En los últimos dos meses hemos observado que el Índice de Precios y Cotizaciones de las principales bolsas de valores del mundo, incluyendo la BMV, han tenido fuertes caídas en su principal indicador.

Esto implica que las empresas que cotizan en estas bolsas disminuyan sus flujos de efectivo y sus utilidades lo que detiene sus planes de crecimiento y financiamiento por lo menos a corto plazo.

Asimismo, las cotizaciones del tipo de cambio de algunas divisas, entre las cuales se encuentra el peso-dólar tuvieron alzas considerables en su cotización. En el caso de la divisa mexicana, en las últimas semanas esta alza condujo a una tasa de depreciación del peso de casi 30%. Como consecuencia, si el Estado mexicano e incluso algunas empresas no contrataron un seguro para protegerse de la depreciación, entonces sus créditos y deudas en dólares se tengan que incrementar considerablemente, sumado a que ahora, si las cosas no mejoran, se tenga que seguir comprando cada vez más caro lo que se importa del extranjero y por lo tanto, mermando los ingresos de todos los mexicanos.

En este escenario, la cotización internacional del precio del petróleo también ha tenido bajas muy fuertes, a tal grado que su cotización llegó a -2.72 dólares por barril el 21 de abril, desafiando toda lógica económica. En México la mezcla mexicana se llegó a cotizar en -2.37 dólares. Hoy, los ingresos petroleros como porcentaje del PIB representan 3.8% y para el próximo año el gobierno espera que baje a 2.8%. Esta situación más la recesión económica severa que se espera de la economía, la elevada carga fiscal, las necesidades de inversión, el alto grado de apalancamiento y los costos altos de extracción entre otros factores orillaron a que la calificación crediticia de Pemex cayera de BBB a BBB negativo (Fitch Ratings). Hay que recordar que la caída de los precios del petróleo a nivel internacional tiene que ver con la caída de la demanda internacional del petróleo estimada en 5 millones de barriles diarios resultado de la disminución del uso de transporte y del confinamiento de la población mundial por la pandemia, motivo por el cual la OPEP propuso una caída en la producción mundial del petróleo en casi 10 millones de barriles diarios para inducir que aumente su precio.

A todo lo anterior, habría que sumarle la perspectiva pesimista de la tasa de crecimiento de la economía mundial que, de acuerdo con el último informe del FMI presentado en enero, se espera, de menos 3% para este año (IMF). Para México el organismo internacional estima un escenario todavía más pesimista. Un decrecimiento de -6.6%. Sus efectos ya los hemos estado sintiendo; pérdida de empleo por casi 1.5 millones, desaceleración de la actividad económica, del gasto, los ingresos, del comercio, y la actividad financiera. Recientemente, Inegi dio a conocer que el Indicador Global de la actividad Económica conocido como IGAE (Inegi) cayó a -2.0% en términos reales en febrero respecto a enero de este año, siendo las actividades primarias las más afectadas con -5.7%. Y eso que el indicador todavía no refleja el periodo de contingencia.

Y como si no bastara con lo anterior, el coronavirus se presenta como un factor adicional que acentúa que esta desaceleración de la economía se profundice, ya que genera nerviosismo, incertidumbre y desconfianza en la población, afectando también las caídas en el mercado de divisas, de petróleo y de acciones, por un lado, y por el otro, el cierre de establecimientos, paros escalonados en comercios, cierre de fronteras, cancelación de vuelos, caída del turismo, etc.

Esperemos que las medidas fiscales y financieras que se ha venido implementando de apoyo a la población y a los pequeños y medianos empresarios sean capaces de minimizar la recesión que ya enfrentamos. Todo dependerá de la duración de la contingencia y de la solidaridad de todos los sectores de la población para que esta crisis económica, de salud y de seguridad pública no se agrave más de lo que ya es.

Académico de la Universidad del Valle de México, Campus Lomas Verdes

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