En las relaciones internacionales y en la geopolítica no hay casualidades, y mucho menos para naciones como la nuestra, que además cortesía de la gestión del actual mandatario mexicano le ha dado la espalda a la política exterior y al mundo estos últimos cuatro años y medio. Y siempre, inevitablemente, hay consecuencias.

Una iniciativa de ley presentada por la mayoría Republicana en la Cámara de Representantes de Estados Unidos subraya de nuevo lo que está en juego en la relación bilateral más importante que tenemos en el mundo, así como las flaquezas, incongruencias y vulnerabilidades de las políticas públicas del Presidente López Obrador. Hace unas semanas, el presidente Republicano del Subcomité de Asignación Presupuestal para Defensa del Comité de Presupuesto de la Cámara de Representantes, Ken Calvert, presentó una enmienda al proyecto presupuestal del año fiscal 2024 para el Departamento de Defensa que transferiría jurisdicción, autoridad y coordinación de las relaciones militares, de defensa y seguridad nacional con México del Comando Norte -o NorthCom- al Comando Sur -o SouthCom- del Pentágono a los seis meses de la aprobación de ese presupuesto anual de $826 mil millones de dólares. En un comunicado emitido poco después de introducir dicha enmienda, el Representante Calvert afirma que “Ninguna amenaza en el mundo actual se está cobrando más vidas estadounidenses que la crisis del fentanilo. Para priorizar la lucha contra el tráfico de fentanilo por parte de los cárteles mexicanos de la droga, estamos transfiriendo a México de la jurisdicción de NorthCom a SouthCom, que tiene una larga historia de operaciones antidrogas internacionales e interinstitucionales exitosas”.

Esto no es una mera sopa de letras o acrónimos sin consecuencias para nuestro país. El Departamento de Defensa de Estados Unidos cuenta con once comandos de combate unificado (siete geográficos y cuatro temáticos) a través de los cuales coordina las relaciones de enlace militar-militar y de defensa de EE.UU en todo el mundo. Su misión es unificar la gestión militar y de cooperación internacional en defensa en un área geográfica determinada bajo el liderazgo de un solo comandante -uno para cada comando- el cual ocupa jerárquicamente el tercer nivel en la cadena de mando militar -en caso de un conflicto bélico- por detrás solo del secretario de Defensa y del presidente. El Comando Norte, basado en Colorado, fue creado en respuesta a los atentados terroristas de 2001 en lo que ha significado la restructuración burocrática (la creación del Departamento de Seguridad Interna -DHS- fue parte de esa nueva arquitectura de agencias y funciones) más importante del gobierno estadounidense desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Su razón de ser es garantizar la seguridad integral de la región norteamericana, de los flujos transfronterizos comerciales y de personas, e incorporando por primera vez a los dos vecinos estadounidenses, Canadá y México, privilegiando paradigmas holísticos de seguridad en los cuales la prosperidad y seguridad compartidas -vertebradas en torno al TLCAN y ahora el TMEC- están entreveradas. Hasta antes de 2002 (año en el que se establece NorthCom), tanto Canadá como México no habían estado insertos en comando unificado alguno; Canadá en virtud de ser un aliado militar y de la OTAN y participar con EE.UU en el mecanismo de la alianza para la protección del espacio aéreo canadiense y estadounidense, NORAD, y México como la frontera sur, apartado del Comando Sur (basado en Florida) que se encarga de las relaciones de defensa y militares con el Caribe y toda América Latina, con excepción de nuestro país. Durante mi gestión como embajador en Washington, Semar y luego Sedena finalmente enviaron enlaces permanentes a NorthCom para institucionalizar y profundizar esa visión más amplia y moderna de seguridad norteamericana integral.

