La multicitada frase, la mayoría de las veces en forma equivocada, de El gatopardo, “Es necesario que todo cambie si queremos que todo siga igual”, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, dice al pie de la letra, “Hace falta que algo cambie para que todo siga igual”. Genial reflexión. Múltiples son sus lecturas. “De nada sirven los cambios”; “el destino, lo idéntico, es inamovible”; “los esfuerzos encaminados para modificar requieren aplomo, suma de esfuerzos”. Las previas son algunas ideas. Válido concordar, doblemente válido discrepar.

El Distrito Federal de antaño, ¿es el mismo de hoy? Sus bellezas, sus desastres, su miseria, su riqueza, sus habitantes originales y los que migran por ser expulsados de sus tierras, sus escuelas para ricos y para pobres, sus taquerías y puestos de comida en la calle y sus restaurantes impagables…

El DF de antaño ha desaparecido. Se ha rebautizado: Ciudad de México. El nombre cambió en el papel, en la realidad empeoró. Una foto emblemática muestra al apenas desnoviado Enrique Peña Nieto —recién lo abandonó Tania Ruiz— abrazando al senador y Coordinador del Grupo Parlamentario del Partido de la Revolución Democrática, Miguel Ángel Mancera, el día donde firmaron uno de los millones de acuerdos mexicanos cuyo destino era la basura o la nada. En las redes se puede observar la fotografía donde ambos se funden en un abrazo cobijados por el letrero Promulgación de la Reforma Política de la Ciudad de México.

El cambio de nombre no ha servido. La reforma constitucional que modificó de nombre a la Ciudad fue aprobada en diciembre del 2015 y se acordó el 5 de febrero de 2016, dejando de ser Distrito Federal por Ciudad de México. Comparto una pequeña dosis de historia. Hernán Cortés utilizó el nombre Ciudad de México en la década de 1530; en febrero de 1824, la primera Constitución del México independiente denominó a la capital Distrito Federal.

La Ciudad ha empeorado. Dentro de las incontables tropelías del licenciado Enrique, una de ellas fue modificar el nombre de nuestra casa. Además de la Biblia, como bien lo dijo en la emblemática reunión en la Feria del Libro de Guadalajara de 2011, seguro ni ha leído a di Lampedusa ni entiende el significado de la oración. Peña Nieto vive en España: no ha regresado desde que huyó ni al DF ni a la CDMX. Es uno de nuestros cuatro expresidentes que se han fugado. Junto con Zedillo, Salinas de Gortari y Calderón conforman un ramillete penoso. Exportar expresidentes es sino y vergüenza mexicana. Por su parte, Miguel Ángel Mancera, Jefe de Gobierno de la CDMX entre 2012 y 2018, acordó con Enrique la nueva denominación de la capital. Hoy, miembro activo del cadavérico PRD, fue, en una encuesta de 2017, el jefe de la Capital peor evaluado. En el mismo tenor, en 2018 las delegaciones de siempre dieron lugar a las actuales alcaldías. ¿Para qué?

El DF dio pasó a la CDMX. Dos letras contra cuatro. ¿Qué se ganó?, ¿qué se perdió?, ¿qué empresa se encargó de modificar los miles de letreros y escribir CDMX?, ¿el acto fue lícito? El DF se encuentra cada vez más enfermo. Hay menos árboles, más contaminación, pocos parques. El tráfico ha empeorado, la inseguridad ha crecido. Los semaforistas se reproducen los baches se multiplican. El agua falta en unas delegaciones. La basura en la calle aumenta los malos olores por alcantarillas que no sirven se multiplican. En las calles el número de pobres niñas embarazadas se incrementa. En el transporte público los pasajeros viajan con miedo…

2023: DF, ahora CDMX. El cambio no sirvió. Hoy el difunto DF requiere, para sobrevivir, unidades de terapia intensiva. ¿Qué opina la dupla Peña Nieto/Mancera?

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