Por Roque González
Hechos
Determinadas zonas de nuestras ciudades están atrayendo a segmentos del mercado inmobiliario en expansión a nivel mundial. Se trata de nómadas digitales, jóvenes, personas mayores o familias pequeñas que valoran la vida urbana, la caminabilidad y el acceso cercano a servicios, espacios públicos y oportunidades de empleo.
En este contexto, los procesos de gentrificación urbana son prácticamente inevitables. Responden a transformaciones socioeconómicas profundas, impulsadas por tendencias como el envejecimiento poblacional, la reducción del tamaño familiar, la revalorización del bienestar y la vida urbana, el aumento del ingreso medio, y la visión cosmopolita de las nuevas generaciones.
Efectos positivos
La gentrificación genera efectos socialmente deseables:
Revitalización económica y urbana de zonas en decadencia.
Preservación y aprovechamiento del patrimonio urbano e inmobiliario.
Diversidad y enriquecimiento sociocultural.
Sustitución de traslados en automóvil por desplazamientos peatonales.
Mayor oferta de servicios, empleos y recaudación pública (predial, actividad económica).
Atracción y retención de talento y divisas.
En muchos casos, representa la única fuente de ingresos para adultos mayores con propiedades en zonas revalorizadas.
El verdadero problema
No es la gentrificación el problema. El problema es que, como resultado de este proceso, poblaciones establecidas que habitan en condición de renta sean desplazadas por el aumento de precios y rentabilidades.
La propuesta
La clave no es frenar la gentrificación, sino canalizar parte del valor que genera para garantizar la permanencia de la población que ya habita esas zonas.
¿Cómo lograrlo?
A través de mecanismos comprobados, como:
Condicionar nuevos desarrollos a incluir un porcentaje de vivienda en renta subsidiada.
Establecer fondos de subsidio a partir de una proporción de las rentas.
Aprovechar la posibilidad de incrementar la densidad, lo cual genera valor adicional y permite retener población establecida y alojar nuevos residentes.
Utilizar los derechos de desarrollo vinculados a espacios públicos subutilizados, como ha propuesto Juan Gil para otras zonas de la ciudad.
Acciones a emprender
Declarar las zonas de referencia como Polígonos de Actuación.
Censar y registrar a la población que habita en condición de renta.
Formular planes integrales de mejoramiento y desarrollo sustentable, identificando predios aptos para densificación.
Impulsar vivienda nueva, condicionando su autorización a la inclusión de vivienda en renta subsidiada para la población establecida.
Fomentar e incentivar la vivienda en renta, tanto temporal como permanente.
Más allá de las zonas gentrificadas
No basta con atender las zonas donde ya se manifiesta la gentrificación. Es necesario promover vivienda accesible en otras zonas de la ciudad, cercanas a centros de empleo y servicios, y replicar las condiciones urbanas que hacen atractivos barrios como Roma o Condesa:
Usos mixtos; Cercanía al empleo; Caminabilidad; Espacios públicos de calidad; Acceso eficiente a servicios, y transporte.
Estas colonias no son el problema. Son parte de la solución. Representan el modelo de ciudad que una población creciente demanda. Nos muestran que es posible recuperar el espíritu de barrio, base de la vida urbana saludable y cohesionada.
Conclusión
En lugar de satanizar la gentrificación y a quienes revitalizan nuestras ciudades, debemos orientar, regular e integrar sus efectos positivos con acciones que garanticen la equidad y la permanencia de las comunidades históricas.
La gentrificación no debe combatirse: debe gobernarse. Solo así será una verdadera palanca de inclusión y prosperidad urbana compartida.
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