Por Dolores Franco

En el debate urbano suele hablarse de concentración contra dispersión como si fueran polos irreconciliables, un dilema en blanco y negro. Sin embargo, la Ciudad de México nos demuestra lo contrario: su realidad está hecha de muchos matices que dan vida a su diversidad única. Los procesos históricos, económicos y sociales han configurado un territorio en el que ambos fenómenos conviven, generando retos, tensiones y también oportunidades.

Un ejemplo de ello es el Centro Histórico. Durante décadas, al menos cuatro administraciones locales invirtieron recursos considerables para su rescate, sin lograr resultados significativos. A pesar de aportaciones privadas, el deterioro continuó y muchas viviendas permanecieron en abandono.

Paradójicamente, la llegada de plataformas de alojamiento temporal permitió rescatar parte de ese patrimonio. Hoy, cuatro de cada diez viviendas en estas plataformas representan espacios que antes estaban desocupados o eran utilizados como bodegas, y que ahora recuperaron vida gracias al turismo. Esto abre un debate incómodo pero necesario: ¿es negativo que el turismo haya dado nueva utilidad a espacios que llevaban años olvidados? La respuesta no es simple. Más que prohibir, el reto es complementar la oferta. Si hoy se recuperaron cuatro viviendas, el gobierno podría habilitar seis más para renta o venta tradicional, buscando un equilibrio que beneficie a todos.

Otro caso ilustrativo son las colonias Roma y Condesa. Los sismos de 1985 y 2017 provocaron un éxodo masivo, dejando edificios dañados y un vacío urbano difícil de revertir. Con el tiempo, esos espacios se transformaron y atrajeron nuevos usos. La oferta cultural, la conectividad y el prestigio urbano hicieron que la zona recupere dinamismo, aunque bajo lógicas distintas a las originales.

Actualmente, muchos propietarios difícilmente regresarán al mercado de renta tradicional: buscan recuperar sus inversiones mediante el alquiler temporal. De nuevo, la ciudad muestra cómo, a partir de una crisis, emergen procesos de concentración que generan oportunidades de renovación. En la dinámica de alojamiento de corto plazo existe una amplia gama de plataformas como Airbnb, Booking, VRBO-Expedia, Google Vacation Rentals, Trip Advisor, Despegar, así como los marketplace de Facebook o Mercado Libre, entre otras; por lo que es poco realista pensar que una regulación prohibitiva tendrá efectos de retorno a la renta tradicional de vivienda, pero que con total certeza sí contribuirá a aumentar el mercado negro de alquiler en la Ciudad de México como ya ha ocurrido en otras ciudades turísticas globales como Nueva York, París, Barcelona o Amsterdam.

Pero no todo se reduce a las áreas centrales. La dispersión de la oferta de vivienda en plataformas de alojamiento temporal refleja la riqueza de la capital. Por ejemplo, Iztacalco se ve beneficiada gracias al turismo deportivo y cultural de eventos como la Fórmula 1 o los múltiples conciertos que se llevan a cabo en el Autódromo Hermanos Rodríguez y el Estadio GNP, respectivamente. Asimismo, Venustiano Carranza se ha convertido en un nodo logístico donde se hospedan viajeros en tránsito que usan el Aeropuerto Benito Juárez, y la Gustavo A. Madero se activa con alojamientos temporales durante las celebraciones de la Virgen de Guadalupe cada diciembre.

En la parte sur de la Ciudad, Xochimilco, Milpa Alta, Tláhuac y la Magdalena Contreras se desarrollan experiencias culturales, gastronómicas, de naturaleza y bienestar; mientras que en Tlalpan se ha consolidado un nodo de turismo médico gracias a la presencia de alojamientos temporales cercanos a la zona de hospitales.

Este carácter disperso resulta altamente benéfico: permite una derrama económica más equilibrada, fomenta el turismo sustentable y comunitario, y diversifica la imagen de la ciudad como destino. Más allá de los museos y los corredores tradicionales, la capital ofrece salud, aventura, tradiciones y gastronomía, abriendo oportunidades tanto para visitantes como para habitantes locales.

Estos ejemplos evidencian que la Ciudad de México no puede explicarse en términos absolutos. Es un mosaico de grises y múltiples rostros, con dinámicas propias en cada territorio. Por ello, urge establecer normas urbanas que reconozcan estas particularidades y promuevan políticas más efectivas y justas.

En medio de sus contrastes y tensiones, la capital nos recuerda una lección fundamental: entender la ciudad exige abandonar las visiones simplistas. Solo si dejamos de verla en blanco y negro podremos construirla en toda su complejidad.

Directora General de D+D Urbanismo y ex Coordinadora General de ONU Habitat

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