La historia enseña que aquellos que de un modo u otro dijeron “conmigo o contra mí”, terminaron casi siempre enfrentados por todos o por la mayoría de sus adversarios. No es raro que un poder presidencial inmenso, concentrado y tentado a reproducirse por todos los medios, mueva a sus opositores a enfrentarlo bajo una estrategia de unidad sin que obsten mayormente las diferencias ideológicas y políticas que pueden tener entre sí.

Esa fue la imagen que invocó, acaso sin querer, el Presidente de la República cuando hace unos días mostró a los medios un documento “conspiratorio”, en realidad apócrifo, que planteaba supuestamente los planes de un presunto bloque opositor (BOA, para continuar con la ofidiología política mexicana que hace tiempo se estrenó con las “tepocatas, alimañas y víboras prietas” de Fox).

El documento en cuestión es lo de menos, pero en sí misma la idea de una coalición opositora flota evidentemente entre diversos sectores de la sociedad. Por supuesto, de lo que se trata, más allá de la ficción del BOA que presentó AMLO, es de enfrentar en bloque a Morena e impedir que controle el Congreso y que gane 15 gobiernos estatales y miles de cargos de elección popular en 2021. Y esa es, desde luego, una aspiración legítima que no necesita de documentos “confidenciales” ni de organizaciones secretas: está a la vista y en las expectativas de todos aquellos que con o sin partido no desean el triunfo de Morena en las próximas elecciones.

Sin embargo, aun cuando la aprobación presidencial está por debajo de 50 por ciento, de momento estos opositores se hallan profundamente atomizados y sin ningún liderazgo o proyecto estratégico que los pueda unificar como para serrucharle el piso al partido en el poder. Y otra buena noticia para Morena: tampoco militan o siguen a ningún partido, por lo menos a ninguno de los principales responsables de la llegada al poder de López Obrador: PRI y PAN.

Sí, dije responsables, porque seamos claros: los pésimos gobiernos de estos dos partidos durante los 18 años previos al triunfo de López Obrador, hicieron posible un escenario de hartazgo y descontento que el candidato de Morena supo capitalizar en un triunfo electoral que lo llevó al poder en condiciones excepcionales: mayoría aplastante y control del Congreso.

A grandes trazos, Fox lo inventó como mártir opositor cuando decidió combatirlo mediante el desafuero; Calderón, para darle un gran propósito a su gobierno y hacer que desapareciera el fantasma del fraude, declaró la guerra al narco sin preparación alguna y sin medir las consecuencias funestas que esto traería para el país (de entrada, en su sexenio, más muertos que los de Estados Unidos en la Guerra de Vietnam); y para rematar, Peña Nieto, al frente de la peor y más corrupta camada de juniors que ha dado el PRI, simplemente le entregó en charola de plata todo el cansancio e indignación acumulados durante su mandato.

¿Cómo pueden salir el PAN y el PRI del lote baldío en el que quedaron? Habría que reconocer que pese a su debacle son las organizaciones con más recursos y estructura nacional para hacerle frente al gobierno. Pero el PAN vive un momento de gran debilidad e incapacidad de su dirigencia para construir un mensaje y una oferta política realmente alternativa, más allá de la oposición obvia a la que concita la actuación diaria del gobierno de AMLO. Sus acciones e iniciativas son poco menos que nulas, si bien tiene cuadros preparados, legisladores serios, que por su cuenta han defendido lo mejor de la tradición panista. Pero el partido no levanta, no unifica, no se lo ve en forma.

Por el lado del PRI, las cosas son peores. ¿Alguien sabe dónde se han metido sus principales figuras, digo, las que le quedaban? ¿Qué fue de Beltrones, Paredes y otros más que sobre todo guardan silencio? ¿Pasaron a la clandestinidad? ¿Se jubilaron? Desde su derrota, la deriva de esta organización es tan notoria que fue posible la llegada a su dirección de un personaje menor, Alejandro Moreno, cuyo triunfo –nublado por la sospecha de ser favorecido desde el gobierno morenista– terminó por alejar a muchos de sus más distinguidos militantes, como José Narro Robles. Hoy, el PRI de Alejandro Moreno oscila entre ser abiertamente un partido satélite de Morena y/o fingir un carácter opositor en el que nadie confía.

Cerca del PAN ideológicamente, pero como triste escición, México Libre aparece como el aparato de una familia, Felipe Calderón y Margarita Zavala, que suponen que no puede haber mejor oposición que la de ellos, a pesar de la vulnerabilidad judicial de Calderón, que va de la mano del proceso que se sigue en EU a Genaro García Luna. Así las cosas, son el mejor adversario que puede tener Morena, puesto que incluso si cobraran alguna relevancia lo pueden apartar en cualquier momento.

El PRD corre el riesgo de confirmar en el próximo proceso electoral que en muchos lugares del país es poco menos que un cascarón, pero no deja de tener opciones y un peso específico que puede ser muy útil en la perspectiva de un frente opositor.

Movimiento Ciudadano es, por su parte, el partido mejor posicionado: no ha dejado de crecer y encabeza –con Enrique Alfaro, en Jalisco– la oposición de los gobiernos estatales. No tiene por delante un camino sencillo, pero es el que mejor está explorando las posibilidades de un frente amplio para derrotar a Morena.

Ahora bien, la gran posibilidad de un bloque opositor reside en que los partidos sepan y puedan convocar a organizaciones y figuras de la sociedad civil para dar vitalidad al proyecto en una escala nacional. Los cartuchos quemados, con fama de corruptos, trepadores, oportunistas o saltimbanquis no podrán hacer un buen papel. No insistan.

El reto es enorme para quienes decidan emprender un frente opositor creíble y factible, con planteamientos claros sobre el poder legislativo que necesita el país y programas vanguardistas para los gobiernos estatales que se quieren ganar.

Decir que el gobierno de AMLO nos lleva al desastre –como en efecto sucede– no será suficiente para ganar. La gente espera candidaturas serias, ideas precisas, proyectos puntuales para salir de la crisis económica que ha dejado la pandemia sumada a la inacción y a las torpes decisiones tomadas por el gobierno morenista.

Cerrar el paso a un proyecto que se imagina transexenal y que aspira a reducir la vida democrática, destruir instituciones y organismos autónomos, volver a un pasado económico inviable e insustentable en términos ecológicos, así como profundizar el odio y la polarización, es un desafío enorme que va a requerir no sólo de buenos deseos o de indignación. Se va a necesitar mucha altura, gran visión y talento político para construir una plataforma que en 2021 por lo menos contenga la unanimidad autoritaria que buscan construir el gobierno y su partido.

ariel2001@prodigy.net.mx
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez

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