Con el entendimiento secuestrado por los discursos del populismo “progresista”, que siempre fabrica un culpable a modo para los problemas reales o imaginarios del país –preferentemente alguien o algo de nuestro atroz pasado “neoliberal”–, ciertos ciudadanos chilangos han descubierto recientemente la explicación de por qué ellos ya no viven (si es que vivían ahí), no pueden vivir (si es que hoy se les hace imposible) o nunca podrán vivir (si es que es que lo anhelaban) en lugares como la colonia Roma o la Condesa.
Esta explicación, bastante burda, bien pudo haber surgido hace 50 años, pero sólo hasta ahora cobra una forma discursiva que la hace muy atractiva para los canales ideológicos de la izquierda más delirante. El rollo engendrado es el siguiente: algo que se llama gentrificación está en marcha ante la mirada cómplice del “cártel inmobiliario”, los gringos (y europeos, supongo) que nos han estado “invadiendo” y “despojando”, así como airbnb y los restauranteros vendepatrias que le han quitado el chile a las salsas y hablan inglés como si fuera su primera lengua… malnacidos.
Es muy probable que hace unos meses los “vecinos preocupados” que hemos visto manifestarse recientemente ni siquiera conocieran el término, pero descubrir la gentrificación ha sido para ellos como encontrar el nuevo ajonjolí de todos los moles ideológicos que se cocinan al amparo de la Cuarta Transformación y que sirve para explicar todos los problemas de vivienda en la gran urbe.

La infame gentrificación ya ha sido declarada, por supuesto, como nuevo enemigo del gobierno “humanista” de Morena, y particularmente por la jefa de gobierno de la CDMX, Clara Brugada, que a pesar de los millones de baches, los padecimientos infrahumanos que nos hace pasar el Metro o el resto del caótico tansporte público, los calamitosos o indignos servicios que presta el gobierno, las inundaciones o la extorsión e inseguridad, se da tiempo para impulsar su gran proyecto antigentrificación de la capital.
Ya hemos ido aprendiendo que la forma de gobernar de la 4T es echar a perder lo que funciona y crear nuevos problemas, reales o imaginarios, para
que dejemos de pensar en lo fundamental. Pero es obvio que aquí hay una agenda de nuevos negocios y clientelas para la 4T que Clara Brugada no quiere perder, así que impulsa y aplaude a quienes supuestamente de forma espontánea protestan contra este fenómeno.
Descubierta la gentrificación como nueva bestia negra, no han faltado los chilangos ingenuos o resentidos que salen a la calle con pancartas, una más estúpida que la otra, donde piden acabar con el “despojo” y hasta “hacer barrio” matando a un gringo. Muchos de los que marchan parecen ciudadanos de buena fe, pacíficos e inocentes, pero siempre permiten que se les “cuelen” (dicen ellos, deslindándose tibiamente) unos auténticos gorilas, capaces de saquear negocios, vandalizar museos y quemar libros, como ya hicieron precisamente en la colonia Roma, y el pasado fin de semana en el Museo de Arte Contemporáneo y la librería Julio Torri del Centro Cultural Universitario (con total impunidad, hasta el momento).
Como se sabe, el término “gentrificación” lo empezó a usar una socióloga inglesa para referirse al desplazamiento de las clases trabajadoras en algunos barrios urbanos de Londres a manos de sectores con mayores recursos. Dichos barrios comenzaron a revalorarse en función de la llegada de nuevos residentes, que a su vez demandaron nuevos comercios, resataurantes, hoteles y bares. Este es un proceso que se ha producido infinidad de veces en todas partes del mundo, incluso mucho antes de que se lo conociera como gentrificación.
Los barrios que “defienden” los manifestantes antigentrificación (como la Roma o la Condesa) no han sido históricamente, por cierto, precisamente populares. Fueron construidos para clases medias y altas, y eso lo puede constatar cualquiera que observe su historia y arquitectura. Claro, tuvieron una larga época de rentas congeladas que en buena medida aruinó muchos edificios y el patrimonio de una gran cantidad de gente.
Ahora estos rumbos se han ido haciendo más caros, sin duda, porque se han ido llenando también de comercios, bares, galerías, librerías, teatros y buena gastronomía (sobrevaluada, a mi gusto, pero ni modo). Naturalmente, muchos extranjeros los han elegido para vivir o vacacionar, impactando, claro está, las rentas. Es una dinámica que comenzó hace tiempo y tiene también su costado de beneficios económicos no sólo para los propietarios de casas o departamentos, porque también se han creado muchos empleos y no parece, incluso, que a quienes venden quesadillas en la calle les vaya mal.
Estas colonias, desde luego, tienen sus problemas (y muchos), pero no creo que los verdaderos vecinos de la zona piensen que la solución a los mismos la puedan aportar las políticas antigentrificación que quiere impulsar el gobierno de Brugada o quienes –extrañamente en coincidencia con el gobierno capitalino– marchan guiados por el resentimiento, la estupidez o, peor, el vandalismo.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez