Dentro de las múltiples guerras emprendidas por la humanidad hoy somos testigos de un conflicto sui géneris, el del SARS-CoV-2 contra nuestra especie. O más bien, nuestra especie contra el virus. Si bien las pandemias no son nuevas y el número de muertos en el pasado superan las víctimas por SARS-CoV-2 , la confrontación actual es diferente. No sólo por su tenacidad y por formar parte del siglo XXI, sino por el número de noticias, veraces y falsas, y por el divorcio entre ciencia y política.

Las desavenencias entre científicos y políticos son añejas. Científicos y políticos suelen no comprenderse. El affaire Covid-19 es ejemplo vivo de ese divorcio. Dicha incomprensión repercute en forma negativa en la población. Del desencuentro/divorcio entre ciencia y políticos somos víctimas todos los días. Años atrás, C.P. Snow advirtió y alertó en Las dos culturas y la revolución científica, libro publicado a partir de una conferencia dictada en 1956, Snow sostiene que la ausencia de entendimiento entre las ciencias y las humanidades era una de las principales razones para la falta de resolución de los problemas mundiales. A la gran idea del físico y novelista inglés agregaría que la ruptura actual se debe al diálogo sordo entre científicos y políticos sin desdeñar el nulo interés de la ralea política por las humanidades.

Como suele suceder, nuestra especie, contumaz hasta la última célula, no sólo no leyó a Snow, sino, más bien, incrementó las distancias. Han transcurrido casi siete décadas entre la conferencia y la publicación del libro en inglés sin que los hunos y los hotros, siguiendo a Miguel de Unamuno, acuerden el idioma en el cual deberían dialogar.

Los políticos han explotado la pandemia a su favor, o, lo que es peor, no han comprendido el precio inherente al engaño o al intento para desvirtuar la realidad. En México se ha menospreciado y mentido sobre la tragedia mexicana acerca del número de muertos, sobre el estrato socioeconómico de quienes fenecen y sobre la utilidad de las pruebas para diagnosticar SARS-CoV-2. Basta escuchar los conciertos de la dupla Andrés Manuel López Obrador y Hugo López-Gatell para alimentar el desasosiego: sus palabras no representan la realidad de los panteones.

En EU, tierra de trumpistas fanáticos, se amenazó a Anthony Fauc i, epidemiólogo inminente encargado de la pandemia, a raíz de la provocación del senador Rand Paul quien, en su página incluyó el mensaje, Fire Dr Fauci. —“despidan, quemen al doctor Fauci”—. Paul, republicano de corazón, apoya al movimiento Tea Party.

Las verdades sobre la pandemia se han convertido en problema. Las apuestas políticas soslayan las opiniones de los científicos y los segundos han incurrido en una serie de errores de comunicación sobre los avatares de la infección. Quien paga, como siempre, es la población, sobre todo los estratos pobres o los habitantes de África . Al cavilar sobre la pandemia, repito, “entre más sabemos menos sabemos”.

El descontento de la sociedad tiene muchas caras. Las manifestaciones en Europa contra las mascarillas y el pasaporte obligatorio de vacunación es una de ellas. En contraposición a las marchas, en ocasiones violentas, sobresale la idea de algunas naciones europeas de hacer que la vacuna sea obligatoria.

El desencuentro deviene el enojo de la sociedad. El desencuentro lo paga la población vulnerable, ¿quiénes mueren en México ? El desencuentro proviene de la complicidad fatal entre políticos idiotas y científicos cuya verdad e información debería alimentar y no confundir. El desencuentro lo pagan las naciones pobres y lo pagarán los países ricos.

El divorcio, Snow dixit, entre políticos, científicos y humanidades nos engulle.

Médico y escritor