Sobre advertencia no podía haber engaño: iban hacer historia y la están haciendo. Más bien rehaciendo. Se entiende que no se trata aquí de su penosa intervención en la realidad política, económica y social (que desde luego será juzgada históricamente), sino de la interpretación del pasado que sostienen y difunden, muy en consonancia con su gusto por la mitología nacionalista.

Creen que parte de su misión es rescatar la “verdadera memoria histórica”, es decir, revisar el pasado para extraer de él todo cuanto contribuya a la presentación de una patria noble, gloriosa, inmarcesible, de héroes y gestas que expliquen y justifiquen el arribo de un gobierno como el actual, digno sucesor de los momentos más brillantes de nuestra historia y valeroso continuador de las grandes transformaciones (vamos en “la cuarta”) emanadas de las arduas luchas del pueblo mexicano.

Ciertamente, no deja de ser curiosa la selección que hacen de personajes y episodios. Si se trata de la Revolución, el predilecto es Francisco I. Madero, mártir de la democracia con quien el Presidente López Obrador no tiene ningún empacho en compararse, especialmente en el terreno de la victimización (aunque ya hace mucho lo superó, puesto que nadie como él ha sufrido más embates de la prensa canalla y chayotera). Otro grande de la Revolución –quizás por influencia de uno de los más comprometidos historiadores-militantes de la 4T, Paco Taibo II– es Pancho Villa, a quien Claudia Sheinbaum acaba de reivindicar como uno de sus próceres favoritos, a pesar de encarnar tanta violencia y rencor, o precisamente por eso.

Otro personaje predilecto de la iconografía revolucionaria de la 4Tes, por supuesto, Felipe Ángeles, quien dará nombre al “aeropuerto más importante que se está construyendo en el mundo… un fenómeno de la ingeniería civil”. En su tumba, el gran artillero escucha estos ditirambos como cañonazos al vacío.

Ahora bien, puestos a buscar la verdadera grandeza, el esplendor fulgurante de la nación mexicana, el santo grial de nuestra estirpe, el Jefe del Ejecutivo y sus más fieles seguidores concentran su mirada en el México prehispánico, es decir, aquel paraíso arcádico que vino a ser destruido por una caterva de infames comandados por el sifilítico (así lo pintó Rivera) Hernán Cortés. De ahí que en un patriótico impulso epistolar el Presidente López Obrador haya solicitado amablemente a la corona española tenga a bien disculparse por todas las tropelías y crímenes cometidas contra los aztecas hace cinco siglos (no a los pueblos que les rendían tributo a estos).

Hago aquí una humilde consideración: francamente yo creo que en esa misiva se debió incluir la posibilidad de una compensación monetaria para todos los descendientes directos de las víctimas (una comisión para localizarlos entre el pueblo bueno los encontraría de inmediato) y, por qué no, también algún otro monto para indemnizarnos a todos por el perjuicio histórico que nos trajo la suspensión de cientos, qué digo cientos, miles de sacrificios humanos, lo que todos sabemos vino no sólo a violentar uno de los usos y costumbres más notables de nuestra cultura originaria, sino que también supuso una catástrofe de dimensiones cósmicas que nos hizo perder el favor de los dioses (inundaciones, traidores, despojo de la mitad del territorio, terremotos, gobiernos neoliberales y otras calamidades a lo largo de estos cinco siglos son prueba de que nuestra hematofágicas deidades nos abandonaron para siempre).

El muy grosero monarca ibérico, como se sabe, no ha tenido ni siquiera la delicadeza de responder a la justa demanda expresada por el señor Presidente. Para nuestra desgracia, los muchachos de Podemos, única fuerza política a la altura de Morena en España, han ido a la baja electoralmente y no se puede contar ya fácilmente con su solidaridad.

Pero no todo está perdido. Nos quedan grandes proyectos y acciones que vendrán a recuperar la memoria histórica que los apátridas y amnésicos neoliberales han querido destruir para su conveniencia.

Independientemente de las sorpresas y ocurrencias que puedan tener lugar el resto del año, es importante destacar la visionaria actuación de la jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum. Gracias a ella, a su espontáneo talento para clarificar asuntos y problemas que ni siquiera los supuestos estudiosos y expertos han conseguido resolver, se ha podido establecer con precisión la fecha de fundación de nuestra capital, otrora la gran Tenochtitlan: 1321, ¡hace exactamente cinco siglos! Esta grata coincidencia (que sólo los historiadores conservadores se atreven a cuestionar) es la que convoca los diversos festejos y actividades que encabeza nuestro gran Tlatoani, perdón, nuestro señor Presidente.

Dentro de estas hay que destacar una acción ejemplar que sin duda responde a un reclamo absolutamente popular: renombrar el mal llamado Árbol de la noche triste como Árbol de la noche victoriosa. ¡Qué sublime iniciativa de Claudia Sheinbaum! Y qué decir de esa otra maravillosa idea de que la Feria de Chapultepec se conozca en lo sucesivo como Parque Aztlán. Todo mundo, de manera natural, lo repite con júbilo: “Niños, vamos a divertirnos al Parque Aztlán”. Claro, nunca falta un escuincle ignorante de nuestros orígenes más remotos que pregunta a sus padres qué es Aztlán. ¿Un balneario? ¿Una estación del metro? Entonces los cariñosos padres, macehuales bien informados, explican a sus retoños que se trata del lugar de donde vinieron los primeros mexicas.

Por cierto, los historiadores comprometidos con el viejo régimen jamás han podido definir con certeza dónde quedaba Aztlán. Por suerte, los sacerdotes de la 4T ya están trabajando en el tema. Pronto lo anunciarán, pero ya se sabe extraoficialmente que está por Badiraguato. Más arriba, más abajo, pronto se verá.

En fin, nada como exaltar la grandeza prehispánica versus la barbarie ibérica para distraernos de la funesta gestión de la pandemia, la carencia de medicinas o la catastrófica conducción económica. Nada como preparar un gran pozole “histórico” atiborrado de disparates folclóricos y chovinismo a ultranza para saciar los apetitos de quienes ingenuamente no se sienten ni siquiera mestizos, sino sólo descendientes de Moctezuma, lo más puro y granado de la raza cósmica.

@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez

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