Por Carlos Corral Serrano
La vulnerabilidad de nuestras ciudades se ha hecho evidente una y otra vez en la historia reciente de México. La expansión desordenada, la ocupación de cauces de ríos, la construcción en barrancas o en suelos inestables, así como el uso de técnicas constructivas deficientes, han expuesto a millones de personas a riesgos que van más allá de la naturaleza: son el resultado de la falta de planeación y de organización.
Frente a ello, la seguridad física de los centros de población no puede improvisarse. Tal como expone la Asociación Mexicana de Urbanistas, es indispensable realizar estudios y análisis de riesgo y vulnerabilidad que permitan identificar los fenómenos destructivos más probables, su magnitud, frecuencia y capacidad de daño, así como la resistencia de la infraestructura urbana.
La gestión del riesgo implica reconocer amenazas —sismos, inundaciones, huracanes, erupciones volcánicas, incendios industriales o explosiones urbanas— y articular respuestas efectivas. Esto pasa por fortalecer los servicios esenciales (agua, electricidad, gas, telecomunicaciones, transporte, hospitales, escuelas), vigilar la aplicación de los reglamentos de construcción y promover una cultura ciudadana de prevención.
La planeación preventiva debe incorporar diagnósticos claros, estrategias de defensa, planes de evacuación y rehabilitación, así como instrumentos que aseguren recursos técnicos, financieros y normativos para responder con rapidez. La realidad es contundente: los desastres naturales no se pueden evitar, pero sí se pueden prevenir y mitigar sus impactos.
En este camino, la Ciudad de México se ha convertido en un referente. La Secretaría de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil (SGIRPC) ha logrado avances notables en la digitalización de procesos y en el desarrollo de su Atlas de Riesgos, herramienta considerada la mejor a nivel nacional, con más de 2,134 capas de información geoespacial disponibles al público. Su innovación y utilidad le han valido reconocimientos en distintos foros técnicos y académicos, consolidándose como un instrumento indispensable para la protección civil y la planeación urbana.
Más allá de la sofisticación tecnológica, el valor del Atlas radica en su propósito: construir una cultura de prevención incluyente, donde sociedad y gobierno trabajen juntos. La colaboración se fortalece a partir de datos concretos, mapas claros y una plataforma accesible que orienta tanto las decisiones de política pública como las acciones comunitarias.
Estamos forjando un camino firme, donde las lecciones del pasado impulsan las acciones del presente. Nos acercamos al aniversario de los sismos del 19 de septiembre de 1985 y 2017, fechas que aún resuenan en nuestra memoria y que nos recuerdan la urgencia de no bajar la guardia.
Hoy, podemos afirmar que vamos por buen camino:
La coordinación entre sociedad y gobierno se ha fortalecido.
La SGIRPC ha realizado un trabajo extraordinario al digitalizar procesos y consolidar un Atlas de Riesgos ampliamente reconocido.
La prevención se está convirtiendo en una práctica cotidiana y no en una respuesta improvisada.
La memoria ya no es solo recuerdo del pasado: es una herramienta para construir un futuro más seguro y resiliente. Al menos en la Ciudad de México, la prevención está dejando de ser un discurso y se está consolidando como una política pública sólida, avalada por datos, tecnología y participación ciudadana.
Director de la Asociación Mexicana de Urbanistas
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