Por Bruno Adrián García del Valle Alegría
A lo largo del Periférico, miles de personas viven separadas por algo más que una vía rápida. Esa franja interminable de concreto no solo divide vialidades, sino también vidas, oportunidades y formas de habitar la ciudad. En un lado, torres corporativas, parques bien trazados y servicios eficientes; en el otro, barrios donde el tiempo parece avanzar más lento, con transporte deficiente, espacios públicos abandonados y calles que son más frontera que camino.
Durante décadas, el Periférico ha sido una cicatriz urbana y emocional. Ha consolidado una separación entre el norte y el sur, el poniente y el oriente, entre quienes tienen acceso a la ciudad y quienes apenas la bordean. Esa fractura no es solo visual: se refleja en distancias sociales, desigualdad económica y percepción de inseguridad.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (INEGI, junio 2025), el 63.2 % de la población urbana considera que vivir en su ciudad es inseguro —una cifra que asciende al 68.5 % entre las mujeres—. A pesar de que millones de personas se mueven en transporte público o caminan, el automóvil particular sigue dominando el espacio: en la Ciudad de México circulan más de 5.5 millones de autos privados, mientras que solo el 2 % de los viajes se realizan en bicicleta, según la Secretaría de Movilidad (2024).
De las fronteras al tejido: la idea de las “grapas urbanas”
Frente a esta realidad, surge una propuesta que combina arte, movilidad y cohesión social: las grapas urbanas. Son estructuras que no solo cruzan avenidas o autopistas, sino que tejen comunidad sobre la fractura. Inspiradas en los puentes escultóricos y en los corredores culturales, estas grapas buscan reconvertir los límites en puntos de encuentro, donde el tránsito se convierta en convivencia.
Imaginemos puentes que no se crucen con prisa, sino que inviten a detenerse. Espacios con murales vivos, música local, talleres al aire libre, ciclovías seguras y estaciones de préstamo de bicicletas. Cada grapa sería un nodo de intercambio humano, un punto de diálogo entre los barrios divididos, donde el arte y la movilidad se integren como motores de pertenencia.
Diagnóstico: la ciudad fragmentada
La Ciudad de México —como muchas metrópolis latinoamericanas— ha crecido bajo la lógica de la separación: zonas exclusivas frente a periferias desbordadas. Las vías rápidas, pensadas para conectar, terminaron desconectando. El resultado es una urbe con movilidad desigual, donde la velocidad de unos se construye sobre la lentitud de otros.
Las “grapas urbanas” representan más que infraestructura: son una metáfora de reconciliación urbana, un llamado a rediseñar la ciudad desde la empatía, el arte y la equidad espacial.
Acciones concretas para una ciudad que se reencuentre
Reconvertir puentes vehiculares en corredores peatonales y culturales. Integrar arte público, vegetación, espacios de descanso y equipamiento comunitario.
Priorizar la movilidad activa en la planeación urbana. Cada intervención debe incluir ciclovías, rampas accesibles y cruces seguros.
Impulsar políticas de cohesión territorial. Fomentar proyectos que unan colonias divididas por barreras físicas, con financiamiento público y privado.
Fomentar la participación ciudadana. Que los habitantes definan cómo quieren reconectarse con el otro lado de la ciudad.
Hacer del arte urbano una política pública. Que las grapas sean también escenarios de expresión y cultura viva.
El Periférico puede seguir siendo una vía rápida, pero también puede convertirse en un anillo de unión simbólica. Cada puente transformado en espacio de encuentro sería una victoria contra la fragmentación. Porque la ciudad no se construye solo con concreto, sino con empatía, arte y comunidad.
Cuando unimos los lados de una calle, comenzamos también a unir los lados de nuestra sociedad.
Arquitecto y alumno de la Maestría en Proyectos para el Desarrollo Urbano – Universidad Iberoamericana
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