El gobierno se encuentra “pasmado”, advirtió Carlos Urzúa en la páginas de EL UNIVERSAL hace unos días. No sabe qué hacer ante la crisis económica. Sus reacciones ante la lluvia de malas noticias las calificó de “palos de ciego”. Creo que la observación de quien fuera secretario de Hacienda por unos meses de la actual administración pinta de cuerpo entero al gabinete económico. No así al presidente de la República.

López Obrador

sabe que las cosas no le están saliendo bien y que la pandemia de la Covid-19 ha llegado a complicarlo todo. Pero en lugar de pasmado, se ve más bien un presidente obstinado. Su estilo de hacer política y de gobernar ha sido siempre el del apostador que cree en su suerte y en sus cartas, no en el cálculo de las probabilidades. Por ello, cuando empieza una racha perdedora, en lugar de cambiar su juego dobla la apuestas.

La devastación económica que la pandemia de la Covid-19 y las medidas adoptadas para contenerla están causando, hicieron pensar a Carlos Salazar , presidente del Consejo Coordinador Empresarial, que podían convencer a López Obrador de un viraje en la política económica de su gobierno. En otros países ya se habían anunciado planes de intervención gubernamental para ayudar a las empresas a sobrevivir y proteger el empleo. Era el momento de un gran acuerdo entre el gobierno de la 4T y los empresarios.

López Obrador alentó estas expectativas. Anunció que en su primer informe trimestral del 2020 daría a conocer su plan económico para enfrentar la crisis provocada por la pandemia. Tuvo varias reuniones con diversos líderes empresariales. Llegado el día, sin embargo, el presidente de la República dio un mensaje completamente anticlimático. Advirtió que su gobierno mantendría el curso en materia económica. Rechazó recurrir al endeudamiento público para ofrecer créditos blandos o facilidades fiscales a las empresas.

El presidente de la República reafirmó su convicción contraria a los “rescates” de empresas privadas que en su opinión sólo significan la “socialización de sus pérdidas”. Poco importó que los negocios que hoy necesitan ayuda eran perfectamente rentables antes de las medidas de confinamiento y distanciamiento social. Tampoco hizo hincapié en que el sector privado es el generador de la gran mayoría de los empleos. López Obrador dejó en claro que las empresas tendrían que enfrentar con sus propios medios la gran supresión de la actividad económica, decretada por el propio gobierno.

La negativa de la 4T a proteger la planta productiva y el empleo ante la calamidad económica que azota al país, desató una tormenta de críticas al presidente López Obrador. “Nos cerraron la puerta”, dijo Carlos Salazar. A partir de entonces el presidente de la República ha estado desafiante, convencido que tiene un juego ganador. Por ello, a críticos y opositores les ha plantado cara con desplantes que rayan en el insulto. Apuesta a que pronto regresará la normalidad y la economía tendrá un fuerte rebote.

La apuesta del presidente López Obrador es temeraria. Las probabilidades están decididamente en su contra. A diferencia de sus tiempos como Jefe de Gobierno o aspirante a la Presidencia, ahora hay mucho más en juego. Millones de pequeños y medianos negocios pueden pasar de la falta de liquidez a la insolvencia en cuestión de semanas. La pérdida de empleos generará un empobrecimiento generalizado entre la población.

Edmund Burke, autor de Las Reflexiones sobre la Revolución Francesa , caracterizaba a la obstinación como un grave vicio. Se confunde fácilmente con virtudes como la constancia y la firmeza, pero se manifiesta como una incapacidad de adaptarse a circunstancias. En política esta es frecuentemente la causa de grandes desastres. El presidente López Obrador debería tomar esto en cuenta antes de poner en riesgo el bienestar de millones familias. Lo que le piden no es que renuncie a sus convicciones y principios, sino que los adapte a la nuevas circunstancias que enfrenta el país.

Doctor en política por la Universidad de Oxford

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