Polonia y Bielorrusia, desde hace varios días, se produce una crisis migratoria. Se trata de un episodio más del enfrentamiento entre el dictador bielorruso Alexander Lukashenko y la Unión Europea.

Europa acusa al dictador bielorruso de haber traído deliberadamente a su país a miles de exiliados de Medio Oriente, Africa Oriental o el Cáucaso, haberles concedido visados ​​de turista y haberlos transportado a la frontera de la Unión Europea. Diversos reportes indican que los migrantes son alentados, e incluso amenazados por las fuerzas del orden bielorrusas, para que crucen la frontera. De esta forma, Lukashenko, conocido como “el último dictador de Europa” se venga de las sanciones europeas adoptadas contra su país desde su tan disputada reelección en 2020 y reforzadas tras el desvío, por parte de Minsk, de un vuelo comercial entre dos capitales europeas para detener a un opositor del régimen.

Minsk sabe muy bien que la mejor manera de ejercer presión, o de vengarse directamente de los europeos, es despertar el miedo a la inmigración. La crisis migratoria de 2015, aunque de muy diferente magnitud, pues el número de migrantes era infinitamente mayor, había dividido profundamente a Europa.

Los conflictos entre países han cambiado, los enfrentamientos militares directos han cedido espacio a un mayor uso de armas cibernéticas, biológicas e incluso a la instrumentalización de la migración como arma. El gobierno alemán ha descrito la situación actual como una "guerra híbrida" contra la Unión Europea, en referencia a un modo de acción que mezcla operaciones de desestabilización, guerra de información e incluso puede incluir acciones militares.

El ministro del interior alemán ha asegurado que la clave de la crisis está en Moscú mientras que el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, ha asegurado que el presidente ruso, Vladimir Putin, principal aliado de Minsk, es el "patrocinador" de esta ola migratoria. Acusaciones que han sido calificadas de "irresponsables e inaceptables" por parte del Kremlin. Cualquiera que sea el grado de implicación del presidente ruso, se trata de una doble prueba para Bruselas. La primera tiene que ver con la reacción política. Hasta ahora, los 27 miembros de la Unión Europea han logrado evitar la división que generó la ola migratoria de 2015 y han conseguido presionar, con inusual consenso, para reducir el puente aéreo que se había instalado entre varias capitales de Medio Oriente y Bielorrusia. La segunda es una prueba humanitaria, pues una reacción netamente de seguridad, que ignora las terribles condiciones de los migrantes pone en entredicho los valores y derechos fundamentales defendidos por la Unión Europea.

Para los migrantes que se concentran en la frontera entre Polonia y Bielorrusia la situación es crítica, sobreviven en los bosques en medio del gélido invierno con temperaturas por debajo de los cero grados. Aquellos que logran cruzar la frontera son rechazados, a veces con métodos muy violentos, por las fuerzas del orden polacas. los guardias fronterizos bielorrusos no les permiten tampoco regresar y por lo tanto, miles de ellos están atrapados en una tierra de nadie inaccesible para los trabajadores humanitarios. Son rehenes en las garras de este drama geopolítico que se ha convertido también en un drama humanitario.

Ayer por la noche, en Bruselas, los ministros de Asuntos Exteriores de los países miembros de la Unión Europea acordaron el establecimiento de nuevas sanciones contra Bielorrusia, contra las líneas áreas y contra agencias involucradas en este movimiento de migrantes. Se trata de un contraataque, que más allá de su impacto inmediato, pretende demostrarle a Lukashenko que su chantaje no funciona.

Sin embargo, la creciente internacionalización de la crisis parece inevitable. El Primer Ministro polaco, anunció este domingo que Lituania, Estonia y Polonia planean invocar el Artículo 4 de la Carta de la OTAN; este artículo prevé consultas entre miembros "siempre que la integridad territorial, la independencia política o la seguridad" de un país de la alianza se vea amenazada. Con este movimiento, Estados Unidos estará invitado a tomar parte en la crisis, a pesar de que seguramente la Comisión Europea hubiera preferido gestionarla a nivel de los “27”, pero es evidente la desconfianza que existe entre Polonia y Bruselas.

Lukashenko, por su parte, ha pedido el despliegue en la frontera de misiles rusos capaces de impactar a 500 km de distancia. Una petición que parece querer influir en el campo de las percepciones europeas, al igual que su amenaza de bloquear el suministro de gas a Europa. Amenaza que ha sido negada por Putin, quien ha declarado que no habrá un bloqueo de gas a la Unión Europea, cuya venta, dicho sea de paso, genera muy necesarios recursos para Moscú. Sin embargo, en paralelo se ha informado que Rusia está concentrando tropas en las fronteras de Ucrania, situación que resulta inquietante para Europa.

Más allá de la crisis actual, en Europa existe un creciente temor a la migración. Se están reforzando las fronteras. Cada día se construyen más muros. Incluso los ministros del interior de 12 países enviaron una carta el pasado 7 de octubre a la Comisión Europea para pedir que se financie la construcción de muros fronterizos y el día de ayer Polonia anunció que construirá un muro a lo largo de 180 kilometros de su frontera con Bielorrusia.

Minsk está tocando fibras sensibles para Europa: la migración, el estado de derecho y la dependencia energética. Hasta ahora, la Unión Europea ha logrado evitar la división, pero tiene aún mucho por hacer en la defensa humanitaria de los migrantes instrumentalizados y debe evitar caer en la tentación de prestar oídos a la cada vez más fuerte voz de países que piden la construcción de muros en sus fronteras externas con dinero europeo. Ante este importante reto geopolítico, los "27" tendrán que mostrar una estrategia eficiente y coherente con sus valores y principios.

@B_Estefan 

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