Por Carlos Corral Serrano

Hace poco más de tres décadas, el arquitecto Adrián Breña Garduño escribió un texto visionario titulado Urbanismo Integral Humanista. Lo hizo en una época en que México se preparaba para entrar al Tratado de Libre Comercio y la palabra “globalización” comenzaba a definir el rumbo de nuestras ciudades. Breña advertía, con precisión y asombrosa lucidez, que la urbanización desmedida, la desigualdad territorial y la pérdida de equilibrio ecológico marcarían el siglo XXI.

Treinta y cinco años después, su diagnóstico sigue vigente. O usted, lector, ¿cree que algo ha cambiado realmente?

La ciudad que enferma y no aprende

Breña describió a la Ciudad de México como una metrópoli enferma, asfixiada por el tránsito, la contaminación y la falta de planeación. Señalaba que millones de personas padecían cada día atentados contra su salud física y emocional por un modelo urbano que privilegiaba al automóvil y no al ser humano.

Treinta y cinco años después, el problema no solo persiste: se ha multiplicado. Hoy circulan más de 6 millones de autos en la capital y las ciudades del país siguen creciendo hacia donde no deberían. La expansión sin control, los asentamientos informales y la segregación urbana siguen marcando el territorio nacional. El modelo de ciudad —centralizado, desigual y contaminante— ha cambiado de nombre, pero no de fondo.

Los mismos errores, ahora más grandes

El maestro Breña hablaba de la falta de “una estructura nacional de transportes inteligentemente planificada”. Hoy seguimos sin tenerla. Las ciudades medias aún no se desarrollan integralmente; los puertos, polos industriales y ciudades intermedias carecen de planeación articulada. En 1990, Breña advertía que México sufría el síndrome de la concentración y dispersión: demasiada gente en unos cuantos lugares, demasiado abandono en el resto del territorio.

Treinta y cinco años después, el 80% de la población sigue concentrada en zonas metropolitanas.

El problema dejó de ser urbanístico para convertirse en crisis civilizatoria. Lo que entonces se llamaba “mala planeación”, hoy es colapso estructural: contaminación del aire, pérdida de agua, desigualdad territorial, movilidad ineficiente y fragmentación social.

El llamado que sigue siendo urgente

Breña no pedía grandes utopías, pedía planificar con ética y sentido humano. Soñaba con un urbanismo que integrara ciencia, técnica y arte, pero al servicio de la comunidad. Hablaba de la necesidad de pensar el territorio como un ecosistema donde agua, aire, tierra y fuego estuvieran en equilibrio con la vida humana.

Treinta y cinco años después, seguimos soñando con lo mismo.

Solo que ahora el precio de la inacción es más alto: el cambio climático ya no es amenaza, es realidad; los acuíferos ya no se agotan, están agotados; las ciudades ya no crecen, se desbordan.

Entre la nostalgia y la responsabilidad

Quizá lo más doloroso de releer a Adrián Breña no es lo que escribió, sino comprobar que no hemos hecho lo suficiente con lo que él ya sabía.

Nos habló de un urbanismo integral y humanista, pero seguimos planificando por fragmentos, gestionando a corto plazo y construyendo sin alma.

Hoy, más que nunca, el urbanismo mexicano necesita recuperar su dimensión ética y humanista.

Porque planear no es solo ordenar el espacio: es darle sentido al futuro.

Treinta y cinco años después, su texto suena menos a un documento histórico y más a una advertencia que decidimos ignorar. Lo inquietante es que tenía razón.

Y la pregunta, inevitable, sigue ahí: ¿Usted, lector, cree que ha cambiado algo?

Es Director Ejecutivo de la Asociación Mexicana de Urbanistas, AC

contacto@amu.org.m

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