En los últimos meses hemos presenciado capítulos incrementales de la confrontación entre las potencias uno y dos del mundo. Se trata de una batalla entre gigantes que tiene como trasfondo el interés de China por disputar el poder hegemónico global que desde hace décadas detentan los Estados Unidos.

Entendiendo que a pesar de su incuestionable primacía militar, Estados Unidos no buscará un enfrentamiento armado frontal que podría terminar en la destrucción total, China parece enfocar sus fuerzas a una lucha en otros sectores, pretendiendo obtener un mayor control de las grandes vías de comunicación digitales, comerciales y de infraestructura que determinarán el equilibrio de poder del siglo XXI. De ahí que Pekín no ha escatimado esfuerzos por aumentar su conectividad, ejemplo de ello son la Nueva Ruta de la Seda, el ambicioso proyecto que ha desplegado infraestructura china en los cinco continentes, y la creación del primer sistema de cable submarino de propiedad privada china, que a través de 12,000 km de fibra óptica conectará a Europa, Asia y África y que tiene como nombre PEACE, paradójicamente por sus siglas en inglés.

China es el segundo inversionista del mundo en investigación y desarrollo y su tasa de crecimiento en este rubro en los últimos años es cuatro veces mayor a la de Estados Unidos. Hoy 9 de las 20 mayores empresas de alta tecnología en el mundo son chinas.

Pero en la lucha por la hegemonía global no todo es poder duro, es decir que no todo refiere a la capacidad de coerción a través de la fuerza militar, económica o digital, sino que se requiere también del poder suave, que tiene que ver con la capacidad de atracción a través de la difusión de un modelo cultural o ideológico que logre ser reconocido por parte de un amplio grupo de la comunidad internacional. Y es quizá ahí donde China tenga un mayor reto, y la prueba más fehaciente de ello es la lingüística.

A lo largo de los últimos dos siglos, la dominación mundial ejercida primero por Gran Bretaña y después por Estados Unidos dieron una difusión a gran escala al idioma inglés. Este proceso se vio reforzado por fondos gubernamentales y fundaciones privadas estadounidenses y británicas dedicados al impulso del idioma inglés en el mundo. Como resultado de ello, hoy la lengua de Shakespeare es la lengua de referencia a nivel global.

Este anglo-centrismo se hace patente de diversas formas. El inglés es la lengua más comúnmente usada en las relaciones internacionales, pensemos por ejemplo que en la Unión Europea si bien hay 24 idiomas oficiales, el inglés es la lingua franca y esto no cambió aún tras el Brexit que hizo que el porcentaje de ciudadanos de la Unión Europea que tienen inglés como lengua materna cayera del 13% al 1%.

El inglés es también el idioma más usado en el mundo de los negocios y el comercio exterior, y la lengua internacional en todos los aeropuertos del mundo. Aunado a

esto, ante la inmediatez del ciclo noticioso sumado al número de angloparlantes, los medios de comunicación de referencia global suelen ser aquellos que se emiten en inglés. Incluso los medios británicos gozan de mucho mayor peso que los de otros países con mayor poder real a nivel global, pero que están limitados por barreras idiomáticas, como es el caso de los medios alemanes.

Este imperialismo lingüístico, además de los recursos dedicados a la producción y difusión de la música y cinematografía estadounidenses, han permitido a Estados Unidos exportar el American way of life y acelerar su influencia a escala global. De ahí que la cuestión lingüística sea indudablemente un instrumento fundamental de geopolítica.

A pesar de la relevancia demográfica de China (más de 1,400 millones de habitantes), del progresivo despliegue de Institutos Confucio que buscan promover la lengua y la cultura chinas alrededor del mundo, y de la creciente diáspora china que ejerce una influencia en ultramar, el país del dragón tiene un enorme reto en materia de diplomacia lingüística porque la adopción o desaparición de un gran idioma suelen ser procesos lentos como lo han demostrado a lo largo de la historia el latín, el griego y el sánscrito.

El gigante asiático ha retomado un papel protagónico en el mundo y Xi Jinping, busca un redescubrimiento del "mandato celestial" de los emperadores del país que se llama a sí mismo, Zhōngguó (中國), que podría traducirse como el "país del centro", pero alcanzar un rol hegemónico de su cultura por ahora se antoja muy complicado.

@B_Estefan

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