Por Cecilia de la Paz Pelletier Bravo

Una de las características más destacadas de la humanidad contemporánea es la gran tendencia hacia la urbanización, acelerada desde la Revolución Industrial (finales del siglo XVIII) y reforzada por la introducción de las líneas de ensamblaje de Henry Ford en 1913. Al hacer la producción masiva accesible, las ciudades cambiaron: dejaron de centrarse en las personas y comenzaron a organizarse en función del automóvil (Sadurní, 2022).

Este proceso trajo beneficios innegables, pero también problemas profundos. Favoreció el incremento de las desigualdades, la pobreza y la marginalidad. La planeación urbana resultó ineficiente y desarticulada, y por doquier surgieron asentamientos con accesibilidad deficiente, infraestructura precaria, construcciones en zonas de riesgo, hacinamiento, falta de higiene y proliferación de enfermedades. En consecuencia, uno de los efectos más graves de esta evolución urbana fue la normalización de la violencia en todos los niveles y espacios de la vida cotidiana.

Hoy, muchas comunidades —barrios y ciudades enteras— viven bajo diversos grados de violencia e inseguridad. En algunos casos, la descomposición social ha alcanzado tal profundidad que simplemente se ha aceptado como parte del paisaje. Para erradicar este fenómeno es imprescindible identificar a los grupos más vulnerables y trabajar con ellos mediante talleres participativos que permitan reconocer el origen de esta violencia y sus expresiones tempranas.

Sabemos que la violencia sólo puede prevenirse desde sus primeras manifestaciones. Por ello, en 2019 el Instituto Politécnico Nacional (IPN) creó el Violentómetro, una herramienta que permite detectar actitudes violentas desde sus formas más sutiles, por inocentes que parezcan. Esta escala está dividida en tres niveles de peligrosidad, y funciona con la lógica de la analogía de la ranita: aquella que, al caer en agua fría, no percibe el peligro cuando esta sube de temperatura lentamente… hasta que es demasiado tarde (Rubin, 2008).

¡Ten cuidado! La violencia aumentará

Acciones como bromas hirientes, chantajes, mentiras, engaños, celos o el “trato de hielo” pueden parecer inofensivas. Pero son las primeras señales: la temperatura comienza a subir. Ignorarlas o justificar que “nadie cambia” sólo abre la puerta al aumento de la violencia.

¡Reacciona! No te dejes destruir

Las redes sociales, como toda tecnología, ofrecen oportunidades, pero también riesgos. En la segunda etapa del violentómetro se incluyen prácticas como acechar (stalkear), culpabilizar o descalificar en línea. Estas acciones no son pequeñas ni inofensivas. Son señales de alarma. Si estás en esta etapa, actúa. La temperatura sigue subiendo.

¡Busca ayuda profesional

Si tú —o alguien cercano— ya se encuentra en la etapa más grave, es urgente buscar ayuda profesional. No se puede tolerar violencia física, aislamiento, amenazas, sextorsión, abuso sexual, ni mucho menos llegar al homicidio o feminicidio.

Difundir y utilizar el Violentómetro es clave para prevenir y erradicar la violencia desde sus raíces. Porque ignorarla no la hace desaparecer. Todos somos responsables. Como sociedad debemos exigir a nuestras autoridades que atiendan el problema, pero también debemos colaborar, desde nuestras familias, comunidades y espacios públicos.

Sólo así podremos aspirar a un mundo libre de violencia, en paz y con armonía para todas las personas.

Como dijo Bob Dylan en 1962, en su célebre canción Blowin’ in the Wind, cuya traducción libre aquí compartimos:

“¿Cuántas muertes se necesitarán para que él sepa que han muerto demasiadas personas?”

La respuesta, amigo mío, está soplando en el viento.

Es Coordinadora de Urbanismo y Perspectiva de GéneroAMU Representación Coahuila

contacto@amu.org.mx

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