Para cuando termine el periodo de intercampaña dispuesto por el INE, el próximo 29 de febrero, y los candidatos a la presidencia puedan retomar en forma sus actividades de proselitismo rumbo a las elecciones del 2 de junio, muchas cosas habrán cambiado en el entorno político.

Las duras semanas de escándalo y denuncias que ha vivido el Presidente López Obrador –y que prometen multiplicarse en el futuro inmediato–, así como la presentación de un paquete de reformas constitucionales que no parece tener futuro alguno pero que sí generará impacto electoral, han transformado en más de un sentido el paisaje.

No sé si la candidata oficial, Claudia Sheinbaum, lo perciba así, pero todo indica que puede ser la principal damnificada por estos acontecimientos, y más aún por la manera en que viene reaccionando ante ellos. Veamos.

Toda su precampaña tuvo como principal característica la exaltación permanente y desproporcionada de la figura presidencial, así como de los inmensos y maravillosos logros de su gobierno. No es que eso le hiciera falta a quien vive en Palacio Nacional, pero a ella sí, porque toda su candidatura ha sido diseñada para ser llevada desde y por la Presidencia y su aparato de Estado. La lógica de esto –que también se decidió desde el Zócalo– es que ella no tiene un motor propio, no lo puede y (desde la perspectiva patriarcal y autocrática) no lo debe tener, el “bastón de mando” que se le dio es de juguete; pero en todo caso, se supone que no lo necesita: la popularidad, reconocimiento y peso del Presidente López Obrador es la mejor garantía de que ella obtendrá el triunfo; luego entonces no vale la pena probar o experimentar otras fórmulas que incluso podrían complicar todo. Y si nos atenemos a la actuación pública de la candidata, quien efectivamente no entusiasma ni a sus porristas, este planteamiento tiene sustento.

Así, su candidatura ha estado siendo abiertamente remolcada por la Presidencia; y ella, con absoluta pereza política, presumiendo la inverosímil delantera que lleva en las encuestas, se entregó al penoso ejercicio de “soy Claudia, la candidata del señor Presidente, el mejor presidente del mundo”. Nunca, en el México contemporáneo, ni siquiera en los peores tiempos del PRI, un candidato oficialista se presentó como el remedo o calca del presidente en turno, poniendo a este en el centro mismo de su campaña; y tampoco, al revés, un presidente se convirtió en candidato nuevamente por interpósita persona.

En esas estaba cuando llegó la intercampaña, y, junto con ella, los mayores escándalos de los hijos de López Obrador y las más directas sospechas sobre la relación de Morena y su líder máximo con el narcotráfico. Pero también ocurrió que en estos días fue claramente suplantada por el Presidente en un acto (el del 5 de febrero) en el que este fijó el programa y discurso de la campaña que formalmente comenzará en 20 días.

¿Qué va a hacer la candidata de Morena? No tiene mucho margen. Cuando la prensa dio a conocer que los hijos del Presidente han formado una red de negocios y tráfico de influencias, la candidata oficial se erigió en juez (“al fin que ya los vamos a elegir democráticamente”, pensó) y los exoneró públicamente. Otro tanto hizo frente al reportaje de Tim Golden sobre la presunta aportación de recursos del narcotráfico para apoyar la campaña de AMLO en 2006 (“…no se dejen llevar, la esencia de nuestro movimiento es la honestidad y el amor al pueblo por encima de todo”). Finalmente, frente a las reformas propuestas por su jefe salió a avalarlas, a pesar de que las más importantes de estas (la desaparición de los órganos independientes y la reforma del poder judicial), contradicen lo que algunos de sus enviados e incluso ella misma se supone que han dicho “en corto” a empresarios y otros sectores para darles confianza y alentar la ilusión de que pronto se deslindará de las propuestas más nefastas de la 4T.

¿Seguirá, pues, siendo remolcada por una Presidencia que cada vez va a estar más desprestigiada (tanto por los resultados de su gestión como por las revelaciones de nuevos escándalos que se seguirán acumulando)? Esa es una apuesta que parecía segura hace unos meses, pero que hoy ofrece varios riesgos. ¿Tomará la iniciativa y se saldrá del guion presidencial? Creo que desde un principio esta es una vacilada para los más inocentes electores, pero en todo caso ya es muy tarde: ella misma se ha venido ajustando la camisa de fuerza que le pusieron con su irracional y ciego apoyo al Presidente. No la veo ni con el talante ni con el liderazgo suficiente para romper el esquema diseñado desde Palacio Nacional.

Por lo demás, ya en las elecciones del 2018 su jefe “salvó” al país. Y ahora somos tan, pero tan felices que ¿de qué podría prometer salvarnos Claudia Sheinbaum? ¿De la corrupción? Ya se terminó. ¿De la violencia criminal? Está más que nunca a la baja. ¿De la etapa neoliberal? Ya fue superada. ¿De los pactos con el crimen organizado? Esos eran cosa de los prianistas. ¿Del derrumbe del sistema de salud? Por favor, nuestros hospitales son de primer mundo y contamos con una farmacia colosal…

Siendo así, sólo le queda dejarse remolcar como hasta ahora por la Presidencia y el tinglado de elección de Estado que se está montando. Y eso hará, en teoría, que gane. Pero nadie puede calcular los riesgos de una campaña en la que –en medio de graves escándalos de corrupción y una profunda crisis de seguridad, entre otros muchos problemas– la candidata oficial sólo responde a la soberbia, intereses y designios del Presidente en turno.

@ArielGonzlez

FB: Ariel González Jiménez

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