Transferir a México al comando que vela por los temas militares y de defensa en el resto del continente americano es un foco rojo parpadeante. Primero, porque está predicado única y exclusivamente en la lectura de México como problema, y no oportunidad, y en una visión simplista que encasilla de manera monotemática a nuestro país en el compartimento-estanco de la lucha contra el crimen organizado transnacional con el argumento de mejorar el combate estadounidense al narcotráfico. No hay que olvidar el discurso que hoy impera en buena parte del Partido Republicano en el sentido de que México y su frontera son la verdadera amenaza a la seguridad nacional de EE.UU y que Washington debe contemplar medidas militares unilaterales, incluyendo el uso de la fuerza, para detener el trasiego de fentanilo, erguido ya como mantra electoral camino a 2024. Todos los principales candidatos presidenciales Republicanos se han manifestado a favor del uso de la fuerza militar en México contra el narcotráfico, empezando por el expresidente Donald Trump así como por el gobernador de Florida Ron DeSantis, el exvicepresidente Mike Pence, la exgobernadora y exrepresentante permanente ante la ONU, Nikki Haley, y el Senador por Carolina del Sur, Tim Scott. Segundo, la incapacidad y falta de voluntad para confrontar al crimen organizado y particularmente la producción y tráfico de fentanilo en México -así como el discurso presidencial de que el fentanilo “no es problema mexicano”, a pesar de que todos los datos duros de EE.UU, la ONU y del propio gobierno mexicano dicen lo contrario- está agravando una crisis de percepciones que se cierne sobre nuestro país, sobre todo si los Republicanos vencen en las elecciones presidenciales de 2024. Tercero, la permanencia de México en NorthCom es clave por el papel integral por el que nuestro país debe pugnar en los temas de seguridad norteamericana cara al realineamiento geoestratégico de las relaciones de Washington con Beijing y su relevancia para los temas comerciales, económicos, de ciberseguridad y del tan cacareado debate de la relocalización de cadenas de suministro (el llamado “near-shoring”, que crecientemente en Washington se está re-bautizando como “friend-shoring” o incluso “ally-shoring”) y el cambio de paradigma económico de Estados Unidos. Esas cadenas de suministro esenciales que EE.UU hoy busca blindar y profundizar -buscando privilegiar que sus amigos/aliados (de ahí esos términos de “friend-shoring” o “ally-shoring”) sean quienes reciban inversiones que se reubican de China a otras latitudes, son las que México está buscando atraer. Pero el pequeño problema es que si el paradigma es uno que va un paso más allá de la mera vecindad geográfica, la mano de obra calificada o la arquitectura regulatoria (el TMEC) y se basa en convergencia estratégica y de paradigmas de política exterior, relaciones internacionales y visiones -si no comunes por lo menos alineadas- de los grandes temas globales, México bajo López Obrador se ha comportado como todo menos un amigo o aliado de EE.UU.

Y como he subrayado previamente aquí en esta página de opinión, para un presidente que se jacta de que la mejor política exterior es la política interna, son precisamente las actuales flaquezas de las políticas públicas internas del presidente las que le abren flancos de vulnerabilidad y presión a México cara al extranjero, particularmente ante Estados Unidos. Y el presidente sigue pensando que se puede escupir y tragar pinole a la vez en la relación con EE.UU y que ello no tendrá consecuencias reales en el mediano y largo plazos para los intereses nacionales de México, para su relación con su principal socio comercial y vecino y para su posición en el tablero internacional.

El Pentágono trasladó por última vez a un país a un comando unificado diferente en 2021, cuando transfirió a Israel del Comando Europeo al Comando Central para coordinarse de manera más efectiva ante Irán junto con algunas naciones árabes. Aun así, no está claro si el chantajeo de transferir a México a SouthCom como precondición para autorizar el presupuesto anual de defensa estadounidense obtendrá el apoyo de la bancada Demócrata cuando el Comité de Presupuesto en pleno analice el proyecto de ley antes de que se proceda a su votación en el pleno de la Cámara de Representantes y las negociaciones finales con el Senado. De entrada esta medida no es el tipo de cosa que se supone que debe hacer un Comité de Presupuesto en el Congreso de EE.UU, centrado no en temas de definiciones de política pública -o diplomacia y seguridad nacional- sino más bien en niveles de gasto y financiamiento. Tal y como sentenció el Representante Adam Smith, el líder de la minoría Demócrata en el Comité de Servicios Armados de la Cámara: “No saben lo que están haciendo...y no deberían estar haciéndolo”. El traslado de México a SouthCom no se ha discutido en ese Comité e incluso es muy probable que el propio Departamento de Defensa y otras dependencias del Ejecutivo se opondrán a un intento de reubicar a México en sus comandos.

Hay que atar cabos y unir puntos con respecto a lo que está ocurriendo hoy en Washington, y este gobierno mexicano -ciertamente en Palacio Nacional- no lo hace. Un eventual traslado de México de NorthCom a SouthCom en la estructura de los comandos integrados del Departamento de Defensa sería una señal más de la pérdida de tracción estratégica de México en Estados Unidos y un retroceso fundamental en la visión de una región norteamericana más segura, más prospera y más integrada.

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