Silenciar, ignorar, ocultar, minimizar, inculpar, amenazar, concentrar, humillar o polarizar, son términos que están lejos de ser sinónimos, pero todos tienen entre sí, en el México de hoy, un común denominador: son expresiones cotidianas descriptivas de un poder político que peligrosamente se aleja de los valores convencionales de la vida democrática, es decir, atender, dialogar, sopesar, equilibrar, descentralizar, concertar, respetar, unir, porque lo que se quiere, por encima de las diferencias, es que gane el país.

El ideal democrático, desde luego, no se ha visto materializado cien por ciento en nuestro país en ningún momento. Sin embargo, es evidente que ha habido un progreso –lento, arduo, muchas veces tortuoso, pero significativo– que en los últimos 20 años ha desembocado en la alternancia del poder; primero, con la derrota electoral del PRI en el año 2000, luego de que este partido estuviera por décadas en el poder, y con 12 años de gobiernos panistas. Y a eso hay que sumar, como prueba de la solidez del sistema, el primer año de gobierno de Morena.

A pesar de ello, todo indica que estamos entrando a una etapa de regresión política que todos los días nos aleja más y más de los principios e ideales que configuran la vida democrática. Las señales que se pueden observar son simplemente ominosas. En los últimos días hemos visto cómo se somete salvajemente a los migrantes centroamericanos (a los que previamente, no hace mucho y desde la Presidencia de la República, se alentó para que vinieran, porque aquí tendrían respeto, solidaridad y hasta trabajo), sin que la Comisión Nacional de Derechos Humanos diga una sola palabra que cuestione la verdad oficial sobre el tema, es decir, que se los estaba “protegiendo”. Esto como ejemplo de organismos antes independientes que han pasado a ser “floreros” del actual gobierno.

Porfirio Muñoz Ledo, acaso sacando fuerzas de su mejor pasado, quiso denunciar en la Cámara de Diputados los abusos cometidos por la Guardia Nacional contra los migrantes centroamericanos, pero sus propios correligionarios de Morena se lo impidieron. La decepción del legislador quedó, no obstante, registrada: “Morena se sale de mi corazón, de mi ilusión, y eso me da una pena inmensa… (actuó) como un partido de línea, más eficaz que el PRI… es un salto atrás de 20 o 30 años”.

Acto seguido hemos visto, con profunda indignación, cómo la Marcha por la Paz encabezada por Javier Sicilia y Julián y Adrián Le Barón fue recibida por una siniestra comitiva de fanáticos lopezobradoristas que los abuchearon, ofendieron y provocaron sin cesar.

Marcharon las víctimas de diversas atrocidades que han conmocionado a la sociedad mexicana y se las recibe por este contingente canallesco como “traidores” y enemigos del gobierno de la Cuarta Transformación que no merecen ni siquiera poder ejercer su derecho a manifestarse.

Mucho debe preocuparnos que quien o quienes organizaron este grotesco comité de “espontáneos” oficialistas, estén experimentando con los mismos métodos que ya antes se han impulsado en países como Venezuela o Nicaragua, donde ciertos grupos “ciudadanos” terminan actuando como grupos de represión contra todo lo que huela a oposición.

Por si fuera poco, desde la Secretaría de Gobernación un funcionario de “primer nivel” (tan solo en el organigrama), Ricardo Peralta, jactándose de la indolencia y del ninguneo gubernamental hacia los marchistas de la paz, espetó en un tuit: “a chillido de marrano, oídos de chicharronero”.

¿Cómo se puede llegar a ese nivel de prepotencia cerril en un gobierno que ganó el voto abanderando la causa contra la inseguridad? ¿Cómo puede un funcionario de Gobernación (subsecretario, para mayor vergüenza) mostrar ese desprecio por mujeres y hombres que marcharon sencillamente para pedir paz y justicia?

Por lo visto, contando con la complicidad de la CNDH, en lo sucesivo las víctimas serán revictimizadas por el gobierno si llevan a cabo protestas o denuncian públicamente la ineficacia de las autoridades para combatir el crimen. Y pasarán a formar parte de los “conservadores hipócritas”, como ya lo son Javier Sicilia y los LeBarón, quienes según el jefe del Ejecutivo callaron “como momias” ante policías corruptos como Genaro García Luna (lo cual es falso, como se ha podido documentar).

También en días pasados se pudo ver cómo los niños enfermos de cáncer y sus padres que reclaman medicamentos fueron convertidos igualmente en “conservadores” que quieren hacer quedar mal al gobierno. Sin palabras. Los enfermos, por lo menos en nuestro sistema de salud público, no tienen derecho a decir que faltan medicinas. Si lo hacen, se ponen del lado de los “enemigos” del cambio.

De todo lo anterior se desprende que cuando –dejando por un instante los distractores mediáticos, como la bufonada de la rifa del avión– el presidente López Obrador se enfrenta a la denuncia de las deficiencias o calamitosos efectos de su administración, su argumento favorito es descalificar al quejoso preguntando qué hacía éste frente a los gobiernos del PRI o del PAN. Para luego responder (él mismo): Nada. Lo cual convierte al padre de niños asesinados o secuestrados, al periodista crítico, al enfermo sin medicamentos, al desempleado o quien sea que lo interpele en un “hipócrita”, un farsante que solo dirige sus protestas contra el gobierno de la Cuarta Transformación, pero que de seguro nunca dijo nada durante los “gobiernos neoliberales”.

Es así como –peligrosamente– se estigmatiza desde la Presidencia a los que levantan la voz para señalar injusticias, errores y horrores no del pasado sino de hoy, de este preciso momento en que, gobernados por un partido que se dice de izquierda, miramos con consternación cómo damos un salto para atrás de 20 o 30 años, como dijera con toda claridad el desilusionado Porfirio Muñoz Ledo.

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@arielgonzlez
Fb: Ariel González Jiménez

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