“Santo Dios, es una cosa muy catastrófica, muy horrible. Atentar contra mi familia es algo muy triste. Esto no es conflicto entre cárteles, esto sí es terrorismo: atacar a niños, donde hay locales, donde todos los días está lleno de gente”, me contó una aún aturdida mujer: Guadalupe, quien junto con su familia fue víctima de la explosión del coche bomba el sábado en Coahuayana, Michoacán.
Lupita, su esposo, sus dos pequeños hijos y una empleada de su paletería, Alexa, resultaron heridos. El padre de familia continúa en el hospital, pues en la clínica donde está no tienen el aparato que necesitan para hacerle los estudios requeridos.
—¿Por qué no está en un Centro de Salud? —le pregunté a Lupita, pensando en el dinero que eso les va a costar. Ella me respondió: “Porque aquí no hay ese tipo de especialidades. Aquí uno no se atiende ahí; nada más es para una gripa o cosas así”.
Definitivamente, Dinamarca no somos. Qué tristeza.
Aquel sábado tras la explosión en lo primero que pensó Lupita fue en sus hijos. “Todo estaba oscuro. Estaba aturdida, no escuchaba. Yo gritaba, mi esposo gritaba por nuestros niños. Intentábamos levantar cosas porque escuchábamos el llanto del bebé. Cuando por fin entró una luz, alcanzamos a distinguir a mi bebito en la entrada, que se levanta. Tenía tanto miedo de encontrarlo sin vida, deshecho. Mi niña me salió por un lado pidiéndome que no la abandonara. Sufriendo, espantada. Cuando yo salí con ella, no me percaté de que había gente tirada, despedazada y, pues mi hija (de 7 años de edad) todo eso lo lleva en su cabecita”.
Cuando escuchaba a Lupita, sentí rabia, tristeza, desamparo. ¿Qué sientes tú ahora que lo lees? ¿Indiferencia, coraje, miedo?
Lupita y su familia están vivos, pero perdieron su negocio que representaba cinco años de esfuerzo y trabajo. Perdieron también la tranquilidad —que no la paz, pues esa en Michoacán se perdió hace mucho tiempo—.
Llamarlo terrorismo o delincuencia organizada no aligera nada. Lupita me dijo que ella había escuchado muchas veces sobre bombas en Michoacán y pensaba: “pobre gente”. Pero ahora que le tocó a su familia, dice haber sentido miedo… un miedo hasta entonces desconocido.
Mientras todos seguimos caminando entre escombros, acostumbrándonos a sobrevivir, administrando el dolor, a Lupita ya le explotó la violencia en la puerta de su negocio. ¿Seguiremos pensando “pobre gente” hasta que llegue a la puerta de nuestra casa? ¿O habrá alguna salida?
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“Solo es posible alcanzar la libertad cuando decidimos no vivir de espaldas a nosotros mismos; cuando afrontamos la verdad, por dura que sea; cuando el amor a lo que realmente importa nos inspira el coraje necesario para perseverar y prevalecer. Solo al alcanzar esa coherencia interior, esa integridad vital, logramos estar a la altura de nuestro destino. Solo entonces llegamos a ser quienes realmente somos y podemos vivir una vida que valga la pena vivir.”
—María Corina Machado, premio Nobel de la Paz y perseguida política del régimen de Nicolás Maduro en Venezuela.

