Por Jean Flores Quintana

La historia de las relaciones internacionales suele medirse en siglos, pero hay jornadas que logran comprimir décadas de transformación sistémica. El 23 de diciembre de 2025 será recordado como el momento en que la arquitectura de la unipolaridad se resquebrajó definitivamente bajo el techo de cristal de las Naciones Unidas. La sesión de emergencia, convocada bajo la resolución 377A (V) "Unión pro Paz", dejó de ser un trámite diplomático para convertirse en el escenario de la "Insurrección de los 193": el veredicto planetario que declaró la defunción de la Doctrina Monroe ante el asombro de un Washington que nunca imaginó tal nivel de aislamiento.

El eje central de este hito fue la soledad estrepitosa de la delegación estadounidense. Mientras el Departamento de Estado intentaba justificar la movilización del portaaviones USS Gerald Ford como una misión de seguridad hemisférica, la realidad se impuso en el tablero de votación: 142 votos a favor de la condena al asedio naval. Este bloque granítico, liderado por el G77 + China y la robustez de los BRICS+, estableció un cordón sanitario diplomático contra el unilateralismo.

La métrica es demoledora: Washington quedó reducido a un núcleo de apenas 12 votos, evidenciando el agotamiento de su capacidad de coerción. Lo que se presenció en el recinto no fue una simple votación, sino la irrupción de una autonomía estratégica regional que ya no reconoce a la Casa Blanca como el árbitro de su destino.

La derrota narrativa alcanzó su cenit cuando la delegación de China presentó ante la Asamblea datos satelitales multiespectrales en tiempo real. La evidencia fue quirúrgica: el USS Gerald Ford no patrullaba rutas comerciales, sino que se encontraba posicionado milimétricamente sobre los nodos de infraestructura energética de la Faja del Orinoco y los puntos de salida del Triángulo del Litio.

Esta revelación permitió que la discusión en la ONU girara hacia aquello que es en realidad: una operación contable de emergencia. La potencia del norte, ante el colapso del petrodólar, intenta capturar por la fuerza los 300.000 millones de barriles de crudo venezolanos —un botín de 21 billones de dólares— y confiscar la renta tecnológica del litio. Mientras nuestra región genera 4 000 millones de dólares anuales en exportaciones primarias, el mercado global de baterías supera los 400.000 millones. El asedio es, en rigor, un intento de gestionar nuestra matriz energética como un activo de seguridad nacional estadounidense para asfixiar a sus competidores.

Desde el podio de la ONU, los líderes del Sur Global articularon una respuesta coordinada que combinó el rigor técnico con la mística insurgente. Alicia Bárcena, canciller de México y portavoz de la CELAC, fue la encargada de levantar el muro jurídico: «No aceptamos tutelajes. América Latina y el Caribe tienen la madurez política para resolver sus crisis sin misiones terrestres ni bloqueos navales disfrazados de ayuda». Este blindaje diplomático fue respaldado de forma contundente por la presidenta Claudia Sheinbaum, quien el mismo 23 de diciembre, desde el Palacio Nacional, blindó la Doctrina Estrada al declarar: «El petróleo de Venezuela le pertenece a los venezolanos».

Luiz Inácio Lula da Silva fue tajante al sentenciar que «el hambre de energía de las potencias no puede saciarse con la soberanía de los pueblos», definiendo al Atlántico Sur como una zona de paz inviolable. Fue, sin embargo, Gustavo Petro quien sintetizó el espíritu de la jornada al responder a las amenazas de la Casa Blanca: «El jaguar americano ha despertado y no reconoce firmas hechas bajo extorsión». Al calificar al portaaviones como una «estación de servicio flotante», Petro despojó al imperio de su última vestidura ética.

El respaldo internacional no ha flaqueado ante esta arremetida estadounidense. La firmeza de Vladimir Putin, advirtiendo que Rusia tratará cualquier bloqueo naval unilateral como una «agresión criminal», y la posición de Xi Jinping reafirmando que «América Latina no es el patio trasero de nadie», configuraron un contrapeso euroasiático que ofreció a la región el blindaje necesario para resistir la presión. La propuesta de Beijing sobre «soberanía tecnológica» emergió en la sesión como el contrapunto vital frente a la amenaza militar de los portaaviones.

Lo ocurrido el 23 de diciembre de 2025 marca el inicio de la era de la postdependencia. La lección estratégica de esta sesión de Naciones Unidas es clara: la soberanía hoy es una función de la unidad de bloque y la capacidad tecnológica. La recomendación para nuestros servicios exteriores es la institucionalización urgente de la CELAC como interlocutor único, capaz de capturar la renta que hoy se nos intenta arrebatar. No debemos dejarnos engañar por las izquierdas timoratas que buscaron la validación del imperio; el mundo ha cambiado y la historia nos sitúa hoy no como un tablero de ajedrez ajeno, sino como los arquitectos soberanos de nuestra propia e irrevocable independencia.

Politólogo. Universidad de Los Lagos

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